Opinión

El Ajusco necesita un exorcismo

Molestia. “Nunca una mamá tendría que venir a buscar los restos de su hijo de esta manera”

¿Qué tiene que pasar para que autoridades de los tres niveles de gobierno decidan rescatar al Ajusco, arrancarlo de las garras de la delincuencia que lo usa como fosa clandestina, y devolverle su nivel de espacio público seguro?

Equipados con cerveza y papitas, unos van al Ajusco a organizar la tradicional carnita asada de los fines de semana. Otros, con picos y palas, van a escarbar la tierra para buscar los restos de una persona querida. ¿Cómo llegamos a esto?

La respuesta es por años de permisividad, complicidad o desidia. Que el Ajusco sea un tiradero de cuerpos es una vergüenza colectiva que debe parar de inmediato. No estamos hablando de un paraje escondido en un lugar inaccesible de la sierra de Guerrero, el Ajusco es parte de la capital del país, que tiene la mejor policía, el mayor número de cámaras de videovigilancia y está a unos minutos del Periférico, de no creerse.

El caso más reciente, el de Monserrat, cubierto por Jorge Aguilar para Crónica, no solo pone al descubierto la tragedia de una familia, el valor de una madre, también la omisión de autoridades que por años le han fallado a la gente que busca, literalmente con sus propias manos, a los desaparecidos. La madre de Monserrat se unió con familiares de otras personas desaparecidas para formar un colectivo denominado “Una luz en el camino” para hacer el trabajo pericial que debería hacer la autoridad, pero no lo hace.

El día que encontraron el cuerpo, minutos antes de emprender la última búsqueda, la madre de Monserrat declaró: “Nunca una mamá tendría que venir a buscar los restos de su hija de esta manera, hoy tengo la certeza de que mi hija está en un lugar mejor y descansando, pero cualquier madre o padre que ame a sus hijos sinceramente, se va a querer llevar a casa hasta la última falange, el último diente. Quiero pedirle permiso a los guardianes de las montañas para que nos permitan llegar hasta donde esté mi hija y gritarles, si ustedes me acompañan, esta frase: vinimos por ti, te amamos, nos vamos a casa”. La cita es larga, pero necesaria para comprender el dolor que rasga las entrañas.

Por una extraña razón, la autoridad suele ver a los grupos de madres buscadoras como adversarias a las que hay que tener lo más lejos posible, ni siquiera hay que hablarles. Hay traerlas vuelta y vuelta hasta que desistan de su búsqueda, pero hay otras que siguen hasta el final para llevarse a casa lo que quede de su familiar, así sea, la última falange.

“Las madres buscadoras, como dice la nota de Crónica, pusieron en pausa su vida, dejaron de ser amas de casa, empleadas, empresarias o cualquier profesión para dedicar su vida a excavar México “hasta encontrarlos”. Aun con duros golpes como la liberación de los presuntos secuestradores de Monse y la anulación de datos de prueba importantes (como la geolocalización de los teléfonos celulares y el extravió de los audios de las indagatorias que ya estaban en posesión de la Fiscalía), las buscadoras limpian sus lágrimas y caminan para hacer un trabajo que parece ser pericial. Las buscadoras necesitaban la bendición de Dios para excavar por los restos y es por eso por lo que un sacerdote bendijo su acción”.

El Ajusco requiere un exorcismo. Andan por ahí un montón de demonios sueltos. Apareció un cuerpo, pero muchos otros siguen perdidos. ¿Cuántos estarán en algún lugar del Ajusco? Se dice poco, pero el Ajusco es un volcán extinto y uno de las muy pocas áreas verdes que resisten como pueden la acometida del asfalto. Que se use como sitio de convivencia familiar y esparcimiento y no como fosa clandestina es un imperativo.

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