Opinión

Alemania y su fallida reunificación

Friedrich Merz

Los resultados de las elecciones en Alemania dan para mucho. De entrada, dejan claro que la reunificación alemana ha sido hasta ahora un proceso fallido (o, cuando menos, muy incompleto). Por otra parte, dan cuenta del empuje, pero también de los límites, del avance de la ultraderecha en el mundo de hoy. Pero hay muchas más aristas.

Han ganado, como era previsible, los democristianos, con Friedrich Merz, quien se sitúa en un ala más conservadora de esa unión partidista que donde estaba Angela Merkel. También era previsible, según las encuestas, un repunte notable de los neofascistas de Alternativa para Alemania, apoyados, bajo cuerda, por el gobierno de Putin y, a la luz del día, por la ultraderecha estadunidense que ha tomado el poder en el país del norte. Nadie se asusta de la caída de los socialdemócratas ni del estancamiento de los verdes (que en Alemania sí son de a deveras). Lo novedoso de estas elecciones fue el repunte de Die Linke, que es el partido de la izquierda intransigente, heredero del SED, es decir, el partido en el poder en la vieja RDA, acompañado por la salida del parlamento del Partido Liberal y por el hecho de que el partido de los tankies, el BSW, no alcanzó a llegar al Bundestag.

Todo esto se combina para la formación de una nueva Gran Coalición entre democristianos y socialdemócratas (tal vez de nuevo acompañados por los verdes), en la que el cambio está en la definición del socio mayor y, por lo tanto, del canciller. Pasarán semanas o meses para que se forme el nuevo gobierno, pero el hecho es que los neonazis quedan fuera.

En cualquier caso, el futuro canciller ya declaró que “es para mí es una prioridad absoluta fortalecer Europa lo más rápidamente posible, para que logremos la independencia de los Estados Unidos paso a paso... está claro que a los estadounidenses -en cualquier caso, a estos estadounidenses, a esta administración- en su mayoría no les importa el destino de Europa”.

Más allá de los resultados generales, resulta impresionante ver el mapa de los partidos ganadores por distrito electoral, porque lo que aparece es un mapa de las dos Alemanias existentes antes de la caída del muro. Mientras la antigua Alemania Federal se pinta del color democristiano, con unos cuantos puntitos socialdemócratas y verdes, en la antigua Alemania Democrática el partido más votado fue el de los neofascistas (con excepciones en Berlín y Leipzig, donde ganó La Izquierda, mientras que en Postdam lo hicieron los democristianos). Los de AfD obtuvieron más del 40% de los votos en buena parte de lo que alguna vez fue el estado comunista alemán.

Resulta por lo menos interesante constatar que el crecimiento de La Izquierda, originalmente un partido fuerte sólo en Alemania del Este, fue en las zonas de la antigua RFA (el oeste), mientras que el mapa electoral del BSW es parecidísimo al de los neonazis. El BSW es una escisión de La Izquierda, que tiene las características de ser, al mismo tiempo que progresista en términos de política económica, claramente pro-ruso, antiinmigración y contrario a la comunidad LGBT+. Como era de esperarse, su dirigente Sarha Wagenknecht (sus iniciales dan nombre al partido, como buena populista) ha decidido impugnar los resultados, al no alcanzar los votos necesarios para llegar al parlamento. Los votantes de AfD y de BSW son los únicos que están mayoritariamente con un entendimiento con Rusia y menos ayuda a Ucrania.

En términos político-electorales, pero también en términos culturales, las dos Alemanias divididas por los acuerdos de postguerra en 1945, lo siguen estando, a pesar de los esfuerzos de unificación verdadera y muy a pesar del optimismo que reinó cuando la caída del Muro de Berlín. Y estos resultados dejan dudas sobre si se podrá lograr esa unificación, porque cada parte no se reconoce en el espejo de la otra, y la desconfianza y el resentimiento crecen.

Se constata de nueva cuenta -podrían hacerse tomos con las anécdotas al respecto- que en la antigua Alemania Oriental no se intentó un proceso de desnazificación tan a fondo como en la antigua República Federal Alemana. Hay ahí mayor prevalencia de racismo, menor compromiso con la democracia y, sobre todo, un resentimiento social permanente.

Cuando se reunificó formalmente Alemania, la preocupación principal era hacer que el Este, que tenía mucha menor productividad (un pleno empleo engañoso, con muchos trabajadores que estorbaban más que ayudar), menor calidad de vida y métodos organizativos obsoletos, alcanzara al Oeste en esos rubros. Este énfasis casi único, acompañado por un impuesto especial en el Oeste, para financiar las mejoras en la parte oriental, acabó por no dar resultados.

Por una parte, Alemania oriental sigue rezagada respecto a la otra parte del país en nivel educativo, tiene un ingreso promedio 30% inferior (a pesar de que el salario mínimo aumentó ahí mucho más que en el Oeste), un nivel mucho más alto de desempleo (pero quienes trabajan lo hacen por más horas) y, sobre todo, una menor satisfacción con la vida y enojo porque los otros alemanes siguen siendo más ricos. Estos últimos elementos se reflejan en que la mayor parte de los votantes de esa región no se sienten identificados con ningún partido.

En esas circunstancias, la Alemania que alguna vez fue comunista recibe mucho menos inmigrantes que la que siempre fue capitalista, porque hay menos oportunidades. A pesar de ello, es más antiinmigrante, porque -además de las diferencias culturales- siente el peligro sobre su empleo precario. Y del lado occidental hay una clara molestia porque siente que su solidaridad con el Este no ha sido bien correspondida.

Unas notas finales. Una cosa es que los neonazis hayan sido el partido más votado solamente en el Este, y otra que no hayan crecido preocupantemente también en el Oeste. La diferencia es de tres a uno, pero también hay no pocos partidarios de AfD en la antigua República Federal. También se ha hablado mucho de que los jóvenes están votando por los extremos; esto es cierto solamente para La Izquierda: uno de cada cuatro alemanes menores de 30 años votó por esa opción. Del lado del AfD, su fuerza mayor está en los adultos de entre 30 y 44 años. Los mayores de 60 votan por los partidos tradicionales, sobre todo los socialdemócratas. Este último dato, y la venturosa derrota de los Liberales (el partido pro-empresarial que rompió la alianza de gobierno y obligó a estas elecciones) nos recuerda que las antiguas coordenadas políticas están en decadencia.

fbaez@cronica.com.mx

Twitter: @franciscobaez

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