
Pensando en Trump y sus amenazas arancelarias, así como en el hecho de que, pase lo que pase, la economía mexicana ya está herida, me vino a la mente la teoría de la estupidez humana, que desarrollara el historiador y economista italiano Carlo Cipolla.
Cipolla divide a los seres humanos en cuatro categorías: los desprevenidos (o incautos), los inteligentes, los bandidos (o malhechores) y los estúpidos. Los desprevenidos son personas que hacen cosas que benefician a otros y los perjudican a ellos; los inteligentes hacen cosas que los benefician y también aprovechan a los demás, los bandidos hacen cosas que los benefician a ellos, pero perjudican al prójimo y los estúpidos hacen cosas que no benefician a nadie, perjudican a otras personas y a menudo también dañan al propio estúpido.
Según Cipolla, los estúpidos son más dañinos que los malvados, porque la suma de sus acciones siempre es negativa. Una persona inteligente puede entender la lógica del malhechor, porque tiene cierta racionalidad, basada en la búsqueda del beneficio propio a costa de lo que sea. Esa racionalidad permite, hasta cierto punto, defenderse de ellos y, si se puede, pasar al contrataque. En cambio, a las personas razonables les resulta difícil imaginar y entender un comportamiento estúpido. Por lo mismo, es muy complicado defenderse de quien no tiene un plan preciso, y los ataques de los estúpidos suelen ser particularmente devastadores.
¿A qué se debe que algunas sociedades estén en ascenso y otras en decadencia? Según el historiador, ambas tienen el mismo, elevado porcentaje de estúpidos. Pero en una sociedad al alza, hay muchos inteligentes en el poder, y tienen bajo control a los estúpidos, mientras que, en una sociedad en decadencia, abundan los malhechores entre las personas que están en el poder, y éstos suelen ser más permisivos con los estúpidos. Al mismo tiempo, entre quienes no detentan poder alguno, crece la proporción de desprevenidos/incautos. Es la fórmula perfecta para dirigirse a la ruina.
Me parece que es, claramente, el caso de Estados Unidos. Malhechores en el poder, que promueven la estupidización social, acompañados de algunas ideas muy estúpidas. Entre estas últimas, una que hará tanto daño a EU como a sus socios es la política de aranceles que ha manejado Trump.
Hemos señalado que el caso es que la aplicación efectiva de los aranceles significaría pérdidas para todos. Menor crecimiento, caída en el empleo, ruptura o dislocación de las cadenas productivas y de valor, e inflación. Estos efectos serán mayores si hay contramedidas de parte de los afectados y se genera una guerra comercial donde antes había un acuerdo de libre comercio, En el caso que nos ocupa, el efecto inmediato para México y Canadá sería la caída de la producción y el empleo, y para EU, los aumentos de precios… con el efecto mediato de que también en Estados Unidos terminarían afectándose la producción y el empleo.
Esas pérdidas generalizadas son lo de menos para Trump, un malhechor que lucra con la estupidez ajena, porque corresponden a su intento de realineación política, económica y social del mundo. Y, recordando con Cipolla que todos nos comportamos alguna vez de manera estúpida, el presidente de Estados Unidos de verdad cree que una política proteccionista centrada en las mercancías y una disminución de su déficit comercial pueden atraer inversiones hacia su país, cuando todas las muestras históricas y el sentido común indican lo contrario.
El caso es que, al llegar el tercer round de las amenazas arancelarias contra México y Canadá, ya todos los lados están heridos. Las imposiciones seguidas de posposiciones y de nuevas imposiciones han creado un clima de incertidumbre que es veneno para las inversiones. En México, éstas ya venían a la baja antes de la asunción de Trump y el país está, en los hechos, entrando a una recesión que puede no ser muy profunda, pero todo indica que será larga.
La política de consecuentar, en la medida de lo posible, las exigencias del presidente de EU, ha servido para paliar algunos de los golpes, pero no para evitarlos todos. La muestra está en que se mantienen aranceles para todo lo que no entra específicamente en el T-MEC y además están los que afectan al acero, al aluminio y a la industria automotriz. Y a Canadá, que -por razones de política interna- ha tenido ante Trump una actitud distinta a la mexicana, le ha ido exactamente igual.
A la hora de escribir este texto no sabemos cómo terminará esta ronda de negociaciones, pero sí podemos concluir dos cosas: la primera es que cualquier disminución del castigo inmerecido se manejará como victoria diplomática de la presidenta Sheinbaum; la segunda, que la espada de Damocles seguirá pendiendo y, con ello, la incertidumbre se mantendrá y la economía mexicana seguirá perdiendo.
La gran pregunta -sobre todo si vemos que satisfacer al insaciable es una tarea titánica- es si México puede dar una respuesta que le permita mejorar su posición de subordinación. Hay quienes señalan que hay que buscar responder sobre los productos que exportan a México los estados republicanos. Hay quienes dicen que es necesario ir disminuyendo la intensidad de la relación comercial con EU, abriéndonos más a otras plazas. En cualquier caso, si no se buscan alternativas, seguiremos estando a merced de los volados de derecha de Trump y, por más que le digamos que también se está golpeando a sí mismo, no va a aprender. Al cuarto round vamos a llegar más magullados que el legendario boxeador “Toluco” López. (Entre las alternativas no se encuentra la de envolverse demagógicamente en la bandera).
El gobierno de EU está en la tarea suicida de destruir el orden económico mundial de la segunda posguerra, que fue lo que lo convirtió en potencia hegemónica. Mientras hace eso, China decide aliarse comercialmente con enemigos políticos, como Japón y Corea del Sur, en pos de continuar su discreta búsqueda por ocupar el lugar que ha tenido Estados Unidos por casi un siglo. Y todo eso pone a México entre la espada y la pared. Habrá que saber deslizarse.