Opinión

Rocha; el dilema inculpatorio

La primera vez fue el pasado diez de agosto.

La segunda, por no hablar de las demás, fue quince días más tarde.

Ufanos --casi orgullosos de poner el pecho por uno de los suyos--, Andrés Manuel y Claudia Sheinbaum hicieron un coro defensivo, para proteger a Rubén Rocha Moya, gobernador de Sinaloa, señalado por el “Mayo” Zambada como parte de un entramado criminal; un secuestro y un asesinato, entre otros delitos.

El secuestrado fue Zambada. El asesinado fue Melesio Cuén, diputado federal electo y como el gobernador, ex rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa corrompida por el crimen organizado.

Pero las loas de López Obrador, secundadas por quien entonces era presidenta electa (todo con A), y acompañante (a) en las giras del adiós del patriarca de la 4-T, fueron contundentes, tanto como para no olvidarlas hasta el día de hoy:

“Tiene todo nuestro apoyo el señor gobernador”.

A partir de esa fecha, cuando ya han pasado casi seis meses, la protección de entonces se ha convertido en el fardo de hoy.

En ese lapso Sinaloa se ha hundido en una espiral violenta y sangrienta, con cien o más muertos cada mes, con decenas de desaparecidos, asaltados y para cuya pacificación no han servido ni la Guardia Nacional, ni las policías locales (sería absurdo), ni nada de nada; con un creciente repudio social contra el gobernador estigmatizado, aquellas palabras siguen siendo materia de repetición:

--“Hay quienes están pidiendo (CSP) que actuemos como los gobiernos priístas de antes, que quitemos y pongamos gobernadores. Nosotros no hacemos eso. Creemos en la democracia y en la voluntad del pueblo”.

Pero la voluntad del pueblo, especialmente si se manifiesta en contra del prematuro respaldo y su necesaria continuidad, no cuenta.

Pero hay un factor explícito ausente en el lejano agosto del año 2024: una acusación directa y clara del gobierno de los Estados Unidos sobre la alianza del régimen y los cárteles del crimen, especialmente el de Sinaloa.

Ese componente --parte de las insoportables presiones norteamericanas-- ha modificado todo el escenario y ahora se oyen crujir los puntales del edificio de Rocha.

Pero el asunto no resulta sencillo: ¿Cómo deshacerse de él sin hacer el ridículo tras tanto apoyo previo?

Y otra pregunta: ¿Su remoción, así sea por el increíble arranque de una digna renuncia o licencia permanente comprueba indirectamente las acusaciones?

Siempre es peligroso sentarse en un hormiguero.

Lo más probable para los días cercanos será el anuncio --después de un carnaval de verbo maromero-- de la sustitución de Rocha (Mayo) Moya por Gerardo Vargas Landeros, presidente municipal de Los Mochis y ex secretario general de Gobierno, cercano a Alfonso Ramírez Cuellar, una especie de ideólogo del gobierno.

Hasta ahora desconozco los detalles del procedimiento (la revocación del mandato sería ilegal por extemporánea e inaplicable), pero ya no hay manera de seguir con la irrestricta connivencia a este hombre cuyo expediente en Washington les dificulta seguir protegiendolo como si no hubiera señalamientos de doble complicidad: la suya y la del poder federal…

Lo interesante --a fin de cuentas--, no es cómo --ni por qué-- lo van a hacer sino cómo se van a desdecir de los elogiosos conceptos de hace tiempo, cuando para la 4-T, RRM era ni más ni menos el hombre sabio, digno y honesto cuya gran capacidad iba a construir el paraíso en Sinaloa. Muchos se creyeron esas patrañas cuando no era asunto de veracidad, sino pago de servicios ilegales.

Primero AMLO lo hizo candidato, después avaló la narco-elección sinloense, luego premió al traidor Quirino Ordaz quien disimuló en los comicios y alentó a los socios ganadores y como fin de fiesta arroparlo después del secuestro del Mayo y sus versiones inceíbles del asesinato de Cuén.

Hoy Rocha Moya es el mejor ejemplo de la estatura moral de la 4-T. Así son.

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