
Pues mire usted, compañero, nos encontramos ahora con la novedad de haber descubierto a un enemigo mortal, porque durante la aplicación de un programa dizque para salvar vidas y cuya estrategia consiste en controlar (joder, sería una palabra más precisa) la circulación de los autos particulares; no de los autobuses, peseros, taxis, ambulancias, revolvedoras de cemento, camiones de redilas, materialistas, tráileres de doble caja, sino simplemente vehículos de servicio personal, se llegó a la muy inteligente conclusión del riesgo para la humana existencia de esos adminículos de ornato llamados “porta placas”, con pretexto de los cuales se hincaron los afilados colmillos de la vampírica e insaciable “Cuarta Transformación” en su versión más rupestre de todas las ya de por sí selváticas como hemos padecido en esta sufrida capital cuyas calles y calzadas desde hace quinientos años se pueblan con las lastimeras quejas de sucesivas lloronas en abierto clamor por sus pobres hijos, porque aquí nada importa si el pavimento supera en cráteres a la cacariza Selene o se roban 50 mil automóviles en un lustro, porque la vigilancia es pobre para evitar esos hurtos, como también para impedir el robo de las autopartes cuya posterior recuperación (a medias, porque lo demás ya se asimiló en el comercio informal), es usada como muestra de victoria policial, cuando sólo es una estupidez, porque nada más se pueden recuperar toneladas de objetos robados, si alguien se los ha robado antes, lo cual ha ocurrido en las narices de cuicos y guaruras, pero cuando se trata de salir en la fotografía triunfal de los diarios no hay escrúpulo alguno, como ha quedado exhibido en estos días recientes, porque la mayoría de las acciones relacionadas con los automóviles y la circulación en la ciudad, sólo sirve para exaccionar al ciudadano --incluyendo a los orgullosos votantes de la calamidad actual--, como es el reciente caso con el pretexto de un marco de plástico cuya proporción cubre una parte de la lámina sin impedir la visibilidad del número de circulación, con todo y letras legible a pesar del marco estético, pero no se trata de identificar los autos con facilidad, se trata de meter la mano una y otra vez en el bolsillo del automovilista cuyas penas no terminan cuando se encuentra con ciclistas en sentido contario o enjambres de motocicletas por aquí y por allá --esos sí invisibles para todo agente de tránsito dotado de extraña potestad para aplicar multas por control remoto--, sin respeto ninguno por parte de los bicicletos, motonetos y demás, en un ámbito en el cual los reglamentos están hechos para cualquiera menos para ellos, pero estos son los verdaderos dueños de las calles y cuando uno recuerda la mucha fama obtenida por el señor secretario actual de seguridad a quien llegaron a comparar con el murciélago vengador, Batman, y ahora experto en complacer las órdenes impuestas por Mr. Trump para acabar con el fentanilo tan dañino, se advierte con estupor cómo es fácil decomisar toneladas de droga pero imposible poner en orden a los ciclistas y motociclistas, ya no hablemos de otros fracasos bien visibles, como por ejemplo (cosa ajena a Batman y hasta a Robin), terminar con la infinita reparación de la línea Uno del Metro, descuidada durante treinta largos años por los gobiernos de la izquierda, pero mejor no hablemos de eso porque la palabra Metro se asocia con desgracia, desventura e incapacidad ¿o ya no nos acordamos de cuando al gobierno anterior, de cuyo nombre no quiero acordarme, se le vino abajo la línea dorada?, pero así es la vida aquí donde nos tocó vivir o malvivir, porque puede Clarita contra los porta placas, pero no operar el Sistema de Transporte Colectivo como Dios manda y así pues, ya ni chille ni se queje porque este pueblo, compañero, es capaz de premiar a los inútiles y las inútilas, gracias a las interminables dádivas para comprar electores y electoras.
--0--