El ascenso y el apoyo a Donald Trump por parte de grandes empresarios en Estados Unidos traen a la luz una paradoja significativa dentro del tejido social y económico del país. Trump, conocido por su retórica antiinmigrante, desde su primer mandato, solo que hoy ha contado con el respaldo de sectores empresariales que simultáneamente se benefician de la mano de obra migrante, una fuerza laboral esencial, aunque explotada y subestimada.
Los migrantes, especialmente aquellos de origen latinoamericano, africano y asiático, son fundamentales en sectores como la agricultura, construcción, servicios domésticos y manufactura. Su trabajo dentro de grandes corporaciones no solo sostiene estas industrias, que hoy son las de carácter tecnológico las que fortalecen y que también impulsa la economía nacional, aportando a menores costos laborales y mayor productividad. Sin embargo, este aporte económico viene con un alto precio humano.
La retórica de Trump ha exacerbado el racismo, la segregación, la violencia y el despojo contra los migrantes. Su política de “tolerancia cero” y la insistencia en la construcción de un muro fronterizo son ejemplos de cómo la exclusión se ha convertido en política oficial. Esta atmósfera ha reforzado la percepción de los migrantes como una amenaza, justificando su confinamiento a condiciones laborales y de vida de segunda clase.
La violencia y explotación contra los migrantes han sido normalizadas bajo el pretexto de mantener “la ley y el orden”. Empresarios, en busca de maximizar beneficios, a menudo miran hacia otro lado o incluso participan en prácticas abusivas, sabiendo que la vulnerabilidad de los trabajadores migrantes - debido al miedo a la deportación y a la falta de derechos legales - los hace menos propensos a denunciar abusos.
El miedo ha sido una herramienta clave tanto en la administración de Trump como en la cultura empresarial. La amenaza constante de deportación, la separación familiar y el acoso legal son usados para mantener a los migrantes en una posición de sumisión, asegurando así una fuerza laboral dócil y barata. Esta estrategia no solo beneficia a Trump políticamente sino también a los grandes empresarios económicamente.
Aquí radica una ironía: los mismos empresarios que apoyan a Trump por su agenda económica y de “seguridad nacional” son los que dependen de la mano de obra migrante para su éxito. Este apoyo revela cómo el racismo, la segregación, la violencia y el despojo son, de hecho, herramientas fundamentales para mantener un sistema de explotación que favorece a unos pocos a costa de muchos.
Para avanzar hacia una sociedad más equitativa, es crucial que se reconozca y aborde esta explotación. Los grandes empresarios deben asumir responsabilidad por las condiciones de sus trabajadores, y la política migratoria debe cambiar para reflejar un reconocimiento de los derechos humanos y laborales de los migrantes. Solo así el verdadero valor de su contribución a Estados Unidos puede ser apreciado, no solo como mano de obra, sino como seres humanos con derechos inalienables.