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A diferencia de nosotros, los mestizos tropicales, los anglosajones tienen fría la cabeza. Entre otras cosas saben esperar su momento y cuando tienen de su lado todas las ventajas posibles, como en el poker, tiran la enorme zarpa y colman sus ambiciones.
Algo así prefigura el más peligroso de los nombramientos hechos con el ojo puesto en México, por Donald Trump. No son los arancles ni mucho menos la intrascendeicia del Golfo de América lo peor de sus actitudes hacia este país. No. Esos son desplantes negociables.
Pero las convicciones no se discuten, ni menos se regatea con ellas.
Por eso, cuando Trump calificó de intolerable la alianza del gobierno mexicano (este y su fuente nutricia; el anterior) con los grupos criminales y terroristas, según su propia y unilateral consideración, dio un golpe de efectos prolongados, con cuyo efecto podrá hacer y deshacer.
De golpe y porrazo la 4-T movilizó diez mil soldados y Guardias Nacionales a la frontera para tratar de convencer a un irreflexivo patán de lo empeñoso, presto y diligente de nuestra condescendencia. Ni siquiera lo apreció: una semana después subió el gravámen a las exportaciones de acero y aluminio.
Pero lo más grave ha sido el nombramiento de Terrance Cole al frente de la DEA. Un personaje duro e implacable (a pesar de su aspecto de promotor de la Gideon Society), cuya trayectoria tiene un especial significado para México.
Él es el único funcionario estadunidense, con capacidades operativas en el terreno, testigo de un arreglo entre el ex presidente Andrés López y el Cártel de Sinaloa, cuando éste aún no se escindía en dos grupos, cuando todavía no secuestraban al Mayo Zambada ni la DEA hiciera los arreglos necesarios para la traición de “Los Chapitos” con todo y la participación de un gobernador y un diputado federal asesinado.
El arreglo de alianza, obviamente fue el vergonzoso momento de la liberación de Ovidio Guzmán por órdenes presidenciales y en desdoro de las fuerzas legales del orden y la propia DEA cuyo trabajo había hecho posible la captura. Ahí se perdió mucho.
Si Francisco I dijo: “todo se ha perdido menos el honor”, en Culiacán también eso se perdió.
Cole supo todo y aguantó vara --como se dice de los toros bravos-- pero entre sus cualidades se halla la memoria, tanto como para regresar también al año 1985 cuando el espía, “Kiki” Camarena fue asesinado en México por el grupo de Rafael Caro Quintero.
“Los responsables todavía están libres”, ha dicho. Y alguien sintió una poderosa corriente federal de electricidad en su vetusta conciencia.
El mensaje de su nombramiento responde --desde ya-- aquella pregunta tramposa de López en 2022:
---¿Con qué derecho investigan (los de la DEA) a un gobierno, legal, legítimamente constituido de un país independiente? ¿Hay acaso un gobierno del mundo? ¿Qué, no cada país es independiente y soberano?”.
Desde entonces esa oficina gringa sigue operando aquí. La CIA lo hace igualmente y los aviones espías nos miran desde el espacio a la mañana tarde y noche.
Por eso debemos mantenernos atentos a los efectois de esta información:
“…Donald Trump anunció la nominación de Terry Cole como director de la Administración para el Control de Drogas (DEA).
“En su red Truth Social, el republicano subrayó que se trata de un veterano que trabajó durante 21 años en la agencia en misiones en Colombia, Afganistán y México.
“Este personaje, que según Trump ayudará a “salvar vidas” y hacer que “Estados Unidos sea otra vez seguro” ha participado en operativos como la captura de Ovidio Guzmán, hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera y en decomisos masivos de cocaína en Cali, Colombia.
“Asimismo, Terrance “Terry” C. Cole es alguien cuyo conocimiento ha sido de relevancia para el caso de “Kiki” Camarena, agente de la DEA secuestrado y asesinado en 1985”.
Y la tiene guardada. Por eso Trump y los suyos, hablan de una alianza “intolerable”.
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