Opinión

Breve crónica del tercer mundo

Metrobús (Victoria Valtierra Ruvalcaba)

La mañana se llena de ruido. Son las seis horas con treinta minutos y los pasos superior e inferior del Anillo Periférico ya se llenan de automóviles, bocinazos y flatulencias de motocicleta.

En la esquina los autos hacen una congestionada fila agravada por una camioneta con luces intermitentes estacionada donde no se debe. Como si los “flashers” le quitaran la estorbosa condición o todo se perdonara porque se trata de un visitante a la oficina pública número x de la secretaría x. Además toda la circulación por los carriles laterales de la vía rápida se asfixia por una revolvedora de cemento en la construcción cercana, además hay una pipa de gas en lerda descarga de combustible.

La vuelta a la derecha también está entorpecida porque alguien se robó la tapa de una coladera. Según Richard Kapuscinsky también en África desaparece el fierro de las atarjeas. Al llegar a la calle por la cual, se sale del barrio para llegar a una avenida principal, hay otro obstáculo, este de naturaleza novedosa: dos venezolanos, un hombre malencarado y una mujer gorda con celulitis hasta en las mallas, portan sendos carteles de rústica escritura: somos migrantes, pedimos ayuda… y mientras exhiben sus cartones se llevan la mano con los dedos cerrados a la boca, como en sugerente ademán de comida.

Una calle más allá, minúscula, agosta y alguna vez pueblerinamente empedrada sufre una caires perpetua: se le caen las muelas; le faltan piedras al empedrado san angelino. También las enormes y redondas matatenas son materia de robo. Las usan para adornar los jardines.

En el semáforo un malabarista hace volar en el aire varias pelotas de tenis. Alcanzó a ver seis. Irremediablemente se le caen sin alcanzar la perfección del arte circense. Mientras las levanta del suelo obsequia una sonrisa de auto condescendencia. Estira la mano y sin soltar las bolas amarillas imita el gesto de llevarse comida a la boca. Lo mismo hace calles adelante un limpiaparabrisas. País famélico.

La subida al segundo piso del incompleto Anillo Periférico es por campo congestionado. Una de las plumas no funciona. Otro auto se ha quedado en el bloqueo porque no tiene el saldo suficiente para ingresar al camino de cuota. Es curioso, quién construyó las vías en sociedad con el capital privado, hoy es el encargado de salvar a México de las “tarifas” de importación a los Estados Unidos.

--¿Por qué se exige un saldo mínimo de 250 pisos cuando el peaje es de 45? Porque se puede, porque es un monopolio, porque no hay defensa contra el abuso, porque sí, porque te callas, porque se me da la gana, porque la patria es primero, como los pobres. Y te callas, Chitón.

Mejor dejas el auto. Súbete al Metrobús. Ni se te ocurra al primer carro, ese es sólo para mujeres. La fórmula contra los abusos, los manoseos, las falta de respeto es muy sencilla: segrega a los hombres al hacinado rincón de atrás (no es albur) y olvídate de la igualdad sustantiva ¿o cómo dicen los igualitarios “wokiasnos” (no wokianos)?

Pero la felicidad del andén se convierte en la desesperación del atasco. Una voz eléctrica explica: sólo puedes llegar hasta Río Churubusco, no hasta El Caminero. ¿La razón? Una sinrazón: hay un bloqueo en el sur. Camina, es bueno para La salud, siempre y cuando no te sorprenda un ciclista en sentido contrario o sobre la banqueta. O un idiota en patín del diablo surgido de quien sabe cuál profundidad del asfalto está a punto de arrollarte, como si fueras Pedro Curie atropellado por un carro de verduras.

 Y se enoja.

 Por fin llegas a donde ibas. El banco. ¿No tiene su aplicación? Si, pero vengo por una chequera. ¿Trae su comprobante de domicilio? No, pero ustedes tienen mi expediente entero desde hace diez años. Pero necesitamos su comprobante de domicilio y también su INE y su tarjeta. ¿Otra vez? Si quiere puede regresar mañana. La chequera se la entregamos en diez días hábiles. ¿Cuántos cheques quiere? ¿Cincuenta o cien?

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