
Un país, una sociedad, una institución. Incluso una familia, no pueden darse el lujo de asumir que el futuro no va a ser bueno, o en una versión menos catastrofista, que no va a ser tan positivo como debiera ser. Pero una persona sí puede asumir esa postura.
Entiendo al desánimo, no como un mero bajar los brazos, o como una postura comodina de “ya ven, nada es para mejor”, sino como la actitud de asumir que, en la vida de las personas comunes y corrientes (y yo soy más corriente que común) los momentos de felicidad, de éxito, de plenitud, son pocos. Y que el futuro se pinta de colores grises.
Esa grisura puede ser tener varias causas: la inseguridad económica, el vivir con alguna discapacidad o enfermedad, la falta de redes de apoyo, el panorama laboral incierto, entre otros.
No implica una postura nihilista, que niega el sentido de la vida o su inutilidad. Claro que hay un sentido, sólo que este es individual y no colectivo; y desde luego la vida puede ser útil si nosotros le encontramos tal sentido. Pero el desánimo que evoco tiene que ver con asumir las complejidades de la vida moderna así como la incapacidad para resolverlas todas, esto es, llegar a una vida buena y feliz.
Este desánimo no debe llevar a la abulia, pues no se trata de un “dejar de hacer”, sino de un “aceptar”; se hace y mucho, se lucha y bastante, pero se asume que muy probablemente los resultados finales no se compadecerán del esfuerzo realizado.
Sin embargo, no basta resignarse en el sentido cristiano de la palabra, es necesario hacer la parte de trabajo que nos corresponde, con un sentido de solidaridad social, anclándonos en nuestros principios, así como defendiendo nuestras convicciones.
Pero no se puede esperar convencer a nadie. Todo acto de convencimiento es sospechoso de violencia o, al menos, del vicio grave de la superioridad moral: “yo tengo la razón, por tanto, haz lo que te digo”, creo que a lo más que se debe aspirar es a mostrar las razones propias, si algo de útil hay en ellas tal vez pueda servirle a otras personas.
Tampoco se puede esperar una justa retribución, al menos en este plano, pues si algo nos muestra la vida diaria es que en ocasiones les va mal a las personas buenas, mientras que a los malos puede sonreírles la vida. Aunque ya de entrada deberíamos cuestionar nuestras definiciones de “bueno” y “malo”.
El desánimo entonces no es la ausencia de actividad. Es la convicción de que ésta puede no ser suficiente para conseguir lo que se espera, tampoco consiste en una especie de maldad espiritual, ya que se abstiene de esperar el daño de los otros.
Y tiene un lado positivo, pues, por una parte, aplica una vacuna contra la desesperanza y la desilusión; mientras que por la otra obliga a la flexibilidad, a la adaptación de los planes personales frente a las circunstancias cambiantes o injustas de la vida, esta es una virtud propia de la inteligencia.
Ya lo sabe usted. La evolución nos ha enseñado que no perviven los fuertes, sino los que se adaptan.