
Siempre quiero creer, cuando busco un libro en mi casa, que pesa sobre mí una maldición, pero no es así o no específicamente. Lo que hay es un desorden enorme. Todos los libros acomodados van por orden alfabético: literaturas del mundo, o por temas, filosofía, teoría literaria, historia, sociología, etcétera. Pero allí, en esa precisa ocupación, que destiné a otras obras, ya no caben las nuevas o debo mover todas las demás para que las recién llegadas tengan su lugar. Es entonces cuando aparece la magia maligna: voy dejando los libros por todas partes de la casa, flotan por sí mismos y cambian de lugar. Finalmente, acabo de encontrar el que quería, “El lugar de la herida” de Laura Baeza (México: 2024, Alfaguara). Fue un triunfo, porque, en tanto que enseño narrativa mexicana, entre otras clases, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, las novelas y relatos de los escritores mexicanos de hoy danzan sin fin por el espacio que habito.
“El lugar de la herida”, en dos voces narradoras, la de una madre y la de una joven secuestrada, versa sobre un México justamente herido, en donde el secuestro y la trata se ponen en movimiento. La madre, Dolores, narra la búsqueda desgarrada de la hija desaparecida. Lucero, compañera de secundaria de Nancy (hija de Dolores) relata cómo se vive difícilmente un secuestro. La novela resulta estupenda y martirizante para el lector. Laura Baeza investigó mucho, nos dijo a mis alumnos y a mí, para escribir la novela.
Me pregunto si los voceros de presidencia leerán literatura mexicana de hoy, donde muchos escritores manifiestan el infierno que se vive en México desde hace varios años. ¿No investigarán nada los que fungen como voz oficial de la presidente? ¿No leen nunca literatura?
Sara Uribe, que, como Laura Baeza, ha publicado otros libros, publicó en 2012 Antígona González, que trata la historia (ficticia) de una Antígona mexicana que indaga sobre la desaparición de su hermano causada por la guerra contra las drogas en México. A partir de la prensa, de relatos de primera mano, de la poesía y de la tragedia de Sófocles, en la que Antígona, hija de Edipo, se opone a Creonte, gobernante de Tebas, que ordena que Polinices, hermano de Antígona, no tenga una honrosa sepultura, después de haber peleado con su hermano Eteocles y de que ambos se dan muerte mutuamente. Antígona lucha porque Polinices no sea abandonado y devorado por animales carroñeros, mientras Eteocles tendrá una honrosa sepultura.
Con la desaparición de Tadeo, su hermano, Antígona González, persigue lo siguiente:
“Rezo para que tu cuerpo ausente no quede impune. Para que no quede anónimo. Rezo para tener un sitio a donde ir a llorar. Rezo por los buenos y por ellos, porque si ellos no tienen corazón, yo sí.”
La familia le pide a Antígona que no acuda a las autoridades, porque temen la reacción de los narcos. Pero ella está decidida a saber qué ha pasado con Tadeo y eso la lleva a una fosa común en San Fernando, donde, fuera de la ficción, aparecieron 196 cuerpos asesinados seguramente por el narcotráfico. Antigona recorre otros lugares del país donde múltiples desapariciones y asesinatos sucedieron.
Las desapariciones no son algo nuevo. Existen varios textos literarios de jóvenes escritores mexicanos (se entiende que escritores y escritoras) que han abordado este doloroso tema, que diariamente viven las madres buscadoras, esas que nunca quiso recibir el expresidente Andrés Manuel López Obrador y las tachó de politiqueras o algo así. La verdad es que durante su régimen, en relación con el crimen organizado, AMLO se cruzó de brazos. Hubo 152 mil desapariciones bajo su mandato y van seis mil durante los primeros meses de la presidencia de Claudia Sheinbaum. El descubrimiento del rancho de Teuchitlán, campo de adiestramiento y exterminio del CJNG, ha levantado la indignación de la mayoría de los mexicanos, misma que muchos expresan en las redes. Lo curioso es que la presidente Sheinbaum, sus voceros, y el presidente de la Cámara de Senadores, Gerardo Noroña, dicen que esta respuesta se encuentra trazada por la “derecha” (es decir, que, quien no sea de MoReNa ni simpatizante, es de derecha, cuando no veo ninguna política social ni económica que vincule a la Cuatroté con la izquierda). Enfurecen por la “tendencia” en Twitter (X) de llamar narcopresidente a López Obrador y narcopresidenta a Sheinbaum. Lo que se sabe es que el Crimen Organizado siempre sostiene vínculos con algún poder del Estado, como explica Lorenzo Córdova en relación con cómo terminaron con la Cosa Nostra en Italia, concretamente en Palermo, con su alcalde, quien creó una estrategia múltiple para abordar el problema: lo social, lo cultural, lo educativo, lo religioso y, desde luego, lo económico, porque a eso se dedican las mafias principalmente, a hacer negocios, en su caso malhabidos todos.
Jenaro Villamil, titular del Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano, escribió en Twitter “Más de la mitad de las cuentas bots que participaron en la etiqueta “narcoPresidentaClaudia” coinciden con las mismas cuentas que apoyaron en 2024 la campaña de @XochitlGálvez”, lo cual me parece delirante. La presidente afirma que alguien gastó 20 millones de pesos para pagar bots que la vilipendiaran. ¡Dios de bonad, como diría mi amigo Gil Gamés de otro diario, ¿por qué no acude la primera mandataria con el fiscal federal Gertz Manero al rancho de Teuchitlán a revisarlo con expertos (dudo que haya mejores especialistas que las madres buscadoras). ¿Por qué no asume el gobierno morenista este gravísimo problema, el de las desapariciones en México? Tapar el sol con un dedo no funciona; hacerse las víctimas, tampoco, cuando miles de jóvenes desaparecen en este país y mueren brutalmente, según se demostró en el rancho jaliciense. Se han hallado otros terrenos de exterminio, es el momento de que las autoridades viajen a algunos círculos dantescos del infierno y creen tácticas para impedir que esto continúe ocurriendo.