Los aranceles impuestos unilateralmente por el gobierno de Estados Unidos en contra de las exportaciones mexicanas, si revertir la bofetada calumniosa y de la cual no se conoce disculpa alguna de clasificar al gobierno de la 4-T.2 como aliado de malhechores, malandrines, traficantes de drogas o personas y asesinos, pues todo eso cabe en la palabra CÁRTEL, han sido puestos en pausa, lo cual no significa gran cosa pues para lograrlo se ha debido reconocer el sustento del pretexto: la insuficiente vigilancia fronteriza cuya lenidad, displicencia o porosidad (morosidad, complicidad), permite el paso del temido fentanilo a los Estados Unidos y para cuya atención serán destinados miles de elementos militares de este país, para ponerlos al servicio del interés americano, aunque haya quien diga, se trata también de vedar, impedir o dificultar para siempre el paso de las mortíferas armas estadunidenses, producidas por compañías privadas; no por el gobierno americano, las cuales en manos mexicanas cobran vida propia y matan gente por racimos, tal si la culpa fuera de la bala y no de quien la dispara, como si en extrema comparación, la botella y sus fabricantes fueron responsables del alcoholismo en abierto descargo del pobre beodo incapaz de moderar su consumo, pero algo debe hacerse para salvar la cara y darle un viso de mutua bilateralidad a las concesiones, obediencias y disposición hacia los gringos, pues, con la premura del caso, con la diligencia obligada para los asuntos de extrema urgencia, los aranceles del sábado se convierten –ni se olvidan ni se dejan, como un viejo amor--, en la pausa del lunes y la promesa de avanzar en la seguridad fronteriza es prueba palmaria de su descontrol actual, porque no se mandarían los soldados si la situación no lo ameritara, y si lo requiere es por el dominio territorial de los cárteles, pero eso no significa ni un arreglo definitivo o el fin de las presiones incesantes, sino apenas un primer round de poco tiempo en el cual México se sujeta de las cuerdas frente al poderoso país cuya potencia no puede anular; es una pausa como bien dicen las palabras oficiales y como quien dijera, un plazo sujeto al, cumplimiento de ciertas condiciones, obligaciones impuestas de allá para acá, pues no fueron ellos quienes buscaron este principio de arreglo, porque el “gran garrote” no necesita razones, simplemente cae con la potencia de su capricho y ahí andamos nosotros requiriendo, solicitando, pidiendo sin exigir (porque no nos hacen caso por las buenas, cuando no tenemos para las malas), y por ahora el asunto arancelario se queda en el aire pero no desaparece y la espada de Damocles pende sin importar la longitud de la crin que la sostiene, pero lo verdaderamente fundamental: la calumnia, como ha calificado nuestra presidenta la indigna acusación de narco gobierno, ha quedado intacta, intocada y fuera de la mesa o al menos fuera de las declaraciones oficiales de la incómoda mañanera de ayer y para bien ya tenemos siquiera una pausa, una merma en la presión en el cogote sofocado, no un arreglo definitivo, por lo cual ya sabemos: se hará cuanto a los estadunidenses convenga, porque ante el gringo poco podemos hacer además de agitar la bandera y gritar como poseídos de fervor patrio, y así nos hallamos en el mismo punto de partida de la relación de la Cuarta Transformación con Donald Trump en estas dos etapas: las fronteras a su servicio como en los tiempos del peje, y si en aquellos años sellamos la frontera del sur; ahora nos empujan a sobrepoblar de militares la línea del norte en una vuelta de la tuerca incesantemente apretada por un gobierno racista, injurioso, cuyo presidente nos tilda de ladrones, violadores, asesinos, traficantes y todas esas lindezas, pero ante quien debemos estar complacidos por la gentileza de aplazar por un mes (el más corto del calendario, por cierto), el jalón de la soga en nuestro cuello.