Opinión

Lidiar con Trump

Donald Trump
Donald Trump presidente de Estados Unidos

El amago de Donald Trump, con el que Estados Unidos impondría aranceles a México y Canadá, tiene tantas aristas que es imposible abordarlas todas en un espacio breve. Revisaremos, entonces, las más importantes.

Siguiendo el manual de los populismos, Trump pone a la política interna por delante de la economía y al discurso por delante de los hechos. Las intenciones son evidentes: por una parte, dar la imagen de político fuerte y diferente, que no se va por las vías tradicionales, sino que arranca compromisos a la mala; por otra, dar la impresión de querer hacer de su país la primera potencial mundial indiscutida. Usa la amenaza de los aranceles como arma arrojadiza.

Imponer aranceles generalizados es una mala idea económica por donde se la vea. Las épocas en los que el mercantilismo (el proteccionismo nacionalista) ha sido la práctica común entre las naciones corresponden , no casualmente, a las de menor crecimiento económico mundial y las que más tensiones y conflictos internacionales crearon. Es posible que Trump de verdad crea en el mercantilismo; así parece cuando afirma que tener un déficit comercial equivale a subsidiar a quien tiene superávit. Es la lógica de suma cero: lo que gana uno lo pierde otro, cuando en realidad todos pueden beneficiarse de la cooperación.

El caso es que la aplicación efectiva de los aranceles significaría pérdidas para todos. Menor crecimiento, caída en el empleo, ruptura o dislocación de las cadenas productivas y de valor, e inflación. Estos efectos serán mayores si hay contramedidas de parte de los afectados y se genera una guerra comercial donde antes había un acuerdo de libre comercio, En el caso que nos ocupa, el efecto inmediato para México y Canadá sería la caída de la producción, y para EU, los aumentos de precios… con el efecto mediato de que también en Estados Unidos terminarían afectándose la producción y el empleo. Estados Unidos, además, con la política de persecución a migrantes, se verá afectado en sectores como el agrícola, el de la construcción y el de servicios al público. Otro posible resultado con aranceles efectivos, podría ser la devaluación del peso mexicano y del dólar canadiense como mecanismos “de mercado” para contrarrestarlos.

La ventaja para los países amenazados por Trump es que los sectores productivos estadunidenses sí están conscientes del desastre que representa el mercantilismo. No van a aceptar fácilmente una cascada de pérdidas a cambio de la promesa de gloria nacional.

Al poner la política por delante de la economía, amarrando ambas, Trump usó con México una carta importante que puede servirle en su discurso xenófobo interno, pero también en la negociación: la afirmación de que el gobierno mexicano está coludido con el crimen organizado. Lo hizo con un uso irresponsable del lenguaje, y contra una administración que, en sus primeros cien días, decomisó muchísima más droga que la anterior en el mismo lapso y centuplicó el número de detenciones. Pero también lo hizo con el conocimiento de que el gobierno de López Obrador fue condescendiente (por decirlo ligerito) con el crimen organizado, que no cooperó con EU en el asunto y que hay varios políticos locales señalados como cómplices de la delincuencia, a los que el actual gobierno defiende. Toca un flanco débil de la coalición morenista.

La respuesta de Claudia Sheinbaum ha sido racional y bien pensada. No podía, de ninguna manera, aceptar la acusación del gobierno de Estados Unidos, devolvió bien la pelota al subrayar que del otro lado de la frontera existe por igual el crimen organizado, que armeros y farmacéuticas de allá son parte del problema y que los aranceles no arreglan nada. Más importante, propuso una mesa de trabajo de alto nivel sobre el tema del narcotráfico y la inseguridad; mostró abiertamente disposición al diálogo. Con ello, buscó, correctamente, una solución en la que Trump pueda cantar victoria sin comprometer ni la soberanía ni la economía de México. Esa solución no puede sino pasar por una nueva etapa de cooperación en materia de seguridad con Estados Unidos: la clave serán los cómo, y es lo que el gobierno de Trump va a revisar en un mes, para seguir amedrentando.

Justin Trudeau ha sido más aguerrido y directo. Anunció que responderá con aranceles de 25% a importaciones desde los Estados Unidos, por un valor de 110 mil millones de dólares, además de llamar a un boicot a los productos estadunidenses. Lo hace después de señalar la larga historia de alianzas entre Canadá y EU, dejando entrever que lo de Trump es nada menos que una traición.

Hay un elemento no menor. Cuando habló Trudeau, dijo que lo hacía en nombre del gobierno canadiense, de los empresarios, de los sindicatos y de la sociedad civil. Y la oposición conservadora lo aplaudió, aunque señaló algunas diferencias de política energética, y ahora está en competencia, ya que están próximas las elecciones, para ver quién se enfrenta con más decisión al mandatario de EU. A diferencia de Sheinbaum, que tendrá que lidiar con el arbitrario y prepotente presidente de Estados Unidos por los próximos cuatro años, Trudeau va de salida. (Nada de esto excluÍa que Canadá, a su vez, negociara con EU).

Sheinbaum ha tenido el apoyo de las empresas mexicanas y de las estadunidenses que tienen relación con México, de la mayoría de la opinión pública pero, sólo de manera condicionada, de una parte de la oposición. Encima de eso, se encontró con que una parte del morenismo quisiera una fuga hacia adelante, con sugerencias a veces delirantes, envueltos en el himno, la bandera y las baladronadas. Tal vez algunos esconden en el patrioterismo los intereses ilegales creados. Sus problemas políticos nacionales resultan de años de practicar la exclusión política y de la soberbia de los vencedores, que son muy poco útiles para cuando se requiere de unidad. A la presidenta mexicana se le abre la posibilidad de soltar amarras; falta que quiera y, en ese caso, que haga una eficiente labor de equilibrio.

La cuidada racionalidad de Claudia Sheinbaum ha tenido éxito, hasta ahora; la respuesta airada y segura de Trudeau tuvo el mismo resultado. Los ultranacionalistas en los tres países quedaron en ascuas. Cada quien acomoda el discurso según sus intereses. Los amagos seguirán. Lo más claro es que Estados Unidos, con Trump, se ha convertido en un socio poco confiable.

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