Opinión

El aprendizaje visible

El aprendizaje visible y sus procesos de John Hattie y Gregory Yates

En el libro El aprendizaje visible y sus procesos de John Hattie y Gregory Yates (2014) ofrecen un enfoque original del aprendizaje. En el primer capítulo presentan una idea contra-intuitiva a partir del trabajo de Willingham (2009), que afirma, con fundamento empírico, que la mente humana no está organizada para pensar y que la actividad de pensar es, en realidad, algo muy difícil.

El capítulo 2 se titula (título paradójico), “El conocimiento, ¿un obstáculo para enseñar?”. En realidad, los expertos subestiman las dificultades para aprender que tienen los principiantes y quienes tienen más conocimientos de una materia encuentran más difícil desempeñarse como buenos maestros. Esto no impide que los alumnos prefieran a los maestros mejor preparados, y más motivados, en su disciplina.

Pero la relación del maestro con los alumnos (M-A) tiene un papel más determinante sobre el aprendizaje. Esa relación experimenta fenómenos propios de cualquiera otra relación social. Por ejemplo, uno de los fenómenos cruciales es la brecha de empatía que tiene lugar cuando las personas son incapaces de ponerse en el lugar del otro. Si vivimos cómodos y seguros nos será más difícil concebir el dolor y la inseguridad de una persona. En la escuela es difícil comprender el abuso escolar sin haberlo sufrido, aunque los alumnos que lo sufren lo juzgan como una experiencia dolorosa.

Estas diferencias en las percepciones individuales son frecuentemente la base del deterioro de las relaciones, que lleva a que los acontecimientos se precipiten en lo que suele llamarse bola de nieve o escalada negativa. Un daño menor acarrea una represalia que el instigador inicial percibe como desproporcionada en comparación con su falta, lo que justifica una agresión todavía mayor por su parte. Eso conduce a la ruptura de la relación. Lamentablemente las consecuencias pueden ser trágicas, sobre todo cuando los vínculos no se pueden romper fácilmente, como el de padre-hijo y en tal caso pueden desembocar en problemas graves, psicopatologías, etc.

En las escuelas, por fortuna, las relaciones coercitivas son raras y lo más común es que se trabaje en un ambiente positivo en donde pueden darse relaciones enriquecedoras con beneficios para las dos partes. Numerosos estudios demuestran que los primeros años de escolarización son un periodo crucial para las pautas de adaptación social de los alumnos. Erin O´Connor et al (2011) hizo un seguimiento de 1,364 alumnos desde los primeros años de escuela hasta el albor de la adolescencia. Los maestros evaluaron: cercanía, calidez y ausencia de conflicto. Al final concluyó que las relaciones positivas entre M-A: a) redujeron los comportamientos anti-sociales de los alumnos involucrados y b) también sirvieron para evitar que los pequeños con alteraciones emocionales incipientes desarrollaran problemas conductuales.

El investigador Robert Pianta (2004) apuntó que las relaciones entre profesores y alumnos en los primeros años de escuela pueden describirse atendiendo dos dimensiones: cercanía y conflicto. Una de las preguntas que los profesores tenían que responder era si los alumnos cuando estaban molestos o contrariados por algo, recurría a ellos en busca de consuelo. Parece ser que la cercanía depende más de la conducta de los docentes y cuando la relación maestro-alumno es cercana, el alumno muestra niveles de adaptación mayores. El conflicto, por su parte, se relaciona con maestros que opinan “el trato con mis alumnos me deja sin energías”. Esas actitudes tienen efectos negativos: ausentismo desmotivación, degradación de la relación y agresividad. El conflicto aumenta el nivel de estrés y reduce la satisfacción laboral de los docentes.

Es necesario tomar estos datos con cuidado y no sobre interpretar al grado, por ejemplo, de culpar al maestro por los bajos aprendizajes de los alumnos o por su desempeño social. La existencia de niños “difíciles de enseñar” es un hecho, pero no justifica el deterioro de nuestra relación con ellos. Nada justifica adoptar actitudes punitivas frente a nuestros alumnos. Las tácticas negativas siempre tienen efectos contraproducentes.

La escuela es un amortiguador social. La calidad de la relación que establecemos con nuestros alumnos será un factor importante para su bienestar. La investigación clínica revela que los niños con problemas de desarrollo tienden a depender más de los adultos de su entorno. Cuando un niño tiene un entorno familiar hostil, el contexto escolar se convierte en su principal fuente de alivio y de aprendizaje social y cultural. Cada profesor, si ser consciente de ello, puede servir de modelo efectivo para alumnos que carecen de otros modelos similares en su entorno social y familiar.

La escuela además tiene el poder de cambiar o re-direccionar la trayectoria vital de sus alumnos. Un alumno con desarrollo insatisfactorio puede encontrar una relación positiva con su profesor y de esa manera redirigir su trayectoria. Los elementos positivos de la escuela le ayudarán a evitar que se alimente de dinámicas vitales adversas, pero predecibles, dadas sus características. Entonces podemos decir que la escuela, y el maestro en particular, pueden cambia el rumbo de la sociedad.

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