A contracorriente de los valores de las comunidades modernas, liberales y progresistas; a consecuencia de los errores e ineptitudes de las demócratas élites adversarias, Donald Trump nos permite paradójicamente la enorme oportunidad de una respuesta creciente y afinadamente unitaria ante la amenaza de su incipiente guerra arancelaria. Además, posibilita la revisión de nuestra estrategia ante el elefante en la habitación nacional: la deficiencia estructural de la sociedad mexicana, aún inamovible, vinculada a la presencia de los cárteles.
Del primer tema, muy pocos tienen duda. Junto a la Presidenta Claudia Sheinbaum, el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Francisco Cervantes —quien debería estar revisando de inmediato ya no dejarse apodar Capitán América, sino modificar su indicativo a Capitán México— y el grupo de gobernadores, especialmente la responsable ejecutiva de la capital del Obradorismo, Clara Brugada, una comunidad nacional lúcida y solidaria le acompaña.
Se reivindica la soberanía nacional tanto como el respeto merecido por las instituciones mexicanas y la política pública a definirse con precisión programática ante la embestida decretada desde Washington.
Contra el balbuceo de un segmento de la oposición, los más atinados insistentes en el contraste de la propagandizada lógica de “abrazos no balazos” del sexenio anterior con la disposición más sustantiva de detenciones, cateos y decomisos de la actual administración, Sheinbaum tiene una gigantesca oportunidad para depurar propósitos, revisar narrativas, reorganizar el núcleo del movimiento nacional actualmente hegemónico y proyectar un liderazgo nacional e internacional cuyo éxito estará vinculado a la disposición eficiente de la lideresa tanto como a la demagógica determinación trumpista, sombríamente peligrosa si incluye intervenciones territoriales más vistosas que las usualmente aplicadas por la DEA y otros organismos en nuestro país.
Es bueno invocar a Benito Juárez. Doblemente lo será aprovechar la amenaza real y la aparente, para combatir a los grupos delincuenciales a quienes seguramente también inhibe Trump: los capos odian ser llevados al sistema penitenciario estadounidense. Más aún, la eventualidad de operaciones directas —quirúrgicas o no— en contra de los intereses de sus grupos dentro de la enorme economía informal delincuencial a la que conocemos como narcotráfico, boquiabiertos ante el arancel de inteligencia y militar del país hegemónico.
Las medidas arancelarias, unilaterales y retrógradas respecto de las dinámicas comerciales actuales e incluso contraargumentativas en relación con lo expresado por el republicano sobre la inflación, podrían sostenerse más tiempo del resistible si las afectaciones al empleo, migración y seguridad se recargan más profunda y velozmente en México que en Estados Unidos.
En sectores empresariales estadounidenses hay crítica abundante. La Asociación de Empresas de Texas ve una amenaza al éxito comercial alcanzado en los últimos años por todo Norteamérica. ¿Perturbar al comercio sin ventaja contundente?
Las restricciones comerciales elevan los precios de los bienes al limitar la competencia y la eficiencia productiva, generan distorsiones en los mercados, reducen la competitividad y afectan el bienestar de las y los consumidores.
Entre 2018 y 2020, Trump aplicó aranceles a productos chinos por un valor de 370 mil millones de dólares anuales. El resultado: encarecimiento de bienes como electrodomésticos, vehículos y componentes tecnológicos.
China pone, como Sheinbaum, el dedo en la llaga: “el fentanilo es un problema de Estados Unidos”. Aunque también de ese país vienen grupos delincuenciales ya asociados con otros locales en México.
Trump decía oponerse a las políticas inflacionarias atribuidas a la Reserva Federal, ahora pone a la economía de la región en un riesgo económico como el enfrentado con la pandemia de Covid.