En un editorial del año pasado, propuse que en este espacio revisaría las diez razones para ser científico que escribió en uno de sus últimos libros el maestro Ruy Pérez Tamayo. En la ocasión anterior me referí a la razón 3, para no tener horario en el trabajo (Crónica, 5-08-24). Me ocuparé ahora de la 7. Para hablar con otros científicos.
Ruy comenzó el capítulo con la pregunta ¿Qué puede tener de bueno hablar con otros científicos? La respuesta la inició diciendo que los científicos somos “escépticos, profesionales de la duda, maestros en el cuestionamiento, generadores de buenas ideas y críticos de las pruebas que pretenden determinar si las ideas son realmente correctas”. Es decir, que los científicos no nos creemos las cosas solo porque alguien lo dijo, sino que buscamos los datos o evidencias a favor y las explicaciones alternativas al fenómeno. Platicar con alguien que no es científico puede resultar hasta en enemistades, porque para algunas personas resulta ofensivo hacerles preguntas como ¿Esa conclusión de dónde salió? ¿Qué evidencias existen que la sostienen? O, les molesta rechazarles una aseveración cuando el argumento es que lo dijo un gurú o está escrito en un libro muy importante.
Entre científicos este tipo de preguntas y rechazos son totalmente aceptados. Los científicos platicamos entre nosotros de diversas formas, todas muy importantes. Una es en el proceso de someter proyectos de investigación o artículos científicos a revisión por las agencias, revistas o editoriales. En este proceso, las propuestas para el desarrollo de proyectos o los resultados que generan conocimiento son escudriñados por científicos que no se creen lo que dice ahí fácilmente. Cuestionan mucho, solicitan explicaciones y proponen mejoras, todo lo cual el científico del otro lado lo toma como positivo, lo contesta e incorpora, lo que usualmente incrementa la calidad del escrito final.
Otra forma de platicar entre científicos es en los congresos o seminarios de investigación. En estas reuniones los científicos interaccionan de manera presencial en tiempo real, lo que da oportunidad de conocerse e intercambiar ideas. En estos casos se presentan resultados de trabajos aún no publicados, lo que da la oportunidad de saber qué están haciendo los pares meses o años antes de que lo terminen y publiquen. Además, se da la oportunidad de discutir los resultados en forma extensa. Les digo a mis alumnos que la mejor experiencia no es presentar su trabajo en forma oral, para lo que tienes 8 minutos y te harán una o dos preguntas puntuales. La mejor es en póster, porque durante tres horas acuden los científicos interesados con quienes puedes comentar y discutir tu trabajo hasta el cansancio. No es infrecuente que de ahí salgan colaboraciones, así como las ideas de lo que le hace falta al trabajo para considerarlo listo para una publicación. Es probable que quien discutió el póster contigo será el revisor de tu artículo. En los congresos o seminarios, además, puedes platicar informalmente con científicos y enterarte de lo que están haciendo y que todavía ni siquiera lo han llevado a presentar al congreso.
Desafortunadamente, en nuestro medio hay quienes piensan que solo se debe de ir a un congreso cuando vas a presentar un trabajo, como si fueras solo para enseñar y no para aprender. Sería igual que proponer que los niños vayan a la escuela solo el día que les toque exponer, que los estudiantes de cine vayan a las muestras solo hasta que hayan dirigido una película o que los futbolistas no puedan ir al estadio si no van a jugar.