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Todos conocemos el ensayo de Edmundo O ‘Gorman sobre el trauma (uno de tantos) en nuestra historia nacional, cuya síntesis amarga ha sido descrita por Enrique Krauze como “una revelación en torno al fracaso del ser mexicano”.
No dice el fracaso DE SER mexicano. No. Lo adjudica AL SER, al elemento de identidad, a la naturaleza misma de la nuestra especificidad antropológica; a la extraña y peculiar conformación de la cultura nacional, entre el absurdo y el cinismo; la hechicería y el fanatismo, la ceguera ante la realidad y la exaltación imaginativa de nuestras mentiras.
Los mexicanos somos así. Y también nuestros gobernantes. Unos más; otros menos, pero todos falsarios.
Hedonistas y presurosos a buscar siempre el atajo ante cualquier circunstancia, hábiles en la escapatoria de cualquier disposición, truculentos, brincones, mutantes ante las convicciones, devotos de la familia, pero sin definir cuál de las dos; machistas disimulados ante la evolución feminista; sensibles y violentos, según la hora y el momento.
Una mezcla incomprensible en la suma de dos y dos son cuatro, excepto cuando conviene que sean tres… o cinco, según si nos arreglamos.
Esos rasgos no son sociales, nada más, también son históricos. Y en el campo de nuestro pasado constitutivo hay dos presencias inamovibles y en muchos sentidos insoportables. España y los Estados Unidos.
Con Iberia nos unen lazos sanguíneos, religiosos, idiomáticos y, por tanto, irreversibles. El mestizaje es un componente y hace mucho dejó de ser una cadena.
Solamente un farsante burlón podría (seriamente) volver la vista atrás para impulsar contra la propia naturaleza, la exigencia de un perdón por culpas diluidas hace medio milenio. Quienes cometieron las atrocidades, el esclavismo y la carnicería ya no existen. Las víctimas tampoco.
¿Quién le va a pedir perdón a quién si de los sacrificios humanos pasamos a los sacrificios taurinos, por no hablar de la ingesta del cuerpo y la sangre de Cristo? De Huitzilopochtli a la eucaristía.
Sí, la conquista produjo conquistados y vencedores, los derrotados ya no existen, por más y como se quiera darle respiración de boca a boca a la momia del indigenismo. Todavía hace unos cuantos días se hablaba de resucitar, preservar o continuar las lenguas naturales del territorio (como por años lo han hecho los gringos del Lingüistico de Verano), sin buscar con ello una preservación cultural sino un recurso político.
En fin.
En cuanto al otro trauma, el de los estadunidenses, sólo tenemos hacia ellos, rencor, discordia y envidia.
Dios bajó su mano próvida del Bravo hacia el Norte. Se llevaron lo pavimentado, dice el cínico cuya ineptitud puebla las tierras del sur americano; la patria es un mutilado territorio vestido de percal y de abalorio,canta el poeta de la patria suave y derrotada, traumatizada, incapaz hasta de capturar a sus delincuentes excepto si se lo exige de manera violenta el vecino del norte.
Exportamos desempleados y extraditamos criminales, pero si alguien nos mira feo, especialmente el mandón del norte ante cuyos designios actuamos diligentes, presurosos y eficientes, cantamos a coro la melopea de la soberanía mientras los aviones del avance tecnológico al cual nunca hemos de alcanzar, registran nuestros pasos, nuestros pesos y hasta nuestros peces.
Pero eso sí, no admitimos el cambio en el nombre del Golfo de México. Eso no.
Todo esto comenzó con la cita de Edmundo O´Gorman y sobre su inteligencia deseo volver con esta idea, porque la ideología (o la fraseología en boga), también exalta el peor iberoamericanismo como si fuera una puerta de salida contra las maldades del Imperio, y no como es, la parte más oscura del laberinto. Ahí está, por ejemplo, la inexplicable comunión con el golpista peruano Pedro Castillo, por citar nada más un caso reciente, o la fraternidad con Evo Morales.
“…Y es de preguntar, no sin asombro, ¿por qué, precisamente, ha de ser el hombre iberoamericano el capacitado para crear esa cultura “propia” y salvadora del género humano? Nadie, por supuesto, se toma la molestia de explicar y aclarar en qué consistirá concretamente, y sólo se nos dice que será “propia”, circunstancia que agrava la dificultad en entender cómo y en qué sentido regenerará a todos los hombres…”
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