
México lleva más de un siglo intentando satisfacer los vicios de los americanos. Desde la prohibición del alcohol hasta la crisis del letal fentanilo. Como el apetito de los vecinos es insaciable, lo cierto es que siempre estamos un paso atrás. Esto ha creado una masa delincuencial en México con cómplices en los tres niveles de gobierno. Esta complicidad por momentos ha sido simbiosis, por la dificultad de establecer una línea divisoria entre unos y otros.
En Ciudad Juárez, Chihuahua, todavía se relata cómo los mafiosos de Al Capone cruzaban la frontera a la altura El Paso para abastecerse de Whisky, que sus socios mexicanos tenían empaquetados listos para el viaje de retorno que era largo porque Capone tenía su oficina matriz en Chicago. La Ley Seca dejó al descubierto que venderles sustancias prohibidas a los gringos era el negocio con mayor proyección de la frontera. No se equivocaron.
Como ahora con el fentanilo, los traficantes mexicanos montaron destilerías a unos pasos de la frontera para reducir gastos de traslado. Todavía está en pie en Juárez una de las fábricas emblemáticas, DM Distillery Co. Cientos de miles de turistas gringos, no exagero, cruzaban la frontera año con año para desfogarse en Juárez. Los fines de semana, cuentan las crónicas, había más estadounidenses en Juárez que en el Paso. Pasar las barricas de alcohol del otro lado era una actividad lucrativa pero peligrosa, porque del otro lado sheriffs texanos practicaban el tiro al blanco con los “burros” mexicanos que no podían correr por su pesada carga. A partir de entonces Juárez se convirtió en un sitio de alto riesgo y por eso llegó a convertirse en la ciudad más peligrosa del mundo en el año 2010.
Con la misma lógica, la de estar cerca de la frontera, Rafael Caro Quintero eligió la comunidad del Búfalo, en Allende, Chihuahua, para construir el mayor rancho productor de mariguana del mundo. Poco más de 540 hectáreas de riego dedicadas al cultivo y empaquetamiento de marihuana que podía estar en el Río Bravo en pocos minutos. Aunque usted no lo crea, trabajan en ese rancho 10 mil jornaleros, pero por alguna extraña epidemia de miopía, nunca explicada, las autoridades mexicanas no se dieron cuenta y el emporio de Caro Quintero trabajaba sin ser molestado.
Eso duró hasta que un grupo de agentes de la DEA, entre ellos Kiki Camarena, cayeron en cuenta y le arruinaron el negocio. El embajador de Estados Unidos, John Gavin, le exigió al gobierno mexicano la destrucción del rancho. Los funcionarios, hablo de 1984, en una actuación digna del Oscar, pusieron caras de sorprendidos, como que no lo podían creer. Entonces Caro, que se asumía bordado a mano y alborotaba a las niñas bien de Guadalajara, cometió un error que lo marcaría y que puede llevarlo a la silla eléctrica: ordenó secuestrar a Kiki Camarena y someterlo a tortura para que revelara quién le dio el pitazo, pero Camarena se les murió y entonces todo cambió.
Cuando se desató la furia gringa terminó el blindaje de Caro. ¿Les suena algo familiar? Caro, que tiene 72 años, formó parte del paquete endemoniado de 29 narcos que el gobierno de México entregó a Estados Unidos en el proceso de negociación para que Trump no imponga aranceles. Lo recibieron en el aeropuerto cien agentes de la DEA con sede venganza. Dicen que lo trasladaron con las esposas que pertenecieron al Kiki, tal vez sí, no me consta. Desde entonces hasta ahora las agencias gringas andan a la greña. La DEA trata de contener la producción y tráfico de droga, pero muchas veces la CIA alienta esta práctica por estrategia político - ideológica. Hay quien asegura que Caro y otros integrantes de esa generación de narcos que, oriundos de Sinaloa, eran la cúpula del Cartel de Guadalajara, llegaron a trabajar para la CIA.
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