Opinión

El humanismo se sube al ring

De espaldas, chamarra guinda, la leyenda, Julio César Chavez, hace movimientos en la clase nacional de box. A un lado, el titular de la SEP, Mario Delgado y más a la derecha, la jefa de gobierno, Clara Brugada
Clase de box De espaldas, chamarra guinda, la leyenda, Julio César Chavez, hace movimientos en la clase nacional de box. A un lado, el titular de la SEP, Mario Delgado y más a la derecha, la jefa de gobierno, Clara Brugada

Ayer, en muchas ciudades de la República se ofrecieron multitudinarias lecciones de boxeo. Obviamente, la dificilísima profesión de intentar la conmoción cerebral de un semejante (cuyas intenciones son iguales) no se puede enseñar en una sola lección, así la imparten los amigos de la Cuarta Transformación o inscriban la faramalla en el libro de las marcas ociosas e inútiles.

Los golpes a puño han sido practicados entre los hombres desde tiempos inmemoriales, con una diferencia: no había televisión ni empresas de ex convictos, como el caso de Don King.

Dice la divina rapsodia:

“…Ceñidos ambos contendientes, comparecieron en medio del circo, levantaron las robustas manos, se acometieron y los fornidos brazos se entrelazaron. Crujían de un modo horrible las mandíbulas y el sudor brotaba de todos los miembros. El divino Epeo, arremetiendo, dio un golpe en la mejilla de su rival que le espiaba; y Euríalo no siguió en pie largo tiempo, porque sus hermosos miembros desfallecieron…”

El boxeo hoy es una actividad violenta de muy escaso valor social.

Se dice, los jóvenes se alejan del vicio por la práctica del deporte. Del deporte posiblemente; del boxeo profesional, de ninguna manera.

Hay demasiados ejemplos, así se hayan recuperado de sus adicciones, (a quien Don José Sulaimán llamaba J.C. “Cheves”) y muchos otros de jóvenes despeñados en la enfermedad, la mala administración, la explotación de “managers” y promotores sin escrúpulos (cada empresa tiene su “establo”, porque los tratan como semovientes) y finalmente el regreso a los suburbios de la infancia miserable.

Yo he conocido ejemplos tristes. Muy tristes. Y muy pocos garbanzos de a libra, como fue “El ratón” Macías, quien tuvo negocio próspero y curul silenciosa desde su café “La embajada” o el gran Márquez, verdugo de Pacquiao, con la vida resuelta.

Pero junto a eso, la historia más allá del drama del “Toluco” López, confinado en el hospital para menesterosos Gregorio Salas en la Calle del Carmen, ahí por donde estuvo años y años el restaurante “El taquito”, o la vida infrahumana de “El pájaro” Moreno quien mendigaba por las calles afuera de los Baños Margarita cerca del Mercado Hidalgo. O Casanova y hasta Joe, Louis o “El púas”

Mantequilla Nápoles, quien me explicó a su modo, desde la penumbra de ese mismo día, su última pelea profesional contra un muchachito cuya cabeza habría rodado hasta la tercera fila si se hubieran enfrentado sin diferencia de edad, perdió porque a pesar de haber derribado a Stracey en el primer asalto, no tuvo fuerza ni para dejarlo en la lona ni para evitar la demolición de sus párpados y cejas hasta pelear ciego los últimos rounds.

También viene al caso la historia del doble homicida (sin responsabilidad ni castigo, pero hombre de muerte), Ultiminio Ramos, quien privó de la vida al “Tigre” Blanco y al afroamericano Davey Moore, vivió por muchos años de su vida perseguido por fantasmas en el fondo de un vaso.

--Sí, me acuerdo y me acuerdo, pobrecitos, me dijo mientras se escuchaba, Bernabé le pegó a Muchilanga, Muchilanga le dió…

El boxeo estimula lo más violento de la condición humana.

Cuando Lupe Pintor trituraba a Owen, cuya vida acabó ahí mismo, una muchacha de rostro angelical, incapaz de usar un matamoscas, transformada en demonia (con A), le gritaba al televisor: ¡mátalo, mátalo! Y lo mató.

¿Cuántas veces he oído ese grito en las arenas?

Hoy la 4-T nos ofrece el Humanismo Mexicano. Lo mismo en la diplomacia o en el fomento al deporte.

Este humanismo se conduele por un par de banderillas al toro en la plaza, pero pasa por alto la destrucción neuronal de Mohammad Alí, el más grande de todos los tiempos, o el alcoholismo de Teófilo Stevenson, ambulante affiche del castrismo.

Hoy el boxeo, en otra de sus variantes, se hace dentro de una jaula con muy pocas reglas protectoras y casi a puño limpio. Antes en los circos había jaulas con leones.

Hoy vemos hombres despedazándose. Vamos de avance. Y del box femenino, ni hablar. Grotesco.

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