Opinión

Todos (as,es) a defender la patria

La presidenta de México, AMLO, da un discurso durante la ceremonia del Grito de Dolores
Claudia Sheinbaum durante su discurso en el Zócalo Claudia Sheinbaum durante su discurso en el Zócalo (Cuartoscuro)

A lo largo del medio siglo anterior a esta fecha he asistido –por obligación profesional de reportero-- a todas las marchas, reuniones masivas; manifestaciones, mítines, asambleas informativas y cuanto se les ha ocurrido a los actores (y factores) políticos del país, incluyendo procesiones durante las visitas papales o la peregrinación de las reliquias de San Judas Tadeo.

Lo mismo a las exiguas concentraciones de la “Marea Rosa”, la “MarcHa Blanca” o el desagravio a la bandera en los tiempos de Luis Echeverría para compensar la pudorosa dizque orgía de Avándaro, cuya pacata condición de imitadores de Woodstock no fue para tanto. Ahí también estuve, por cierto.

He visto apoyos, adhesiones, acarreos infinitos de todos los partidos en disputa por la hegemonía monopólica de la protesta como lenguaje inevitable de la militancia; estuve en la tarde del desafuero de López y en las quejas por fraudes electorales reales o inventados; he fatigado mis oídos con innumerables arengas, discursos, proclamas y similares; he caminado todo el campamento del origen de Morena y he visto decenas de desfiles militares.

La gente, la muchedumbre, la voz de la masa siempre monocorde y obediente ante cualquier mandato, convocatoria u obligación de partido o profesión de fe; el alarido nacionalista más allá de la fiesta húmeda del quince de septiembre con su grito de resonancias coloniales e independentistas.

El Zócalo como espejo, centro, templo y escenario a lo largo de toda la historia; el Zócalo cuya abigarrada concurrencia prueba el triunfo del poder o al menos su legitima existencia (o ilegitima, de todos modos el gentío festivo o resignado, acude), el plebiscito, la aquiescencia plebeya, la consagración, la prueba de fuego sin, lumbre, la asamblea sin puertas ni muros cuya enrejada condición apenas separa al poder del populacho; la puerta en llamas, el eco motín del maíz del siglo XVI, el ariete contra los portones, la bomba contra los balcones. Nunca vi a Bernardo Reyes morir sobre el caballo.

Escuché planes de gobierno, discursos interminables en el día del Trabajo en infinitas transmisiones de TV en honor del Primer Obrero de la Patria y bebí la champaña de la pirotecnia en la noche fin milenaria del 31 de diciembre de 1999, para ver cómo bajaba el siglo XXI desde las luces de la pirotecnia colorida y verde, pero nunca, nunca antes, como en el ya muy cercano caso del próximo domingo –como eucaristía de la patria frente al golpe alevoso sobre nuestras sufridas cabezas--, la junta de voluntades en defensa de todos, de todas y de todes, por si hiciera falta; jurar fervorosos henchidos de nacionalismo justificado, ahí donde se jura la bandera el cinco de mayo, la defensa de la impecable y diamantina patria; la impoluta, soberana, divina patria de todos los días y todas las noches.

Así nos lo ha dicho CSP:

“…Convoco a las mexicanas y mexicanos a una Asamblea Informativa en el Zócalo de la Ciudad de México el próximo domingo a las 12:00 del día, para compartirles las acciones que emprenderemos y entre todos afrontar juntos este desafío.

“Orgullosamente, somos un país libre, independiente y soberano. Juntas y juntos saldremos adelante.

 “Hago un llamado al pueblo de México, a todas y a todos, a enfrentar juntos este desafío. A mantenernos con unidad. Reitero: es tiempo de la defensa de México y su soberanía.

“…Debemos estar atentos y tener tranquilidad, cabeza fría, es muy fuerte y poderoso nuestro pueblo y nuestra bendita nación”.

Sí, porque es intolerable el señalamiento de la Casa Blanca –entre otros más de pútrida sustancia--, según el cual aquí se han creado por complicidad, “refugios seguros para que los cárteles se dediquen a la fabricación y el transporte de narcóticos peligrosos, que en conjunto han provocado la muerte por sobredosis de cientos de miles de víctimas estadounidenses”, como si tuviéramos la culpa de su viciosa juventud ajena a los altos valores familiares de nuestra sociedad.

Por eso voy a ir el domingo. No como reportero, como mexicano.

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