Opinión

Cuando terminé la carrera de medicina

El profesor jubilado de la Universidad de Salamanca, Francisco Sánchez, ha sido galardonado con el Premio Nacional de Investigación 2023.
Ruy Pérez Tamayo falleció a los 97 años. Ruy Pérez Tamayo falleció a los 97 años. (La Crónica de Hoy)

El jueves 31 de enero de 1985 fue el último día del servicio social. Es increíble que ya pasaron 40 años. Escribo estas líneas con nostalgia. Un año antes había llegado a Nutrición, muy emocionado para iniciar el servicio social, bajo la tutela de Ruy Pérez Tamayo. El día que llegué supe que, el día anterior, Ruy había dejado el Instituto. Fue un golpe para mí. Tenía mucha ilusión de ser su pasante. Visto en retrospectiva, sin embargo, quizá fue bueno, ya que, con la personalidad tan aplastante de Ruy, tal vez hubiera terminado haciendo patología y eso me hubiera alejado de la clínica y de la investigación en fisiología, a la que llegué varios años después y ha sido mi actividad principal en los últimos 35 años.

Como ya no estaba Ruy, los residentes que se esperaban del programa de patología que había entonces en la sede sur no llegaron, a excepción de un despistado médico que vino de Jalapa para iniciar la residencia. Hombre de muy buena lid y talante, simpático y muy buena persona. Era Pedro Chavarría, sin experiencia alguna en patología. Por eso, lo apodamos Pedroblasto. Durante un año, el departamento de patología solo contó con un R1 y tres pasantes de servicio social. Leticia Quintanilla, Maribel Colomé y yo. Fue un año muy intenso, pero aprendimos muchísima medicina.

Con Ruy se fueron otros patólogos y solo quedó de base uno. Era un joven recién graduado, muy activo y tremendamente simpático, que fue un pilar para nosotros. Se trata de Edgardo Reyes, quien hizo toda su carrera en el Instituto, hasta su jubilación, hace unos cinco años. Además de enseñarnos patología, nos aligeró el año con su simpatía. Pasábamos horas enteras trabajando, pero al mismo tiempo riéndonos de todas sus ocurrencias. La frase que más recuerdo de él, cuando algo se ponía terrible era: “cállate los ojos”.

Por estas fechas, hace 40 años, mi vida era un remolino. Me había casado dos años atrás, justo antes de iniciar el internado de pregrado y vivíamos en Azcapotzalco, por lo que, al terminar el servicio social, mi bella esposa y yo nos mudamos de casa para vivir en Tlalpan, en un departamento cerca de Nutrición, en donde en unos cuantos días después, iniciaría la residencia de medicina interna. En la semana de la mudanza, supimos que ella estaba embarazada. Esperábamos a nuestro primer bebé, que nació en octubre de ese año, un día en que yo tenía guardia en urgencias como residente de primer año. Un mes después del terrible terremoto de 1985. Como que en una semana mi vida dio un vuelco entero. Terminé la carrera, me cambié de casa, inicié la residencia y supe que sería papá.

El resto es historia. Después de medicina interna hice la especialidad de nefrología, luego el doctorado en ciencias y un posdoctorado de varios años en Harvard Medical en Boston. Al verlo en retrospectiva, puedo ver cómo cada decisión me fue llevando a lo que soy ahora. Hoy día, mi esposa y yo, apenas unos años después de haber cumplido 60, seguimos felices, con dos hijos que este año cumplen 40 y 38 años y que nos han traído dos lindísimas nueras a la familia.

Desafortunadamente, ahora muchos jóvenes ven el matrimonio y la paternidad como un estorbo. Como si fueran a ser un impedimento para lograr sus metas en la vida. Lo que yo puedo decirles es que no es así. Lejos de haber sido un estorbo, el matrimonio y mis hijos fueron el motor que me llevó a donde estoy ahora. Además, qué triste hubiera sido no haber compartido con ellos todo lo que ha pasado durante este tiempo. Es mejor viajar acompañado.

Dr. Gerardo Gamba

Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán e

Instituto de Investigaciones Biomédicas, UNAM

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