Opinión

Distraídos “por la emoción del momento”

La congresista demócrata Maxine Waters apunta con el dedo al expresidente Donald Trump.
Claudia Sheinbaum Pardo y Donald Trump Claudia Sheinbaum Pardo y Donald Trump (Fotos Cuartoscuro)

Dos meses de Trump, dos amagos de imposición de aranceles, dos posposiciones, una amenaza persistente para imponerlos, que puede convertirse en permanente, porque no hay manera de complacer a un hombre para el que la negociación equivale al chantaje y que, además, no tiene llenadero. En el fondo de su corazón mercantilista, al presidente estadunidense le encantaría poner aranceles a diestra y siniestra, pero las circunstancias objetivas se lo impiden.

Del lado de México, una predisposición constante al diálogo y la cooperación, en busca de aplacar la furia trumpista, acompañada por consignas acerca de la soberanía y en contra del colonialismo, que ha logrado que la espada de Damocles no caiga sobre nuestras exportaciones, pero no ha impedido que siga colgando, intimidante.

Hasta ahí, todo de acuerdo al guion, pero, en la medida en que pasa el tiempo, se ve -por un lado- que a Trump no le resulta tan fácil la imposición unilateral de aranceles y -por el otro- que a Sheinbaum le resulta cada vez más difícil el equilibrio entre las concesiones que se ve obligada a hacer, la retórica de la 4T y el mantenimiento de la unidad efectiva (no nada más de palabra) en su movimiento-partido.

Las presiones de las grandes empresas estadunidenses han podido más que cualquier otra cosa en poner coto al mercantilismo desatado de Donald Trump; los industriales de ese país saben mejor que nadie que las consecuencias serían desastrosas para ellos y para su economía en caso de que se aplicaran las políticas proteccionistas. Tan es así que no se aplican tampoco para Canadá, que -a diferencia de México- tuvo una respuesta desafiante a las provocaciones trumpistas y que además acaba de cambiar de primer ministro.

En México hubo una novedad. El llamado a un gran mitin contra los aranceles, en el que la presidenta Sheinbaum anunciaría las contramedidas de México, que, afortunadamente, tras la cuarta llamada telefónica amable, fue cambiado por una suerte de celebración, en la que la parte medular del mensaje fue nublada por una anécdota que parecerá menor, pero, por las reacciones que ha suscitado, no lo es.

La posibilidad de una arenga nacionalista acompañada por un distanciamiento neto hacia Estados Unidos es algo que dio aliento a una parte de la militancia morenista, ansiosa de enfrentar al imperialismo (y generó preocupación entre quienes creen, correctamente, que envolverse en la bandera nacional en estas circunstancias es ponerse una camisa de fuerza). Lo curioso es que la bandera de ese nacionalismo iba a ser la del libre comercio, la del tratado negociado inicialmente por Salinas de Gortari, que esos mismos militantes habían denunciado como traición, una generación atrás.

El caso es que no hubo ni contramedidas ni consignas agresivas ni envoltura en la bandera, y sí un informe que fue más allá de las relaciones comerciales, acompañado por las consabidas loas al pueblo mexicano, verdadero autor, de acuerdo con Sheinbaum, de la hazaña de frenar la amenaza.

El efecto del mitin fue distinto en México que en el extranjero. Fuera de nuestras fronteras lo que se vio, en la mayor parte de los medios, fue a una presidenta capaz de llenar una plaza tan grande como el Zócalo y dar, con ello, muestra de fuerza y respaldo popular. Adentro se vio que el llamado a la unidad nacional abarcó esencialmente a los simpatizantes de Morena, varios importantes empresarios y algunos gobernantes de oposición interesados en no quedar mal con la presidenta.

Pero también se vio -en la anécdota aparentemente menor- que no todos los miembros de la cúpula de gobierno están tan atentos a lo que haga y diga la presidenta Sheinbaum como lo estaban con su antecesor… a quien le deben el puesto. Ahora estaban más atentos a tomarse la foto con el hijo del antecesor, dándole la espalda a la titular del Ejecutivo.

“Estaban distraídos”, dijo Sheinbaum, minimizando la anécdota. Es decir, actuaron sin darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Claro, porque Adán Augusto, Ricardo Monreal, Manuel Velasco y otros estaban atentos a otra cosa, en plena llegada de la Presidenta de la República al templete.

Ninguno de esos estuvo distraído y todos le dieron la espalda, sin embargo, cuando, a pesar de los pesares, se ratificó a Rosario Piedra en la CNDH. Tampoco estuvieron distraídos cuando decidieron que la ley contra el nepotismo aplicara hasta el 2030. Ni cuando, de manera simultánea, se disculparon en las redes sociales aduciendo, casi con las mismas palabras, que era “la emoción del momento”.

Decía el clásico que “en política la forma es fondo”. En un mitin que preconizaba la unidad nacional se pudo ver, a través de las formas, que hay más de un desencuentro en el grupo de gobierno… que seguirá trabajando junto, porque Andrés Manuel dejó las cosas atadas y bien atadas. A cada quien sus ataduras.

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