
El caso del Rancho Izaguirre concluye la semana sepultado por una montaña de palabras, usadas por las autoridades para realizar el control de daños.
Se habla mucho de nuevos organismos con más recursos o de viejos organismos a los que, ahora sí, se les prestará atención. La estrategia es la misma de siempre. Darle tiempo al tiempo y que la información del centro de reclutamiento y eventual campo de exterminio deje las primeras planas, pase a páginas interiores y después simplemente se desvanezca ante el empuje de nuevos escándalos que generen indignación ciudadana que se apaciguará diciendo que se investigará a fondo, que se creará una comisión, que no habrá impunidad. Todo dicho, desde luego, con esa cara adusta que tienen dominada los políticos profesionales para transmitir el mensaje de que ahora sí van en serio, no como antes.
Nunca pasa nada, casi sobra decirlo, pero no se pierde la confianza de que ahora sí será diferente. Hace más de seis meses la fiscalía general puso como lazo de cochino a la fiscalía de Sinaloa por sus errores colosales en la indagatoria del asesinato de Nemesio Cuén. Pasaron días, semanas y meses y no sería raro que la fiscalía de Sinaloa regañe a la fiscalía general por la tardanza en los resultados de su investigación. Ese crimen, a pesar de las caras adustas, permanece impune. El regaño de esta semana fue a la fiscalía de Jalisco. Les llovió y con razón. La pregunta es si con eso el tema se da por cerrado o dentro de medio año, por ahí de septiembre, habrá más regaños, aunque nada se haya esclarecido.
Lo que se requiere para esclarecer el tema del rancho, de los reclutamientos y de los desaparecidos en general es que haya voluntad política. No hay secreto. Se necesita que se premie políticamente a quien lo esclarezca, y no, como es la regla, que se premie a quien lo oculte mejor. Eso hará la diferencia. Se publicó que a partir de ahora se investigarán las ofertas de trabajo para evitar que se trate reclutadores del crimen organizado. Se dice como si fuera una novedad inaudita, algo que comenzó a hacerse hace una semana, cuando grupos criminales, comenzando por el CJNG, llevan años haciéndolo sin que ninguna autoridad se tome la molestia de echarle un ojo. Incluso la tragedia del call center de Zapopan está conectada con este modus operandi.
No investigan porque no quieren, porque no hay, ya lo adivinó usted, voluntad política. Se deja pasar para no tener que confrontarse con los grupos criminales que les tienen agarrada la medida. Que una célula del Mencho haya ejecutado al exgobernador Aristóteles Sandoval dejó en claro la correlación de fuerzas, que por cierto no favorece al gobierno. En una decisión equivocada en el pasado sexenio se asumió la estrategia de abrazos, no balazos, con los nefastos resultados que hoy padecemos. El CJNG aumentó su poder durante el gobierno de Peña Nieto, que recurrió a sicarios del Mencho para crear supuestos grupos de autodefensa que se enfrentaran a los Caballeros Templarios. Esta banda, de los Templarios dirigidos por la Tuta, Servando Gómez, en efecto quedó reducida a pandilla irrelevante, pero el CJNG emergió como el nuevo cartel dominante en el occidente del país, de Nayarit para abajo. Ya eran un cartel fuerte, pero sus asociaciones estratégicas los hicieron crecer. El Mencho, que fue policía, domina los bajos mundos, pero también el arte de fichar servidores de todos los rangos, desde otros policías hasta gobernadores.
Nadie debe olvidar un dato para entender lo que viene en Jalisco. El CJNG fue la banda criminal que atentó contra la vida de Omar García Harfuch en una emboscada en pleno Paseo de la Reforma, cuando Omar era jefe policiaco capitalino. Salvó la vida y no ha perdido la memoria, recuerda perfecto quién le disparó.