Opinión

Dinamarca no tiene salarios mínimos

Recientemente, en discusión universitaria, uno de mis interlocutores me echó en cara esa verdad: Dinamarca, el país nórdico que es un modelo social ejemplar, sin embargo, no decreta ni instituye a los salarios mínimos. Ergo, tal institución no es necesaria para regular el mercado laboral, más bien estorba.

La cosa me llevó a pensar cuán interiorizado está el pensamiento hiperliberal entre nosotros, pues la no existencia de salarios mínimos allá se explica, no por la magia de libre mercado, sino por lo contrario: por la existencia de un poderoso y coordinado movimiento sindical.

Traigo a cuento una historia edificante. En 1981 la cadena transnacional de hamburguesas McDonald’s se instaló por primera vez en Copenhague y sus directivos -criados en las placentas de la escuela de Chicago- aterrizaron a aquel país afirmando su reaganismo, sus principios liberistas según los cuales su empresa no admite ni pacta con sindicatos. Así que la operación de la cadena de comida rápida creyó poder instaurar su modelo de negocio sin mayor argumento que su enorme poder de contratación.

Para entonces McDonald’s ya operaba en 20 países distintos y sólo en Suecia había negociado un contrato colectivo con un sindicato, no haría lo mismo en Dinamarca, pues en este país existen convenios voluntarios por sector económico y si bien existía el convenio para los trabajadores de hoteles y restaurantes, el carácter no vinculante eximía de responsabilidad a la empresa. El resultado es que durante casi todos los años ochenta los empleados daneses de McDonald’s recibieron los salarios más bajos de Europa… fue entonces que el movimiento sindical reaccionó.

Las condiciones de trabajo en esa cadena eran peores que las de Burger King, su competencia que sí se había adherido al convenio sectorial y por supuesto las ganancias de McDonald’s eran las mayores, ojo, no por ofrecer un mejor producto ni precios más bajos sino por su poder de contratación, como dicen los economistas más clásicos, por el abuso monopsónico.

En noviembre de 1988 los daneses desplegaron una estrategia de “huelgas en solidaridad”. Dieciséis sindicatos desarrollaron acciones de protesta y de boicot a la operación de McDonald’s. Se trataba de movilizar las industrias adyacentes para provocar parálisis a la transnacional.

Los trabajadores portuarios se negaron a descargar contenedores de equipos McDonald’s. Los impresores se negaron a suministrar materiales como manteles o servilletas a las tiendas, menús y vasos. Los trabajadores de la construcción se negaron a edificar nuevas sucursales. El sindicato de tipógrafos se negó a colocar anuncios de McDonald’s en publicaciones, lo que eliminó la presencia de publicidad de la empresa. Los camioneros se negaron a entregar comida y cerveza a McDonald’s. Los trabajadores de alimentos y bebidas que trabajaban en instalaciones destinadas las tiendas se negaron a trabajar en productos McDonald’s.

Además de entorpecer las cadenas de suministro de McDonald’s, los sindicatos participaron en mítines y campañas de panfletos frente a las sucursales, instando a los consumidores a abstenerse de acudir a la empresa (existe una magnífica monografía de este episodio de despliegue sindical en el momento de auge del neoliberalismo en el blog de Matt Bruenig, consultable aquí https://bit.ly/3QczH9e)

Este tipo de movilización en solidaridad está prohibido en Estados Unidos por ejemplo, pero no en Dinamarca y tampoco en Suecia. Los trabajadores de la trasnacional no podían ir a la huelga directamente porque eran fácilmente despedidos pero los trabajadores de otras empresas si, en solidaridad y socorro. En pocas semanas lograron concitar una amplia simpatía pública y el negocio, estragado, aceptó los términos de los convenios colectivos del sector.

¿Resultado? los trabajadores de McDonalds en Dinamarca reciben 22 dólares por hora, tienen 6 semanas de vacaciones y pago por enfermedad. Además del resto de beneficios del Estado de Bienestar danés que incluye atención médica, cuidado de niños, jubilación y educación hasta la universidad.

En resumen: Dinamarca no necesita instituir a los salarios mínimos porque, a cambio, cuenta con una poderosa organización sindical, activa, solidaria y además imaginativa.

Si miramos hacia adentro, hacia México, veremos un caso opuesto, casi inverso: escasa organización sindical, líderes perezosos, centrales burocratizadas y como resultado, poderes monopsónicos indomables, con escasos controles. Por eso, precisamente por eso, la institución salario mínimo es imprescindible en México y no necesaria en Dinamarca.

Los trabajadores más débiles, esos que durante la pandemia llamamos “trabajadores esenciales”, necesitan un recurso legal (a falta de organización) para llegar a la mesa donde se firma el contrato con un cierto poder de negociación: el que les otorga la ley y en nuestra caso, la constitución.

Más a fondo, el caso danés muestra a las claras, que los salarios de la escala baja son definidos mucho más por las condiciones de contratación que por la “productividad” o la “competitividad” como reza un dogma (un pretexto) arraigado entre nosotros.

McDonalds siguió operando, siguió expandiéndose y siguió ganando dinero en Dinamarca, pero dentro de una estructura de redistribución del ingreso mucho más razonable y por eso, más justa.

El diluvio neoliberal arrasó con la organización de los trabajadores y con la idea misma de los derechos laborales (en nombre de la flexibilidad y cosas así). Pero justamente porque los mexicanos vivimos en un desierto sindical es por lo que es todavía más necesaria y recurrible, imprescindible, la institución salario mínimo.

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