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Resulta una muy inductiva coincidencia que la palabra “soberanía” termine en sus dos últimas letras en “ia”, justo la abreviatura para Inteligencia Artificial y es que el tema amerita una reflexión y pronta toma de acción.
Me explico, el desarrollo de la IA es exponencial, los avances que se tienen hasta la fecha serán ampliamente superados en tan solo tres meses. Las grandes industrias de desarrollo tecnológico están tras los mejores proyectos, propuestas y alternativas para poder masificarlos, la competencia entre ellas es notable y voraz. Lo cierto es que quienes van ganando en esta carrera tendrán, en el futuro inmediato, un gran poder debido a toda la información que serán capaces de obtener y procesar, que como bien dice el dicho, “información es poder”.
Ahora bien, el concepto de soberanía ha cambiado a lo largo del tiempo o, mejor dicho, ha cambiado el eje del depositario de la soberanía, es decir, previo a la Revolución Francesa, la soberanía se depositaba en Dios, quien ponía a los monarcas. Posteriormente, se transfirió la soberanía de Dios al pueblo, que a su vez constituye los poderes que le gobiernan. En la actualidad, los Estados han quedado en términos de soberanía a merced de potencias económicas y tecnológicas transnacionales, donde la soberanía nacional se ve constantemente desafiada por el poder de la información y la tecnología.
Aquí es donde entra la Inteligencia Artificial, donde no solo puede procesar y analizar grandes volúmenes de datos, sino que también puede influir en decisiones políticas, económicas y sociales. Imaginen un mundo donde algoritmos puedan decidir sobre políticas públicas, asignación de recursos o incluso en procesos electorales. Esto plantea las siguientes preguntas cruciales: ¿Quién controla la IA? ¿Son los gobiernos nacionales, las corporaciones multinacionales o una nueva clase de “soberanos digitales”?
La soberanía en la era digital requiere, entonces, una redefinición. Los Estados deben reconsiderar cómo garantizar su autonomía en un mundo donde la información y la capacidad computacional son armas de poder tan importantes como las militares. Asimismo, la regulación de la IA se convierte en un imperativo no solo para proteger la privacidad y los derechos humanos, sino también para asegurar que la soberanía nacional no se desplace completamente hacia entidades privadas o extranjeras.
Por otro lado, hay una oportunidad única para que las naciones desarrollen su propia IA y aseguren que sus valores culturales, legales y éticos se mantengan integrados en estas tecnologías. Además de ser una cuestión de competencia tecnológica, también es de supervivencia cultural y política. La soberanía en el siglo xxi podría depender de la capacidad de un país para ser autónomo en su desarrollo de IA, lo que implica una inversión masiva en educación, investigación y desarrollo tecnológico.
En conclusión, mientras la IA progresa, la soberanía nacional se ve cada vez más interrelacionada con la capacidad de controlar, regular y utilizar esta tecnología. La pregunta que debemos hacernos no es si esta inteligencia cambiará la soberanía, sino cómo podemos asegurar que esta transformación fortalezca en lugar de socavar los principios democráticos y la autonomía nacional. La soberanía en la era de la IA debe ser una de tipo informada, participativa y protegida por leyes que aseguren que el poder de la información no sea monopolizado por unos pocos.