¿Por qué no les gusta la escuela a los alumnos? David Willingham publicó un libro con este título, pero no hay evidencias que nos hagan concluir que a los alumnos no les gusta la escuela. Las encuestas revelan que a los alumnos ni aman ni aborrecen la escuela, más bien la toleran o se muestran ligeramente favorables a ella.
Sin embargo, el maestro se desespera cuando los alumnos muestran indiferencia ante temas que, en su opinión, son ricos y atractivos. Esa apatía es un problema grave de todas las escuelas y causa frustración en los docentes.
La opinión de Willingham es que la apatía del alumno se explica porque “el cerebro no está diseñado para pensar”, lo cual se opone a las creencias convencionales, pero concuerda con una vertiente importante de la psicología cognitiva. Para esta corriente pensar no es divertido. De hecho, hay dos mentes: una de pensamiento rápido (sistema 1) y otra de pensamiento lento (sistema 2) al estilo de Daniel Kahneman.
No es tan divertido pensar por varias razones: la primera, es que pensar exige un esfuerzo. De ahí la resistencia a pensar. Por tanto, resistirnos a pensar no tiene por qué denotar pereza, y puede deberse a un deseo de ser cautos y prudentes con nuestros recursos personales, para no malgastarlos. Segundo, pensar tiene un alto grado de incertidumbre, hay muchas cosas que no conocemos del proceso. Al no tener garantía de que pensar nos vaya a llevar a un determinado resultado satisfactorio, toda invitación a hacerlo tiene implícita otra invitación: a ser castigado si no se cumplen las expectativas planteadas.
Evitar el fracaso es un motivo de peso más fuerte que la posibilidad de obtener un éxito o recompensa de un calibre similar. Estas ideas están recogidas en dos principios cognitivos totalmente validados: 1) siempre que se nos pide que tomemos una decisión, nos mostramos reacios a correr riesgos; 2) lo malo siempre pesa más que lo bueno.
Otro problema es la disponibilidad mental, o sea, capacidad de tener a mano la información apropiada y los recursos cognitivos suficientes para afrontar un problema en el momento en que este se nos plantea. Pensar depende directamente de la capacidad de acceder a la información que almacenamos en la memoria de largo plazo. Una cualidad de la información almacenada es que se puede acceder a ella rápidamente.
Para el psicólogo Norbert Schwarz, la facilidad de acceso puede tener efectos extraños. Durante el transcurso de un estudio, Schwarz pidió a un grupo de personas que recordaran un episodio de su pasado en los que fueron asertivos y que evaluaran el grado de asertividad. A la mitad del grupo que evaluaran seis episodios y a la otra mitad, doce. Los que recordaron seis fueron más asertivos que la otra mitad. En la medida en que aumenta la dificultad de recordar una información determinada, disminuye la probabilidad de que esta influya en nuestro pensamiento activo.
La curiosidad ocupa una posición central en la argumentación e Willingham. Somos curiosos por naturaleza y estamos motivados a descubrir cosas en el mundo que nos rodea. Pero tenemos una enorme limitación: somos muy selectivos al escoger en lo que prestamos atención. La “curiosidad general” no existe es algo que solo funciona cuando la activamos. No podemos sentir curiosidad por todas las cosas pues tenemos lagunas de conocimiento. Indagamos primero aquello que ya conocemos. La mayoría de nosotros tenemos poco interés en saber cómo funciona la computadora. Nos sentimos desmotivados porque percibimos que la laguna de conocimientos es demasiado vasta para despertar nuestro interés.
Uno de los principales ejes de la tesis de Willingham es que gran parte del funcionamiento humano se basa más en activar la memoria que en pensar. ¿Si nuestra mente no fue diseñada para pensar, entonces ¿para qué fue diseñada? Hay muchas áreas de las cuales se ocupa el cerebro: el desplazamiento bípedo, el equilibrio, el uso de información visual, la capacidad de reconocer y dar nombres a miles de objetos, la posibilidad de seguir pistas, de evaluar el estado mental de los otros, la capacidad de conversar con otra persona teniendo en cuenta las disposiciones de nuestro interlocutor; etc. Las últimas se ocupan de lo que llamamos cerebro social. Nuestro cerebro ha evolucionado hasta hacernos capaces de entablar y mantener relaciones sociales siguiendo determinadas reglas, dominar una o varias lenguas, almacena información en su memoria, etc. En realidad, el maestro frente al alumno, está en desventaja. Lo que pedimos al alumno en el salón de clases es que vayan más allá de la información que han acumulado, lo cual no tiene nada que ver con lo que ha sido su desarrollo personal hasta ese momento.