Opinión

Los años del salario mínimo y sus enemigos

José Antonio Meade, candidato a la presidencia de México
José Antonio Meade, candidato a la presidencia de México José Antonio Meade, candidato a la presidencia de México (La Crónica de Hoy)

Circula en las redes sociales (“X” y “Facebook”) un video en el que José Antonio Meade (ex Secretario de Hacienda, ex candidato del PRI a la presidencia) reprueba la política de ascenso del salario mínimo. Ciertamente, es congruente (como se dice en estos tiempos), siempre se opuso y se mantiene en esas: subir el salario mínimo tiene consecuencias perniciosas. Pero oigámoslo con sus propias palabras.

“El salario mínimo, la política alrededor del salario mínimo, se incrementó de manera muy importante, 20 por ciento por año… Hay la percepción de que ese cambio de política fue un cambio de política, que fue gratis, que no tuvo impacto… Sin embargo, cuando uno revisa la inflación y la compara uno con el objetivo del Banco de México, con la inflación que se ve en el resto del mundo, si uno toma en consideración que tenemos la tasa de interés real más alta que hemos tenido en los últimos 25 años, si uno compara esa tasa de interés casi está al nivel de la de Brasil que debe el doble que nosotros respecto al PIB, o la de Rusia, que está en guerra. Entonces, sí hubo un cambio, sí se fortaleció el porcentaje de ingresos en la mano de obra, pero es un cambio que tuvo un costo, en términos de una política monetaria que hoy se ve restrictiva, de menor ritmo de crecimiento en el empleo, de menor crecimiento en la economía, que habrá sido el segundo menor crecimiento en un sexenio en los últimos 100 años”. Aquí (https://bit.ly/3DrLwpo).

¿Lo ven? Los incrementos del salario mínimo son la causa de que la inflación se descontrolara (fuera de las metas del Banxico), de que tengamos altas tasas de interés, de una mediocre generación de empleo y de penosas tasas de crecimiento no vistas en una centuria… así, porque el señor Meade y su modelo lo dice y lo predice.

No ha tenido la curiosidad de preguntarse si acaso, la inflación de estos años (que está controlada y cuyo ritmo bajó de hecho, en 2024) no tiene que ver más bien con la pandemia, con la crisis mundial de suministros, el aumento de los energéticos o dado el generalizado pago por “piso” que ahora también deben subsidiar los productores de varios insumos básicos en México. Estas cosas, es decir, la realidad misma, no entran en su modelo.

Las tasas de interés son muy altas: ¿no se explica mejor por la necesidad de retener capitales haciendo atractivo invertir en pesos ante el nerviosismo y el montón de dudas que plantea la política económica del obradorismo? Y el bajísimo crecimiento económico, ¿no se debe más bien a la caída de la inversión pública y privada, que ha llegado a mínimos históricos?

Achacarle esos males al alza del salario mínimo es una forma de mirar para otro lado. En cambio, los reportes del IEPC que proporciona regularmente el INEGI —los de los últimos años— informan que las fuentes de la inflación han sido los insumos para producir, materias primas, el transporte y la vivienda, en ninguna parte los aumentos de salario.

Por supuesto que el alza salarial “no fue gratis” como dice Meade, exigió sobre todo un replanteamiento organizativo al interior de las empresas y sobre todo, un movimiento redistributivo: una parte algo mayor de la riqueza generada para los trabajadores, hecho perfectamente metabolizable y justo, porque no había ocurrido en 35 años.

Vamos a los datos. La inflación del periodo 2019-2024 acumuló un 35.4 por ciento, lo que quiere decir que el salario mínimo se incrementó 100.5 por ciento en términos reales en ese mismo lapso, para llegar a los 279 pesos diarios hoy. Ciertamente, es un aumento muy notable y más que eso: es el factor que explica la salida de la pobreza por ingresos de casi 5 millones de trabajadores, precisamente en un periodo de shocks y de pandemia. Hecho, del tamaño de una catedral, que debería llevarnos a una conclusión muy distinta: el aumento salarial no solo era posible, sino también necesario para promover el consumo, la demanda interna como motor autónomo frente a la inestabilidad internacional.

Lo mismo ha ocurrido en muchos otros países del mundo, desarrollados y no. España tomó una senda de incremento salarial que tiene al mínimo 42 por ciento encima de la inflación en los últimos seis años. En Alemania esa cifra es de 19 y en Holanda de 11 por ciento (véase El País https://bit.ly/3FfgHoy).

Un informe de la Organización Mundial del Trabajo (OIT) actualizado a 2023, indica que “el 59 por ciento de las economías del mundo han echado mano de la institución salario mínimo “lo que indica que en muchos más países de los esperados las políticas de salario mínimo respondieron al aumento de la inflación de forma contundente”.

¿Lo ven? En el mundo real, a la inflación actual se le ha respondido con aumentos salariales, empezando por los mínimos y no hay evidencia que unos incrementos prudentes generen inflación automáticamente, como sigue profesando nuestro nativismo neoliberal.

El mismo informe tiene esta, como primera conclusión: “Ajustar el salario mínimo con el fin de proteger el poder adquisitivo de los trabajadores con niveles salariales bajos, sin perder de vista los factores económicos, debe seguir siendo un objetivo prioritario” (https://bit.ly/3Fs24y3).

Es más que paradójico que en el nombre de una supuesta, imbatible “competencia técnica” se critique precisamente a la única de las medidas económicas de López Obrador que han sido correctas y dentro de lo que cabe, bien implementadas. Meade podía haber criticado la enfermiza sub-inversión del gobierno, la austeridad maniática, la loca y clientelar entrega de dinero líquido a millones o la timorata evasión a una reforma fiscal urgentísima. No, su pleito es con el salario mínimo, o sea, el ingreso de los trabajadores mexicanos.

Pero la evidencia y la experiencia global, es precisamente la contraria. La política del salario mínimo ha resultado ser el instrumento más importante que han tenido los Estados para contener el empobrecimiento causado por el estancamiento secular, ante tanta crisis, incertidumbre y tanta inestabilidad, también global.

Desde hace rato, la ciencia económica había vivido su “revolución de la credibilidad” porque dio cada vez menos crédito a los modelos preconcebidos y cada vez más espacio a los datos, a la recolección empírica de evidencia que está allí afuera, en la realidad. Aunque muchos se aferran a sus antiguos manuales, la ciencia ya cambió y el ascenso a los salarios mínimos se ha revelado como uno de los vectores principales de la política económica contemporánea. Y funciona.

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