
Ante los nuevos retos que le representa al gobierno de México el regreso a la Casa Blanca de Donald Trump, las múltiples amenazas y maledicencias contra nuestro país que el presidente de los Estados Unidos -y todos aquellos que le hacen coro- profieren casi a diario, vale la pena traer a la memoria una iniciativa del gobierno del presidente Lázaro Cárdenas que ha quedado casi en el olvido: la creación del Departamento Autónomo de Prensa y Propaganda (DAPP), (1937-1939).
Se trata probablemente de la primera operación mayor en materia de promoción de la imagen de México en el exterior instrumentada por el gobierno mexicano tras los descalabros múltiples de la Revolución y las múltiples reyertas de la década posterior. La primera sin duda que hizo acopio de las herramientas de lo que hoy conocemos como la Diplomacia Pública y la Diplomacia Cultural -ningún de los dos vocablos se utilizaban en ese entonces- en una combinación virtuosa que tenía como claro y urgente objetivo incidir a favor de nuestro país ante la opinión pública internacional, y en particular la de los Estados Unidos.
Había pues que resarcir la imagen deteriorada de México, percibido en el exterior como un país sumergido en la violencia política y el caos, no menos que enviar un mensaje para tratar de desactivar los miedos diversos que la política social cardenista provocó en los sectores políticos y financieros de Estados Unidos, ateridos ante un eventual vuelco socialista al sur de su frontera.
En la antesala de la expropiación petrolera de 1938 -que habría de tensar la cuerda al máximo y provocar la ruptura de relaciones diplomáticas con el Reino Unido, como el principal afectado del decreto del 18 marzo-, el presidente Cárdenas decidió centralizar bajo un solo organismo todas las labores de propaganda del gobierno, incluidas aquellas dirigidas hacia el extranjero.
Para ello nombró al frente del DAPP al ex gobernador de Guanajuato, Agustín Arroyo, entonces subsecretario de Gobernación y político del ala radical del PNR cercano a Francisco J. Múgica. Con un talento notable en las artes de la propaganda política y el control de la información, más tarde el régimen priista le debería al licenciado Arroyo la creación de la infausta PIPSA -la empresa estatal monopolizadora del papel que por décadas sirvió como instrumento de presión gubernamental a la prensa independiente mexicana-, para posteriormente terminar sus días como director del periódico El Nacional, hasta su muerte en 1969.
La decisión del presidente Cárdenas afectó al resto de las dependencias federales que debieron canalizar la totalidad de su presupuesto en publicidad al DAPP. Especialmente la medida se resintió en la Secretaría de Relaciones Exteriores, cuyo Departamento de Publicidad había sido creado en 1922 durante la presidencia de Álvaro Obregón, pero cuyos resultados a todas vistas habían sido insuficientes. A pesar de las quejas del canciller Eduardo Hay, en pocas semanas Agustín Arroyó quedó al mando de todas las acciones de comunicación y publicidad del gobierno mexicano, dentro y fuera del país.
Desde un principio las principales baterías de la DAPP en el exterior se orientaron a los Estados Unidos, para lo cual abrió una oficina de representación en Nueva York. Desde ahí se convocó al ilustre escritor mexicano José Juan Tablada -quien llevaba muchos años residiendo en aquella ciudad- para dirigir una publicación mensual en idioma inglés a la que se le tituló Mexican Art & Life, en cuyas paginas colaboraron con textos sobre la historia, la cultura, las artes, la gastronomía, los sitios turísticos mexicanos y otros aspectos de la vida social y económica de México, Alfonso Caso, Edmundo O’Gorman, Luis Cardosa y Aragón, Xavier Villaurrutia, Manuel Toussaint y Justino Fernández, entre muchos otros.
En el segundo volumen de su monumental biografía sobre Lázaro Cárdenas (Debate, 2019) el historiador Ricardo Pérez Montfort ha señalado:
“La revista no sólo servía para difundir el arte y los valores arquitectónicos coloniales o prehispánicos de México, sino que también participaba en el intento de crear una imagen y una conciencia menos sesgadas por las actitudes antimexicanas de ciertos sectores estadounidenses. Los artículos que aparecían en Mexican Art & Life, además de promover una imagen favorable del propio régimen cardenista, también se ocupaban de comentar las problemáticas sociales y los puntos de interés para el turismo en territorio mexicano, pero, sobre todo, a través del análisis y los comentarios dedicados a múltiples expresiones culturales, hablaban de los valores que, según sus editores, merecían difundirse entre el público anglosajón”.
Otro de los resultados notables del DAPP fue la financiación -a través de los recursos obtenidos de la Secretaría de Educación Pública- y la posterior promoción internacional de la película Redes. Un documental dramatizado sobre la vida de una comunidad de pescadores en Veracruz, codirigido por el realizador austriaco Fred Zinnemann y el director mexicano Emilio Gómez Muriel, con la música original escrita para la película a cargo del compositor Silvestre Revueltas, y la extraordinaria fotografía del neoyorquino Paul Strand, uno de los más reputados fotógrafos y artistas de la primera mitad del siglo XX, cuya influencia sería decisiva en la carrera del gran fotógrafo mexicano de cine, Gabriel Figueroa.
La cinta, considerada uno de los grandes clásicos del cine mexicano, logró reunir al talento artístico de varios países para remarcar el carácter contemporáneo y cosmopolita de la cultura mexicana, y logró las más favorables menciones de la prensa estadounidense, la misma que desde las páginas políticas y editoriales del New York Times, el Washington Post, el Wall Street Journal, y el Times Herald, traían de bajada cotidianamente a México y al gobierno izquierdista de Lázaro Cárdenas.
El DAPP tuvo también a su cargo la construcción del pabellón mexicano en la Feria Universal de Nueva York de 1939, titulada paradójicamente “El mundo de mañana”, cuando ese “mañana” quedaría irremediablemente empañado por el estadillo de la Segunda Guerra Mundial.
Pero acaso la más significativa de sus acciones fue la magna exposición “20 siglos de arte mexicano” inaugurada en 1940 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Si bien para entonces el DAAP había desaparecido, le correspondieron las gestiones y especialmente el encargo del diseño curatorial y museográfico de esta gran exposición, respectivamente, al crítico e historiador de arte Justino Fernández, y al museógrafo Fernando Gamboa, el gran orquestador de las exposiciones internacionales de México en las décadas posteriores, y una de las figuras más notables en la construcción de la imagen cultural de México en el exterior en el siglo XX.
El enorme acierto de aquella iniciativa habría de reeditarse muchos años después, cuando en 1990 el gobierno mexicano inauguró en el Museo Metropolitano de Nueva York, la exposición “México, esplendores de 30 siglos”. De nuevo se había vuelto necesario incidir positivamente en la opinión pública de los Estados Unidos, esta vez como parte de la estrategia de Diplomacia Pública y Cultural que acompañó la negociación del Tratado de Libre Comercio, suscrito finalmente en 1994.
Colofón
Estas y otras reflexiones sobre los retos pasados y presentes de nuestra diplomacia pública y cultural tuve oportunidad de presentarlas el pasado miércoles 19 de febrero en la Universidad Iberoamérica, durante el Foro Académico sobre el tema convocado por los profesores de esta universidad, César Villanueva y Ricardo Castillo. Una iniciativa atinada que nos recuerda la necesidad de sumar voces y ampliar el horizonte de la participación en el debate actual sobre los retos de nuestra política exterior, en una coyuntura especialmente complicada.