Opinión

La sugerencia sin obediencia

Claudia Sheinbaum confirma que el Plan México es la estrategia a seguir ante aranceles de EU Sheinbaum y Carney hablaron de mantener "siempre" el trato comercial entre Canadá y México (EFE)

Hay muchas formas de imponer la disciplina en un partido político.

Una de ellas, la extrema, es la purga al estilo del padrecito Stalin. Otra la cancelación de oportunidades para quien incumpla disposiciones supremas, pero ahora en Morena se ha buscado un estilo más suave, menos autoritario, aun cuando ya sabemos, la nomenclatura siempre busca aplicar el poder frente a los riesgos internos. A más poder, más autoridad.

Cuando en un partido se pone en riesgo la estabilidad por indisciplina, el edificio corre riesgo de fractura y derrumbe. Eso le sucedió al PRI cuando no supo controlar la inconformidad de los heterodoxos. Crearon la Corriente Democrática y en poco tiempo desbarrancaron un sistema hasta entonces perfecto, al menos políticamente eficiente.

Morena es demasiado joven para sufrir esos achaques con los cuales pasados sus sesenta años, el PRI comenzó a sufrir arterioesclerosis y desafió a la hasta entonces intocable figura presidencial como autoridad superior.

Ahora, por lo visto, a la parroquia del cuatroteísmo, segunda versión histórica del PRI, le brotan erupciones impropias de la juventud. Un forúnculo bravío por allá, un granito por acá, una mancha en el epitelio. Un mínimo lipoma debajo de la axila… cositas insignificantes, pero perceptibles.

La presidenta (con A), Claudia Sheinbaum, quien a pesar de su simulada auto licencia, es decir, de su alejamiento voluntario de cuestiones partidarias contradice la distancia y opina y propone, sugiere y pide desde el inexistente esquinero de la militancia fundadora (eso no es ningún mérito; fundadores hay miles), algo parecido a la vieja fórmula priista cuya advertencia sacaba de la foto a quien se moviera antes del pajarito, pajarito... del fotógrafo.

“EL que se mueve no sale en la foto”, dijo Don Fidel Velázquez aunque algunos se lo atribuyan al español Alfonso Guerra.

Pero eso es de menor importancia.

El significado es el mismo: moverse implica desorden, adelanto indebido, premura egoísta e indisciplina, como hace Andrea Chávez con sus caravanas de la salud, cuya urgente ambición viola muchas leyes electorales porque todavía su protector tiene suficiente peso para darle impunidad y ayudarle en el patrocinio de sus caprichos.

La señora (o señorita) quiere ser gobernadora de Chihuahua, lo cual es posible. Si en el “Estado grande” pudo llegar a la silla Javier Corral todo puede pasar.

La presidenta (con A), aparentemente mohína dijo:

“…Voy a enviar una carta a la dirigencia de Morena porque

creo que tiene que haber reglas. No se debe adelantar nada. Por ejemplo: Ya salió publicado el que no hay nepotismo en la Constitución para cargos de elección popular.

“En la Constitución salió (para) el 2030 (contra su iniciativa) y la presidenta de Morena planteó que en el caso de Morena sería en el 2027 (como concesión improbable). Pues yo creo que eso ya debería de aprobarse, ¿no?

“No es ninguna orden --aclaró sin necesidad--, ninguna, no. Es una sugerencia de una militante bajo licencia de Morena (o sea, ella) de ciertas reglas que tiene que poner Morena para que nadie se adelante a nada, eso yo creo que es importante”.

Pero la sugerencia no empuja a la obediencia. Tampoco.

Y la “adelantadita” declaró:

--“No estoy dando declaraciones. Ya les dije que estoy de acuerdo con la presidenta”.

Declarar su negativa a dar declaraciones, hace de su consistencia algo tan desconfiable como su imaginario consenso con la presidenta. Mentira. Seguirá haciendo su voluntad hasta donde se lo permita su protector quien deriva su poder de la decisión corcholatera del señor de La Chingada, quien en la cena de “El mayor” repartió las Cámaras.

Esa es una verdad tan larga como el cuello de una jirafa.

En esas condiciones a la presidenta no le queda mucho espacio. Andrés –a través de un pacto transexenal--, protege a Adán y Adán protege a la senadora Chávez cuyos méritos son tan misteriosos (bueno, no todos), como la fórmula de la Coca-Cola.

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