Opinión

Jaime Sabines: El poeta que nos enseñó a sentir

Jaime Sabines (Fundación UNAM)

El 25 de marzo de 1926 nació Jaime Sabines, un poeta que nunca pretendió serlo en el sentido solemne del término. No buscaba metáforas rebuscadas ni versos complicados. Escribía con la urgencia de quien siente demasiado, con el lenguaje cotidiano de quien habla con el corazón en la mano. Su poesía no es un artefacto de museo ni una pieza académica; es un refugio para quienes aman, sufren, dudan y se preguntan qué significa estar vivos. Nacido en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, en una familia de raíces libanesas y mexicanas, Sabines fue, antes que escritor, un hombre de su tiempo. Vivió la guerra, la política, la muerte, el amor sin adornos. Su vida no estuvo separada de su poesía, sino que ambas se entrelazaron en un vaivén de emociones reales, de palabras directas que siguen resonando hoy, décadas después de su muerte. Su obra es un recordatorio de que la poesía no es solo para los libros de texto ni para los expertos en literatura. Es para la gente común, para quien ha llorado en una madrugada silenciosa, para quien ha amado sin certezas, para quien ha sentido el vacío de la pérdida. Sabines escribió para nosotros.

Uno de los grandes temas de Sabines fue el amor, pero no el amor de los cuentos de hadas, sino el amor humano, con todas sus contradicciones. El amor que quema, que obsesiona, que se escapa de las manos. En “Los amorosos”, uno de sus poemas más famosos, nos presenta a los enamorados como seres que viven en la incertidumbre, atrapados entre la pasión y la angustia:

«Los amorosos callan.

El amor es el silencio más fino,

el más tembloroso, el más insoportable.

Los amorosos buscan, los amorosos son los que abandonan,

son los que cambian, los que olvidan.

Su corazón les dice que nunca han de

encontrar,

no encuentran, buscan. Los amorosos andan como locos porque están solos, solos,

solos, entregándose, dándose a cada rato,

llorando porque no salvan al amor.»

Aquí, el amor no es solo felicidad; es también deseo insatisfecho, un juego en el que nadie tiene el control. Y es precisamente esa visión cruda del amor la que hace que Sabines siga siendo actual. En un mundo donde nos enseñan a idealizar las relaciones, él nos recuerda que amar es arriesgarse a perder, a equivocarse, a sufrir. Pero aún así, vale la pena.

Si el amor fue su gran tema, la muerte fue su otra gran obsesión. Pero Sabines no la abordó con solemnidad ni con miedo, sino con una especie de aceptación profunda. En Morir es retirarse del mayor Sabines, nos habla de la muerte con un dolor contenido, sin dramatismos innecesarios, pero con una intensidad que atraviesa a cualquiera que haya perdido a alguien importante. Sabines no endulza la muerte ni la convierte en un símbolo lejano. Nos la muestra como es: inevitable, cotidiana, presente en los gestos más simples. Incluso en su dolor, nos deja un mensaje de amor: la muerte no borra a los que hemos querido. Siguen con nosotros en la memoria, en la voz, en los recuerdos más insignificantes.

Hoy 25 de marzo, su onomástico, es un buen pretexto para abrir uno de sus libros, para leer en voz alta esos versos que siguen sonando como si hubieran sido escritos ayer. Porque si algo nos enseñó Sabines es que la poesía no es para adornar la vida, sino para vivirla con más intensidad. Y como él mismo dijo: «Poesía es caminar por la calle y que de repente alguien te mate de amor.»

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