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El Ejército mexicano nació para subsanar el rompimiento del orden constitucional que generó el asesinato, en 1913, de Francisco Madero y José María Pino Suárez, crimen perpetrado por el general Victoriano Huerta con la complicidad, tome nota, del entonces embajador de Estados Unidos, Henry Lane Wilson.
Venustiano Carranza, que era gobernador de Coahuila, desconoció al gobierno de Huerta y formó un Ejército para derrocarlo. El Ejército constitucionalista de Carranza es el Ejército mexicano de nuestros días. Desde entonces, muchas cosas han cambiado y otras no tanto. Donald Trump acaba de designar embajador en México a Ronald Johnson, veterano agente de la CIA que fue Boina Verde de alta graduación.
El Ejército mexicano cumplió un aniversario más con una novedad histórica: por primera vez tiene una mujer como comandanta suprema, la doctora Claudia Sheinbaum que ha conseguido, porque es inteligente y disciplinada, una relación fluida con los mandos de las fuerzas armadas. Sheinbaum tuvo el acierto de nombrar al general Ricardo Trevilla como titular de la Secretaría de la Defensa, un militar con el que ha establecido una conversación cotidiana de confianza. Trevilla, de mente dúctil, leyó bien los nuevos tiempos que incluyen que una mujer sea la comandanta suprema y actúa en consecuencia. Buena parte de su chamba es conseguir que esa relación sea positiva para Palacio Nacional y para Lomas de Sotelo.
El general Trevilla y los mandos del instituto armado han tenido que reconfigurar el papel del Ejército para ajustarlo a las tareas que la marca la Constitución sin dejar de participar en tareas que les encomendaron el sexenio pasado. El gobierno de López Obrador fue para el Ejército como subirse a una montaña rusa. Algunos prefieren olvidarlo, pero el tabasqueño abrió la posibilidad de, incluso, desaparecerlo. No exagero. Sin embargo, poco tiempo después le cayó el veinte y se dio cuenta que una institución de hombres y mujeres entrenados, leales, eficaces, le sería de gran ayuda. Procedió a darle al Ejército un protagonismo casi desaforado, para usar un término vinculado a AMLO, que también estableció la estrategia de “Abrazos, no balazos”, frase que ahora nadie en las fuerzas armadas y el gobierno se anima a repetir y cuyo fruto nefasto fue el empoderamiento de las bandas criminales.
El cambio de sexenio en México coincidió con el estallamiento de la crisis del fentanilo en Estados Unidos. Esto generó un cambio cualitativo. El electorado norteamericano, ante el espanto de las muertes masivas, exigió ponerle remedio como fuera. Donald Trump, marrullero pero perspicaz, convirtió esa exigencia en oferta central de su campaña para volver a la Casa Blanca. Ganó la elección y lo demás es historia. El fentanilo, su letalidad, cambió las reglas del juego. Por eso, junto a las notas por un aniversario más del Ejército los medios publican los preparativos del Comando Norte del Pentágono para hacer operaciones militares en territorio mexicano y la designación de los carteles como grupos terroristas.
¿Que sigue? Trump es un mago de las puestas en escena, triunfaría como productor de Broadway. Usa a sus soldados como herramienta de negociación. Así como ocurre con las economías de ambos países, que están imbricadas, también hay una relación mucho más estrecha de lo que la mayoría piensa, entre ambos Ejércitos. Los altos mandos del Ejército mexicano aprendieron inglés para tomar cursos en Estados Unidos, a veces de corta duración, otros de meses, de modo que es mucho más probable que se registren maniobras conjuntas y no una acción unilateral, pero el riesgo existe y por eso la defensa de la soberanía se ha vuelto el eje de los discursos de soldados y políticos. La soberanía no es negociable, se repite como mantra.