Opinión

Unidad nacional

Ceremonia de investidura presidencial
AMLO entregará la banda presidencial antes de diciembre, sin cumplir seis años al frente del país AMLO entregará la banda presidencial antes de diciembre, sin cumplir seis años al frente del país (Cuartoscuro)

La mañana del 15 de septiembre de 1942, antes de la verbena nocturna y el tradicional Grito de Independencia en el Zócalo capitalino, el presidente Manuel Ávila Camacho (1940-1946) organizó ahí mismo una concentración masiva a la que se le nombró: “Ceremonia de Acercamiento Nacional”.

Hacía poco más de tres meses que el país se encontraba formalmente en guerra contra las potencias del Eje. La inédita participación de México en un conflicto bélico internacional -así fuera, por el momento, meramente declarativa-, representaba a su vez una coyuntura propicia para ensayar la retórica de la unidad nacional.

La guerra contras las potencias fascistas demandaba hacer un frente común, no sólo de los diferentes sectores sociales y económicos del país -empresarios, obreros, campesinos, profesionistas, estudiantes- sino especialmente de la élite política mexicana, cuyos desencuentros y confrontaciones habían provocado gran inestabilidad y buena dosis de violencia en las dos décadas anteriores.

Para la ocasión se mandó construir un templete de madera justo debajo del palco central del Palacio Nacional. En punto de las 11 de la mañana, el presidente Ávila Camacho pronunció un mensaje a la nación trasmitido en vivo por la XEDP, la estación radiofónica del gobierno mexicano.

Lo escoltaban, -y tal era, por mucho, la singularidad más significativa del acto- los seis expresidentes vivos que habían gobernado al país en los últimos veinte años entre disputas, traiciones, manotazos, madruguetes, alzamientos, asesinatos y rebeliones. La vieja y fracturada familia revolucionaria, reunida al sonoro rugir del cañón, en el nuevo país de la revolución institucionalizada.

A la izquierda del presidente Ávila Camacho: el general Lázaro Cárdenas (1934-1940) recién nombrado Secretario de la Defensa; a su derecha: el general Plutarco Elías Calles (1924-1928), apenas de regreso del destierro al que lo condenó el presidente Cárdenas, para ponerle un punto final al Maximato. Su disposición a la izquierda y a la derecha del presidente en turno resulta por demás significativa.

Completan la fila de ex presidentes, de izquierda a derecha: Pascual Ortiz Rubio (1930-1932); Abelardo Rodríguez (1932-1934), único de los ex mandatarios que acudió a la cita en uniforme militar; Emilio Portes Gil (1928-1930), a quien Lázaro Cárdenas relevó en la presidencia del PNR en 1936, cuando se refundó el partido como PRM, al considerarlo un político al servicio de Elías Calles; y el otro extremos Adolfo de la Huerta (1920), el otrora poderoso político del grupo sonorense, presidente por apenas 10 meses tras el asesinato de Venustiano Carranza, y que en una rabieta sucesoria protagonizó el levantamiento armado de 1923 que se cobró siete mil vidas.

Sumaban 22 años de poder presidencial en ese momento en el que México dejaba la neutralidad y entraba, así fuera de manera casi simbólica -con el perdón del Escuadrón 201- a los estertores de la Segunda Guerra Mundial.

Reproduzco algunos fragmentos de aquel discurso:

“Pueblo de México:

“En estos días, en que celebramos la proclamación de la Independencia, debemos aproximarnos con emoción a la realidad intrínseca de la Patria”

“Han transcurrido 132 años desde aquél en que nuestro pueblo rodeó, en Dolores, al hombre de la iluminada visión que tan merecidamente llamamos el Padre Hidalgo. En el curso de esos 132 años, México ha atravesado experiencias difíciles, guerras crueles y movimientos internos muy numerosos. Nacidos a la existencia política en un momento de crisis, semejante al actual, hubimos de defender nuestras libertades contra todas las amenazas. Contra las amenazas de afuera, que nos impusieron conflictos capaces de reducir nuestro territorio, pero no de amenguar nuestra dignidad. Y contra las otras, las amenazas de adentro que en vano procuraron desviare caudal de nuestras justas aspiraciones y que fueron siempre vencidas por la marcha ascendente del pueblo hacia el bien y la redención”.

“(…) México conmemora este año su independencia bajo el signo dramático de la guerra. La hora es de unción y de austeridad. De cada una de las entidades del territorio nos llega un mensaje análogo: México está disidido a colaborar para la victoria final de las democracias; las ciudades de México no desean permanecer en el ocio de una espera inerte e irresponsable: el pueblo de México no se dejará vencer por la desmoralización de los derrotistas, ni por el temor de una lucha que aceptamos con energía y que libraremos con pundonor.

“(…) Cuando lo que se debate es la perduración de la patria, las peculiaridades personales y los anhelos partidaristas no tienen talón de ser. En una época en que la memoria de nuestros héroes nos exhorta a salvar de la ira extranjera la integridad de nuestro destino, los desacuerdos particulares debilitarían la energía colectiva, la discordia implicaría una traición y las pasiones sectarias ceden el paso a la determinación respetable de un pueblo en guerra: la de unirse, sin reticencias y sin reservas, para vencer”.

(…) De ahí la importancia vital de este acto de acercamiento, en el que los representantes de nuestro pasado inmediato y de nuestro presente se asocian y fraternizan inspirados por un ideal mucho más elevado que el de las transitorias pugnas de orden interno: el de asegurar, frente al riesgo, la cohesión absoluta de la República”.

“(…) Y ahora que la ola de fuego del imperialismo más arbitrario trata de reducir a cenizas nuestra existencia, aquí estamos todos, los de hoy y los de ayer, los ausentes y los presentes, los que viven y los que fueron, constituyendo una unión sagrada que ningún ataque enemigo dividirá”.

Ahí estaban todos, en efecto, “los de hoy y los de ayer”, “los que viven y los que se fueron”, incluido, por supuesto, el general Obregón, la sombra fantasmal del caudillo.

Imaginemos ahora esa misma fotografía, pero en el Zócalo de la capital mexicana en 2025. ¿Podríamos concebir un acto político similar como nueva expresión de la unidad nacional, ante los embates y las amenazas múltiples del presidente Trump?

El equivalente actual de aquella foto histórica de 1942 nos presentaría a la presidenta Sheinbaum escoltada por López Obrador, Peña Nieto, Calderón, Fox, Zedillo y Salinas. Suena como algo simplemente imposible.

Me pregunto entonces: ¿Acaso la transición democrática mexicana de entre siglos polarizó e incordió más a nuestras élites políticas que los salvajes y truculentos años posteriores a la Revolución Mexicana?

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