
La decisión de Benjamín Netanyahu de romper unilateralmente el acuerdo de alto el fuego de Israel en Gaza, pese a que vuelve a poner en serio riesgo a los rehenes, no la habría tomado si no le hubiera animado a hacerlo el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien sólo horas antes ordenó el ataque más letal de Estados Unidos contra los hutíes en Yemen.
“El mundo está oficialmente sobre aviso: hay un nuevo sheriff en la ciudad”, declaró la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, recurriendo a un símil patriotero de las películas del Salvaje Oeste, para poner sobre aviso a los maleantes; en este caso a Irán, el régimen que desde hace años financia a sus “hermanos” chiitas en Yemen, y que lo seguiría haciendo a los libaneses de Hezbolá, a los palestinos de Hamás y al Ejército sirio leal a Bachar al Asad, si éste no hubiese sido derrocado por los rebeldes sirios, y si las otras dos organizaciones no hubiesen sido casi destruidas por las fuerzas israelíes en el último año.
Este mismo miércoles, Trump exigió al régimen de los ayatolás que cese de inmediato el envío de armas a los hutíes y amenazó a los yemeníes con “aniquilarlos”, si siguen lanzando drones y cohetes en dirección a Israel y contra los barcos que navegan por el mar Rojo.
Resultó llamativo, no obstante, el tono contenido de Trump hacia Irán comparado con la agresividad con los hutíes. La respuesta se esconde en los túneles subterráneos donde el régimen chiita enriquece uranio para empezar a fabricar bombas nucleares, una amenaza tan disuasoria que Estados Unidos no se ha atrevido hasta la fecha a declarar la guerra a la mayor potencia militar de Oriente Medio, detrás de Israel.
La semana pasada, la Casa Blanca informó que Trump envió una carta al líder supremo Alí Jamenei para alcanzar un nuevo pacto nuclear “por la vía diplomática y cuanto antes”. Sin embargo, este mismo miércoles la prensa estadounidense filtró el resto del contenido de la carta, que es mucho menos diplomático de lo que aparentaba, ya que pone un ultimátum de dos meses para que Teherán acepte, o de lo contrario, “habrá otras maneras de resolver la disputa”.
El plazo de dos meses puede ser el tiempo que Trump y Netanyahu calculan que pueden tardar en eliminar a bombazos la amenaza hutí en Yemen y lo que queda del brazo armado de Hamás, con una nueva invasión terrestre de la Franja (que ya comenzó). El resto de la carta esconde, además, otro mensaje siniestro: negociar a partir de ahora “bajo las bombas” y, si no queda más remedio, a costa del sacrificio de los últimos rehenes, contando con que ya sabrán lidiar con la rabia de la sociedad israelí, vendiendo o bien una “rendición nuclear” de Irán, o bien una guerra, como muchos desean.
Ya lo dijo impasible el ministro de Defensa israelí, Israel Katz, tras decirle un periodista que de los 400 muertos por los bombardeos masivos contra los palestinos mientras dormían, la mitad eran niños: “Las reglas del juego han cambiado”. En otras palabras: el acuerdo de paz que Israel y Hamás alcanzaron a principios de año, fue bajo la mediación de Joe Biden; pero desde el 20 de enero, quien duerme en la Casa Blanca es “el sheriff”.