Opinión

Los temibles soberanistas estadounidenses estudiados por la doctora Jennifer Mittelsstadt de la Universidad de Rutdgers

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Censura El presidente Donald Trump, este martes en el Despacho Oval, donde fue vetado el periodista de AP (Aaron Schwartz / POOL/EFE)

Me pregunto a quiénes habrá leído Donald Trump. Estudió economía en la Wharton School de la Universidad de Pensilvania. No veo más emprendimientos académicos del empresario newyorkino, salvo su breve paso por la Universidad de Forham. Ha participado, dice Wikipedia, en la escritura de varis libros que se refieren a él. ¿Habrá estudiado a Adam Smith (1723-1790), el economista escocés de la Ilustración, conocido por La riqueza de las naciones? ¿Revisaría la obra del británico David Ricardo (1772-1823), quien fue miembro del Parlamento y que analizó por qué las naciones deberían proponerse su bien común? ¿Reflexionaría acerca de John Maynard Keynes (1883-1946) y su propuesta de favorecer el gasto gubernamental y la política monetaria para mitigar los efectos adversos de los vaivenes económicos? Supongo que ni él ni Elon Musk, que se graduó de Economía y Físca en la Universidad de Pennsilvania, lo estudiaron. ¿Sondearían el estadounidense y el sudafricano a Milton Friedman (1912-2006), ganador del premio Nobel de Economía en 1976, que trabajó en el New Deal, diseñado por Franklin D. Roosevelt para mitigar y aún recuperar a Estados Unidos de los efectos de la Gran Depresión.

En cuanto a la democracia ¿le echarían un ojito a La democracia en América del francés Alexis de Tocqueville? ¿Se habrán acercado a Joseph Schumpeter (1883-19509, economista austro-estadounidense, que visualizó la desintegración sociopolítica del capitalismo a partir de su propio éxito?

La verdad no creo que ni Trump ni Musk se hayan aproximado a estos pensadores ni tampoco a otros . Lo suyo es otra manera de entender a la economía y al gobierno: lo que le sirva a ellos. Pero centrémonos en el presidente actual de los Estados Unidos. La profesora de historia de los Estados Unidos en la Universidad de Rutgers, Jennifer Mitteistadt, escribió para el New York Times, el 5 de febrero, un interesantísimo artículo sobre Donald Trump, a la sazón de que colegas y amigos suyos, que saben que ha estudiado por más de 7 años a los activistas conservadores y su concepción de la política exterior del siglo XX en Estados Unidos, le pidieron que analizara ¿qué ideario mueve a Trump a hacer lo que hace?

Sin lugar dudas Donald Trump es un conservador inveterado. A su enemigos los ha llegado a tachar de comunistas. Sin embargo, como explica la doctora Mitteistadt, primero parecía , en su primera presidencia, interesarse por el dictador de Corea del Norte Kim Jong-un, incluso hizo una visita de estado en aquel país, para luego desdeñar al coreano. Lo que le interesa es acercarse al poder de otros y luego fanfanorrear del suyo propio. Alaba el poderío militar de su país, pero no le parecen los avances militares de Vladimir Putin.

El caso es que, amén de sus desplantes, su narrativa se construye en torno a él y y sus decisiones omnipotentes, como que Panamá regrese a Estados Unidos el control del Canal. O que los gazatíes se vayan de Gaza, a dónde puedan, porque él, el presidente de los Estados Unidos y empresario nato, va a desarrollar la Franja de Gaza y a convertirla en un complejo inmobiliario bajo su tutela y la de su país en el Medio Oriente. No digamos de su obsesión por anexarse Canadá o de apoderarse de Groenlandia.

La doctora Mitteisdat hurgó en la historia de los Estados Unidos para saber si existía un antecedente de las pretensiones de Donald Trump y la encontró. Se trata de la política soberanista, la cual se originó hace más de 100 años, en un momento propenso: poco antes de la primera Guerra Mundial, cuando una suerte de globalización entre las naciones había surgido, dada su interconexión. Me permito ahora glosar el artículo de la profesora de la Universidad de Rutgers. Resulta que después de la Primera Guerra Mundial se habían desplomado algunos imperios, en algunas sitios se soltaron aires nacionalistas y aparecieron Estados nuevos y, por ende, surgieron cambios geopolíticos. Fue una etapa de enormes cambios, en los que algunos defendían el comercio y la migración entre los países, también surgieron movimientos independentistas, se pronunciaron los socialistas, los comunistas y se habló de un gobierno mundial, sin nacionalismos, bajo un derecho internacional. Pero no todo el mundo estuvo de acuerdo. En Estados Unidos surgió la inclinación soberanista, que en lo absoluto se decantaba por un gobierno mundial. Para los soberanistas no cabía la idea de que Estados Unidos permitiera que gente incivilizada, no blanca y, probablemente, no cristiana, se acercara siquiera a su país. El internacionalismo estaba descartado. En Estados Unidos debían predominar a toda costa las enseñanzas del autogobierno anglosajón, que para eso habían creado un mundo nuevo en 1775 con la independencia de lo que se convirtió en los Estados Unidos, al conectar a las Trece Colonias.

Para la década de los años treinta, expone la doctora Jennifer Mitteistadt, el internacionalismo liberal y de izquierda predominaban, mientras se cocinaban el fascismo y, de facto, el stalinismo en la URSS. Los soberanistas participaron en la tendencia de America First (América primero), se opusieron a que los Estados Unidos tomaran parte en la Segunda Guerra Mundial del lado de los Aliados y así defendieron el antiinternacionalismo de los fascistas, apoyaron el nacionalismo de Francisco Franco en España y a los regímenes de Mussolini y de Hitler. Un verdadero horror. Cuenta Jennifer Mittelstadt que el reverendo ministro que casó a Donald Trump y a Ivanka, su primera e inmigrante esposa, se había unido al soberanismo de aquella época.

Los soberanistas abominaron de las Naciones Unidas. En los años cincuenta, cuando Donald Trump era niño, esa animadversión abrió paso a nuevas organizaciones que adoptaron la política antiinternacionalista. ¿De allí habrá salido MAGA, “make America Great Again”? Lo seberanistas se negaron a que Estados Unidos participara en el Tribunal Internacional, en la Organización del Tratado del Atlántico del Norte y en el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, que presidió a la Organización Mundial del Comercio.

Hay mucho más sobre los soberanistas estadounidenses que ha estudiado la doctora Mittelstadt, pero se nos acaba el espacio. Baste agregar que los soberanistas del demonio pegaron el grito en el cielo y se movilizaron en contra de la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1965, que flexibilizaba la inmigración a los Estados Unidos.

Son demasiadas coincidencias con las acciones que hasta ahora, en esta segunda presidencia “reloaded” (recargada en español), ha tomado el terrible Donald Trump.

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