Opinión

El sermón de la reverenda de Washington, digno del legendario discurso del reverendo Luther King

Frente a la miseria de Trump, la grandeza de Mariann

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Dignidad La obispa de Washington pasa frente al presidente Trump, molesto con su homilía (WILL OLIVER)

Washington fue el lunes Sodoma: una gran bacanal ultra en la que participaron, entre otros, magnates (Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Carlos Slim), presidentes extranjeros neofascistas (Giorgia Meloni, Javier Milei), alguna celebridad a contracorriente de Hollywood (Sylvester Stallone), jueces de la Corte Suprema y hasta expresidentes demócratas, todos ellos bailando alrededor de Donald Trump, que se dedicó a lanzar a las enfervorecidas masas las plumas que usó para firmar crueles órdenes ejecutivas, mientras Elon Musk hacía el saludo nazi (que no nos engañe, no estaba llamando a un taxi precisamente).

El día después de la fiesta ultra, el presidente y el vicepresidente, con sus respectivas familias, asistieron al último acto de su ceremonia de investidura: una misa en la Catedral Nacional de Washington. Al tratarse de un acto donde el presidente no es el que habla (vociferar en su caso) sino atenerse a escuchar, la misa habría pasado desapercibida para los medios, de no haber ocurrido lo inesperado: el sermón de la reverenda Mariann Edgar Budde, a la altura del legendario discurso del reverendo Martin Luther King.

“Puede que no sean ciudadanos ni tengan la documentación adecuada, pero la inmensa mayoría de los inmigrantes no son delincuentes”, señaló con tono calmado, contradiciendo de lleno la demonización xenófoba de los inmigrantes que ha usado Trump desde que saltó de su programa de la televisión-basura al mundo de la política.

Ante la cara de estupefacción del presidente, del vicepresidente JD Vance y de la primera dama Melania Trump, la obispa episcopaliana, en su intento de ablandar el corazón del delincuente convicto, invocó casi susurrando, la palabra más humana de todas: compasión.

“Pagan impuestos y son buenos vecinos. Son miembros fieles de nuestras iglesias y mezquitas, sinagogas, gurdwaras (santuarios sij) y templos. Le pido que tenga piedad, señor presidente, con aquellos en nuestras comunidades cuyos hijos temen que se lleven a sus padres, y que ayude a aquellos que huyen de zonas de guerra y persecución en sus propias tierras a encontrar compasión y acogida aquí”, imploró. Tras unos segundos para que hicieran efecto sus palabras, y puesto que se trataba de un oficio religioso, Budde intentó hacerle recordar a Trump que su abuelo también emigró a Estados Unidos para buscar una vida mejor para su familia: “Nuestro Dios nos enseña que debemos ser misericordiosos con el extranjero, porque todos fuimos extranjeros en esta tierra”.

La reacción de Trump, no por esperada, debió dolerle como un puñal en la espalda a la obispa de Washington (quien también pidió en vano que tuviera compasión por “los niños gais, lesbianas y transexuales en familias demócratas, republicanas e independientes, que algunos temen por sus vidas”).

“La llamada obispa que habló en el Servicio Nacional de Oración el martes es una radical de izquierda que odia a Trump. Su tono era desagradable, y no convincente ni inteligente. No mencionó la gran cantidad de inmigrantes ilegales que llegaron a nuestro país y mataron a personas”. Además, añadió, el servicio fue “muy aburrido” y concluyó con una orden delirante: “¡Ella y su iglesia le deben una disculpa al público!”.

Frente a frente las dos almas de Estados Unidos, la mezquina de Trump, donde triunfa la ley del más fuerte y de los oligarcas, y la “radical de izquierda” de Budde, cuyo único consuelo en su espíritu cristiano debe ser que, si Dios no destruye esta nueva Sodoma ultra debe ser porque sigue habiendo muchas personas justas y no pierde la esperanza de que un día puedan recuperar el poder.

Pero, para quienes no ven lo que está ocurriendo bajo el prisma religioso, la tragedia ni siquiera es la constatación de que Trump no tiene ni un gramo de compasión (tras las palabras de la obispa ordenó perseguir a las familias de inmigrantes que se refugian en las iglesias), sino que miles de personas votaron por él, a sabiendas de un día podrían ser ellos sus víctimas porque pertenece a uno de los grupos o minorías que el presidente supremacista detesta.

¿Qué estarán pensando ahora tantos negros que votaron por Trump sobre el indulto que el presidente acaba de conceder a los dos policías blancos que mataron al adolescente negro Karon Hylton-Brown y luego ocultaron las evidencias? ¿O los del mayor sindicato nacional de policías, que en campaña apoyó a Trump y ahora protesta porque los que intentaron pervertir la democracia durante el asalto al Capitolio y causaron el suicidio de cuatro uniformados (por estrés postraumático) también fueron indultados?

Y todo esto en tres días de mandato: quedan otros 1,458.

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