Opinión

La cosecha del odio

Foto: EFE (La Crónica de Hoy)

Junto a las masacres y asesinatos de tipo étnico y político como las que actualmente acontecen alrededor del planeta, otros crímenes dictados por el odio se consuman en los contextos de nuestra vida cotidiana. Se observan cada vez más frecuentes agresiones de tipo xenófobo y racista contra otros grupos sociales, así como el peligroso intensificarse de la intolerancia y la animadversión en relación con quienes son percibidos como “diferentes”, ya sea porque provienen de otro país, porque son expresión de la diversidad sexual, porque viven en la calle, por el color de su piel, porque tienen un credo religioso particular o porque expresan convicciones políticas que no son las de la mayoría. Estos episodios son una señal del malestar difuso y de la necesidad de salvaguardar un estatus y una identidad que se considera amenazada por medio de acciones dirigidas a acentuar las distinciones y las separaciones, en un clima favorable a la práctica y la cultura de la exclusión.

Frente a las distintas expresiones de odio, las preguntas son: ¿esta experiencia es parte de la naturaleza humana y, por lo tanto, resulta imposible eliminarla?, o, por el contrario, ¿constituye el resultado de procesos que pueden ser prevenidos y contrastados? La situación se complica cuando nos damos cuenta que sabemos poco sobre la naturaleza del odio, sobre sus diferentes tipos, sobre el porqué las personas odian, sobre cómo razonamos cuando odiamos y sobre el rol de la cultura en la proyección de este sentimiento de hostilidad. El odio representa un rechazo extremo que produce impulsos agresivos en relación con individuos o grupos sociales. Quien odia experimenta un tipo de activación emocional intensa que puede ser generada por necesidades y expectativas frustradas, así como por sentimientos de amenaza o prácticas negativas. El odio es una experiencia emocional en su génesis y en las maneras que se manifiesta. Se encuentra estrechamente interconectado con las actividades cognitivas y además, con aspectos del contexto y la cultura.

El odio representa una relación virtual con una persona o grupo y, al mismo tiempo, con la imagen de esa persona o grupo que se desea marginar o aplastar. Ya sea por uno mismo, por otros o por circunstancias que derivan de la exclusión anhelada. El trabajo del odio va desde el deseo de aniquilación a la destrucción física. Busca desaparecer la existencia material y la imagen del sujeto, lo que usando una terminología antigua, sería su destrucción espiritual, pero que en realidad es la demolición de su imagen social. El odio es bidireccional: va desde el deseo a la acción y viceversa. El odio se dirige a los otros, los extraños, los que irrumpen desde el exterior en nuestro círculo de identificación cultural o social, ideológica o política, produciendo una relación de desconfianza, miedo y rechazo contra los que no pertenecen al grupo. En él no viven solo los que se parecen entre sí sino los que son lo mismo que es igual a decir: el mismo. Esta equiparación produce el «nosotros» y al mismo tiempo, laidentificación de los «otros» que no forman parte del grupo.

Actualmente, la presencia del odio en las redes sociales es muy preocupante y por ello, se debe analizar cómo se propaga el odio, el papel de los algoritmos, su impacto en la salud mental, y las medidas legislativas para combatirlo y protegerse del odio en línea. Las redes sociales, aunque permiten la conexión global y el intercambio de ideas, también han facilitado la propagación de los lenguajes de odio. El anonimato, el factor viral y la falta de consecuencias inmediatas, son aspectos clave que alimentan este pernicioso fenómeno de hostilidad social. Se cosecha un odio que fue sembrado con rencor y que ahora da frutos amargos

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