LETRAS REBUSCADAS*
Hay una angustia que afecta a casi todos los seres humanos: el temor a la muerte y a la extinción definitiva de la existencia. ¿Quién no ha tenido estos pensamientos escatológicos en algún momento o etapa de su vida? No hay nada como la religión para darnos consuelo, ni como la ciencia para ayuntar las sagradas esperanzas de que poseemos un alma inmortal que retorna a su Creador.
Se necesita valor para ser escéptico y desafiar nuestro instinto de supervivencia tan básico… El ser humano quiere vivir y, de preferencia, por siempre. Aspira a la eternidad y se sueña proyectivamente en seres inmortales de todo tipo, incluso malignos como los vampiros.
Para quienes no encuentran consuelo en la fe religiosa pero tampoco se entregan al fatalismo de la incredulidad, está el transhumanismo. Este promete advenimiento de la fuente de la vida eterna, confiando en el ininterrumpido avance de la ciencia. La genética, la cibernética y otras tantas tecnologías, sugieren los transhumanistas, nos curarán de la madre de todas las enfermedades: la muerte.
Ante la contemplación de un cadáver y su lenta descomposición, es difícil afirmar que haya algo más; un “algo” que sobreviva al corte del hilo de las Moiras. La tragedia cala por la obviedad que nos reportan los hechos: nada queda de nosotros después de que termina su faena el sepulturero en nuestro descenso a la tumba.
¿Será que creer en la vida después de la muerte es de ingenuos, cobardes y necios, mientras que afirmar lo contrario demuestra sensatez, valor e inteligencia? De ser esto cierto, ¿cómo explicar que el hombre que rompió el Récord Guinness como el más inteligente, con un coeficiente superior al de Albert Einstein (entre 190 y 210), haya formulado una teoría acerca de la inmortalidad de los seres humanos?
Pero para todo esto, ¿de quién estamos hablando? ¿Es una celebridad de la ciencia, acaso un astrofísico, un renombrado catedrático de una prestigiosa universidad, el CEO de una importante empresa o un inventor con muchas patentes? Nada de eso; es una persona de lo más ordinaria. Chris Langan es su nombre. Nació en San Francisco, California. Nuestro amigo es un claro ejemplo de cómo ser inteligente, o como en su caso muy inteligente, no te garantiza el éxito. Este dato de la vida de Langan lo documentó y lo convirtió en libro el periodista Malcolm Gladwell.
Como un total autodidacta, sin una institución educativa, empresa o gobierno que lo respalde, por iniciativa propia formuló una teoría a la que llamó Modelo Cognitivo-Teórico del Universo (CTMU), en la que explica la relación entre la mente y la realidad. Sobre ella, y de su bolsillo, publicó un libro en 2022. En su obra desentraña la pregunta: ¿qué sucede después de la muerte?
Sus conclusiones no podrían ser más alentadoras para aquellos que no esperan que la muerte sea el fin total de la existencia. Según demuestra teóricamente su modelo, la muerte es más bien una transición hacia otra forma de ser dentro de la estructura computacional de la realidad. En términos científicos, lo que llamamos conciencia, o bien alma, tras el descarnamiento transita a otro plano de existencia que resulta inaccesible durante la vida.
En una entrevista realizada en el podcast Theories of Everything con Curt Jaimungal, dio algunos detalles de estas reveladoras ideas: “Cuando te alejas de esta realidad, regresas al origen de la realidad. Es posible que recibas una carrocería de reemplazo, otro tipo de cuerpo terminal que te permitirá seguir existiendo”.
La muerte, para Langan, marca el fin de nuestra relación con nuestro físico particular. Su manera de comprender el más allá rebasa las viejas ideas de la existencia de un cielo o un infierno, resultando estas un tanto simplistas para la complejidad de su escatología con sustento científico. Renacemos como un ser completamente nuevo, tanto así que podemos recuperar nuestros recuerdos, pero no hay razón para hacerlo. Explica: “Puede que tengas, puede que sean estos recuerdos; nada deja de existir en matemáticas. Tus recuerdos siempre se pueden recuperar, pero normalmente no hay motivo para hacerlo, ¿vale? ¿Por qué aferrarse a los recuerdos de un mundo en el que ya no estás presente? Así que hay ciertas cosas psicológicas automáticas que suceden en la muerte, en el momento de la muerte”.
El estado posterior a la muerte, en las palabras de Langan, sería uno muy parecido al de la meditación: “Ahora estás básicamente meditando, viendo cómo todo cambia. Sin embargo, existes de esta manera ahora”.
Dando y no la razón a los partidarios de la reencarnación, Langan sostiene: “Se puede decir que en todas vuestras vidas, si reencarnarais una y otra vez, todas estas reencarnaciones serían metasimultáneas. En cierto sentido, todos ocurren al mismo tiempo en el dominio no terminal”.
Como todo un Baruch de Spinoza moderno, sostiene un panteísmo sustentado ya no en la filosofía o la teología, sino en una disciplina que conjunta la matemática con la metafísica. Langan realiza la sobrada proeza intelectual de demostrar la existencia de Dios a través de la ciencia y de su modelo CTMU, a través del cual define a Dios como un ser intrínseco a las propiedades del universo. Esta descripción del Ser divino rompe con las descripciones tanto politeístas como monoteístas. Basándose en tres supuestos acerca de Dios y del propio universo, plantea que la realidad es consiste en un lenguaje informativo, es transtemporal y posee panconsciencia; es decir, hay una especie de logos o inteligencia que surge del creador o simulador de esta realidad autosimulada.
Su Dios no es el Dios de los templos ni su vida después de la muerte una de ángeles girando en torno a la Creador. ¿Podrá Langan estar poniendo los cimientos de una religión de sustento científico? Quizás sea él uno de sus muchos profetas como el propio Ken Wilber o Fritjof Capra.
*Letras Rebuscadas es una columna de aparación habitual en Crónica Jalisco, nuestro diario en la perla Tapatía. Fabian Acosta es académico e investigado de la Universidad del Valle de Atemajac