Opinión

¿A dónde llegaron; a dónde las mandaron?

Cuauhtémoc Blanco, diputado de Morena

En el lenguaje político las frases con grandilocuente pretensión casi siempre son fallidas. En algunos casos ridículas, pero casi siempre persuasivas y efectivas a fuer de ser efectistas, excepto cuando ponen en riesgo a sus propios creadores, como ocurrió ayer en San Lázaro, como ya es penosamente sabido.

Nada ocurrió con el rumbo de la ya agónica Revolución en los años 70 cuando Luis Echeverría perdía gañote y compostura al grito de “¡Arriba y adelante!” en la infructuosa convocatoria al avance y la derrota de la ley de la gravedad.

Lo único ascendente en su folclórico sexenio fue el precio del dólar y en cuanto a los avances nacionales, poco logramos frente a la triste realidad de nuestra vitalicia inscripción en el Tercer Mundo.

Hoy ya no se le llama de esa manera al subdesarrollo. Ahora somos “emergentes” lo cual nos puede ofrecer otra imagen: flotantes.

No logramos nada cuando Ruíz Cortines con la vista en el poniente veracruzano nos convocaba a marchar rumbo al mar. Nada hallamos en las procelosas aguas del Golfo de México. En aquel tiempo no emergían ni los barcos de cemento hundidos en Veracruz.

Pero la política es así: frases, lemas, himnos, fastos y fiestas para entretener al populacho, a la gleba y hasta a la aristocracia. Para todos hay.

En los tiempos actuales dos corrientes de pensamiento se disputan el control de las conciencias: el feminismo y el animalismo (obviamente sin relación axiológica de la una con la otra) hemos visto casos notables, como la conjunción de ambas en la ciudad de México donde una mujer empujó al abismo a la fiesta de los toros.

Parea eso si sirve el feminismo. En fin.

Todo ese pensamiento “woke”, (sublime consagración de la corrección política); ese despertar, esa alerta, tan correcta como para censurar estas líneas en cuya redacción no existe ni un adarme de burla o ironía, a pesar de lo cual quizá alguien sugiera una incorrección del todo ajena a mis pobres intenciones.

En la línea del gozoso feminismo mexicano triunfante –cuya bandera hoy ondea (simbólicamente) en el Palacio Nacional pero no en el Palacio Legislativo-- el arribo de una mujer al Poder Ejecutivo ha sido la llegada de todas. ¿A dónde?

Llegamos todas, es la frase cuyas catorce letras encienden y emocionan al mujerío, y uso esta palabra con el debido respeto al grande poeta zacatecano, quien nos habla en su patriótica suavidad de las “virtudes del mujerío”, verso decimonónico hoy difícilmente meritorio pues ya nadie valora a una dama por su blusa corrida hasta la oreja o la falda bajada a su huesito; es decir el astrágalo, olécranon o carcañal tan cercano al talón de Aquiles, por cierto.

Esas son cosa de antes, mucho antes.

Pero ayer las mujeres no pudieron demostrar algunas cosas más allá de la rebeldía encomiable de algunas morenistas cuya condición femenina las empujó a votar contra un dictamen sepulturero con el cual la Sección Instructora de la Cámara de Diputados desechó por improcedente la petición de desafuero contra Cuauhtémoc Blanco --quien en sus tiempos de estrella deportiva, festejaba el gol imitando una mear de perro— y anular la carpeta carpeta con el carpetazo definitivo en favor del imitador canino.

Y contra esa determinación las 251 diputadas de la paridad tan cursimente festejada no lograron siquiera la pírrica victoria de regresar el dictamen a quien ya lo había rechazado de origen –en medio de la farragosa y justificante verborrea de Hugo Erick (Leguleyo) Flores-- para verlo dormir, ahora sí, el sueño de los justos.

El presidente de la mesa directiva de la CD, Sergio (capita bordada) Gutiérrez Luna , experto en coleccionar ridículos, sumó uno más: permitió el asalto de Cuauhtémoc Blanco a la tribuna, fuera de orden y reglamento, para verlo festejar su triunfo con otra simulación urinario canina, mientras las “adelitas” le gritaban no estás sólo.

Pura dignidad femenina. ¿Para eso llegaron?

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