El accidente ocurrido el pasado miércoles 29 en el aeropuerto Ronald Reagan de Washington, D.C. (DCA), entre un helicóptero militar UH-60 Black Hawck de las fuerzas armadas estadounidenses, con tres tripulantes, y el avión CRJ 700 que cubría el vuelo 5342 de PSA American con 67 ocupantes, es -de alguna manera-, un accidente anunciado, ya que ocurrió en un aeropuerto sumamente congestionado cuyo entorno es sensible y al mismo tiempo complicado y que involucra, además, una serie de hechos que -sin duda- estaban creando ese caldo de cultivo donde se inscriben los accidentes aéreos: no hay UNA causa, hay una concatenación de factores.
En primera instancia, el aeropuerto Reagan (antes National) que fue construido en Virginia, junto al cementerio de Arlington, y está asignado a la jurisdicción del Congreso de EU, fue el aeropuerto “regular” de la ciudad y más adelante se construyó el Dules para ampliar la infraestructura ente las crecientes operaciones. No obstante, el Reagan -llamado así en honor el presidente del mismo nombre- quedó como el aeropuerto local donde se dan operaciones comerciales, aunque pocas, muchas de aviación ejecutiva para servicio de los funcionarios y legisladores, así como militares que se realizan en el entorno.
Debido a las dificultades de territorio, elevaciones e infraestructuras vecinas (como la Casa Blanca, el Pentágono, el Obelisco, etc.) y las operaciones de las bases militares y otros aeródromos cercanos, las maniobras de aproximación a las tres pistas (casi sobrepuestas) son extremadamente complicadas (especiales, le dicen), pero implican una serie de procedimientos que contrastan con el carácter visual de algunas operaciones (de los helicópteros que ahí son profusas), incluso de noche.
Como si esto no fuera suficiente, en el accidente del miércoles confluyeron varios temas que aún están a discusión y serán, sin duda, objeto de la investigación que la Administración Federal de Aviación de los Estados Unidos (FAA), el fabricante del avión, la canadiense Bombardier y Sikorsky, del helicóptero, así como la Junta Federal de Seguridad en el Transporte (NTSB), tendrán que dilucidar.
No obstante, uno de ellos tiene que ver con fallas sistémicas como es la escasez de controladores de tránsito aéreo, problema que se presenta tanto en Estados Unidos como en Canadá (¡y no se diga en México!) lo cual hace que la carga de trabajo de los controladores disponibles se incremente a niveles que pueden causar fatiga y, por lo tanto, menos posibilidades de atender con toda la lucidez que requiere la labor de control del espacio aéreo en esta área terminal, de por sí complicada.
Tratar de controlar áreas de procedimientos que usan sistemas PNB para la aproximación de un muy acotado corredor de aproximación, donde confluyen además vuelos en condiciones visuales y de instrumentos, tiene muchos retos que requieren de personal no sólo bien entrenado, que lo está, sino con descansos adecuados.
Dentro de este coctel, se mencionan decisiones recién adoptadas por el nuevo gobierno de Donald Trump para, en principio, cesar a funcionarios de la FAA y a controladores de tránsito aéreo, en su afán de recortar gastos y adelgazar la administración, todo lo cual deberá investigarse con cuidado.
No obstante, como siempre se ha dicho, hay servicios públicos que no deben someterse a recortes presupuestales supuestamente benéficos. Son las barbas del vecino. E-mail: raviles0829@gmail.com