Opinión

El fuego no es comparsa

Frente al fuego iniciado a las 03:10, el Gobierno de la CDMX decide desplegar una disposición urgente donde se validan efectividad de los vulcanos para extinguirlo en tres horas y se evidencian desórdenes escondidos, como el abuso privado de las instalaciones eléctricas, construcción ilegal o encimado ilimitado de tarimas.

Llegó a los más de mil grados centígrados desintegrando una parte de los arcotechos y exhibiendo por tercera vez en los últimos seis años las vulnerabilidades de una Central de Abasto ciertamente más atenta y despierta: con Claudia Sheinbaum se ubicó mayor vigilancia y con Clara Brugada se promovió una subestación de bomberos.

Mónica Pacheco, la directora del mercado más grande de América Latina, Myriam Urzúa, secretaria de Protección Civil, y el equipo del Jefe de Bomberos, Juan Manuel Pérez Cova, acumularon una fuerza de tarea de 700 personas. Brugada se dirigió a las y los afectados, dueños, arrendatarios, modestos locatarios quienes habrían perdido la totalidad de la mercancía para la preparación de regalos y arreglos diversos para este 14 de febrero.

En recorrido por las naves dañadas, la Jefa de Gobierno escucha peticiones. Manos a la obra. Hoy mismo inician las mesas de trabajo para restablecer lo perdido. Desde el Fondo para el Desarrollo Social (FONDESO) se llevarán recursos para atender las afectaciones en la zona de flores y hortalizas, donde unos 70 locales fueron consumidos por el fuego. Todo mundo tuvo acceso a sus cajas fuertes y la liquidez circulante por acá. Ni víctimas ni quejas por faltantes.

El escenario del siniestro es el proscenio de la acción de un gobierno dominical a raíz de la urgencia. Brugada insiste en la corresponsabilidad para impulsar programas preventivos de protección civil.

Sin separarse de su afabilidad, expone las decisiones: la Fiscalía General de Justicia trabaja en los peritajes y el dictamen de las causas; Protección Civil elabora el correspondiente; las obligaciones instruidas al FONDESO, e insistentemente la sugerencia preventiva. Todos son corresponsables para evitar futuros percances, sobre todo con las fuentes de energía y de vulnerabilidad, como la luz eléctrica usada sin control o el mismo gas desprotegido en las cocinas.

La Jefa de Gobierno comunica resoluciones a la audiencia expectante. Reconoce representativamente a cuatro apagafuegos sudorosos, valientes y desvelados. Graba mensaje de TikTok para resumir el detalle de un acuerdo institucional y comunicativo.

Ni en la regularidad de la vida capitalina ni en la eventualidad de lo inesperado que es el gobierno una comparsa de lo real. Comparsa y carnavaleros tienen su propia vida.

Como lo fue el sábado en el recorrido del Carnaval de Carnavales. Una máscara de cara bonita y el “traje de licenciado” cuando ese vocablo, quizá en el juarismo y una etapa extraviada para siempre del echeverrismo tenía algún valor elitista, ejemplifican el valor simbólico de los carnavales como crítica a una élite aristocrática o burguesa discriminatoria de esclavos, peones y las poblaciones indígenas, quienes con sus disfraces representan en el 2025 la memoria y actualidad de bailes y burlas del menosprecio del cual son víctimas.

La plancha del Monumento a la Revolución reivindica a los pueblos originarios. Y al sarcasmo del subordinado. Bailan. Celebran una diversidad sexual y la crítica social a la que bien puede añadirse una escena coyuntural: demolición de la figura de Donald Trump, por ejemplo.

Carnaval, un espacio para mofarse de las élites. Las jerarquías se desdibujan y los marginados desafían a los poderosos sin temor a represalias.

Representada la oportunidad de inclusión y justicia social ante al intento de homogeneización cultural promovida por el neoliberalismo, dicen, la ultraderecha, sostienen, y toda hegemonía, diría Gramsci.

Comparsas en la festividad y el siniestro.

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