
La historia de la fiesta de toros (jamás fiesta de todos), cuya existencia podría terminar al menos en la ciudad de México el próximo día 18, tras una tenaz campaña cuya etiología no voy a considerar pues me parece simplemente el pretexto de una corriente mercenaria (Partido Verde), ha sido prohibida muchas veces en muchas partes. Y ha resucitado.
Quizá ahora ya no.
En tiempos no tan cercanos Venustiano Carranza, por cuyo honesto proceder y ejemplo ético, el pueblo conjugó el verbo carrancear, como definición para el lucrativo y corrupto enriquecimiento a costillas del poder y el fuero, prohibió las corridas en 1916. Ese veto se mantuvo en el Distrito Federal de entonces, hasta 1920.
Muchos años después Manuel Martínez Ancira, su descendiente enloqueció las plazas con el nombre de Manolo Martínez.
Pero en la lejanía debemos recordar al limitadísimo Borbón, Carlos IV --cuya estatua ecuestre merece el nombre de “Caballito”, por honrar al noble bruto (“Tambor”) y olvidar al bruto noble--, quien vetó los festejos en 1805 aunque, como le ocurría frecuentemente, nadie le hizo caso.
Todos los juaristas (y juristas) recuerdan la prohibición de Don Benito en esta materia. Su decisión tuvo como origen intelectual, el pensamiento de su amigo, Ignacio Ramírez ”El nigromante”, quien con argumentos muy similares a los padres de perrijos y gatijos de hoy, así consideraba a la fiesta (1857):
--“Se debe abolir de la nación mexicana todo espectáculo o las corridas de toros que denigren al animal o a cualquier ser vivo y así evitar que el gozo por el sufrimiento de los seres vivos siga siendo un espectáculo degradante para los seres humanos que no han podido superar con esas conductas sus atavismos ancestrales. (...) No todo lo que llegó de Europa fue bueno” (Emilio Arellano, La Nueva República: Ignacio Ramirez “el Nigromante, Planeta, 2009)”.
La tauromaquia ha sido perseguida desde hace muchos años y en todas partes. La enciclopedia “Los toros”, de José María de Cossío, tiene páginas y páginas sobre las disputas en contra o en favor.
En una parte dice algo --por contraste--, aplicable al momento mexicano actual:
“…Tal escrito (se refiere a una añeja defensa de la fiesta como factor de economía y empleos; desarrollo ganadero y otros elementos de esa naturaleza) tiene un evidente carácter polémico, aunque en este caso sin enemigo a la vista para la discusión; pero bien es que se afirmen tales argumentos favorables, a la fiesta y precisamente en materia en que --salvo la opinión citada-- parecían batirse en retirada los amigos de la fiesta taurina.”
En México los amigos de la fiesta --o sus devotos, o sus adoradores, o sus aficionados--, no se han retirado de la discusión. Se han retirado de las plazas y eso ha facilitado la embestida de los oportunistas cuya sensiblería no debe ser confundida con la sensibilidad.
La fiesta de toros ha sido vencida por el tiempo, la especulación inmobiliaria, la mala crianza del ganado bravo cuya mansedumbre (valga el oxímoron), espanta;la cobardona comodidad de los toreros devenidos en estrellas de magazine, la invasión de modos, modas y actitudes anglosajonas y empuje de la urbanización y hasta la Reforma Agraria.
Los verdes -- cuya actitud, también en esto, es falsa--, no han hecho sino colocar la cereza en un pastel de olvido. La fiesta no se extinguirá por ellos. Ni siquiera merecen ese triunfo por mucho y como se sientan autores de la abolición.
Ya lo hicieron con el circo (sin tanto sedimento cultural) y sus animales. Ahora van al Zócalo. A otro circo.
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