Soy un convencido del valor del Estado como estructura política que le da viabilidad a la vida colectiva. Dentro de esta particular forma de organización, considero que el Estado Constitucional y Democrático otorga certidumbre de lo que la ley establece – estado de derecho –, permite controlar los ánimos absolutistas o siquiera excesivos del poder gubernamental, garantiza los derechos fundamentales de las personas a partir de igualar a todos los individuos frente a la ley y a la dignidad humana y procura la participación de cualquiera que deseé hacerlo en la toma de decisiones. Pero por más convencido que sea de las instituciones como herramientas para hacer posible el desarrollo armónico de una sociedad, no soy ingenuo. Los Estados y sus estructuras fallan y es ahí donde los valores éticos deben salir a flote para rescatarnos de aquello que la teoría no fue capaz de prever o, habiéndolo hecho, simplemente resultó ignorada por los tontos o abiertamente torcida por los perversos. Sin embargo, hace tiempo que los valores éticos dejaron de activarse en momentos en los que la indignación tuvo que haber recorrido nuestras venas para incendiarnos por dentro. En los últimos días, dos hechos tendrían que haber convertido nuestra pasividad en momentos de furia o, cuando menos, de arrebato por ser distopías de lo que creímos ser.
El hallazgo del campo de extermino en que se convirtió el Rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco, fue un nuevo capítulo en pesadilla que significa la aborrecible realidad de las desapariciones en nuestro país. Sin duda no se trata de una sorpresa o novedad, pues en los últimos años son muchos los espacios de nuestro territorio que se han convertido lo mismo en fosas improvisadas que en crematorios clandestinos. El Penal de Piedras Negras, el basurero de Cocula, las fosas de Tetelcingo o el campo de exterminio de Teuchitlán son, para fines prácticos, lo mismo: sitios frente a los que las autoridades y los políticos en turno han negado la realidad, ocultado la verdad y aniquilar la dignidad. Ahí están, de manera muy reciente, los señalamientos del presidente del Senado Mexicano afirmando que los zapatos, ropas y pertenencias de personas desaparecidas encontradas en un sitio que alguno de los “afortunados” sobrevivientes identifican como un sitio para, entre otras cosas la desaparición de cuerpos, no son suficientes para señalar que se trata de un campo de exterminio. Frente a la distopía que se convirtió en realidad, la sociedad se sacudió un poco y siguió como si nada hubiera pasado.

La violencia de género ha sido una de las grandes demandas de colectivos feministas que, con más que sobrada razón, han llevado de las pancartas a las calles y de las calles a las leyes. Marzo es el mes y el 8 es el día en el que nos recuerda esto, pero todo el año y todos los días la realidad nos lo remacha. Sobajadas, humilladas, abusadas, golpeadas, violadas, quemadas, asesinadas, desaparecidas, las mujeres levantan la voz por las que gritaron sin obtener respuesta y por quienes ya no puede hacerlo porque se fueron, se las llevaron, ya no están. Frente a una denuncia de su media hermana quien lo señala como violador, el diputado Cuauhtémoc Blanco se salió con la suya con el apoyo y la abstención cómplice de quienes años, meses y días antes, apenas a unas horas de llevarlo a votación al pleno de la Cámara de Diputadas y Diputados, prometían, juraban, que no dejarían solas a las mujeres porque alguien tenía que creer en ellas, en las víctimas de lo mismo de siempre que todas y todos decimos querer erradicar, pero que sigue siendo lo mismo de siempre, lo mismo de todos los días. Frente a la distopía que se convirtió en realidad, la sociedad se sacudirá un poco y seguirá como si nada hubiera pasado.
Cinismo e hipocresía de una clase política abominable, conformidad e indiferencia de una sociedad apática y egoísta. Son las distopías de nuestros días en los que todo pasa a la velocidad de un dedo que derrapa por la pantalla del celular para cambiar al siguiente video. Son las distopías que pronto dejarán de serlo para convertirse en normalidad para dejar su lugar a algo aún más terrible y aberrante de lo que ya hemos vivido. A ver hasta cuándo despertamos de esta pesadilla.
Profesor y titular de la DGACO, UNAM
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