
Ahora que murió Mario Vargas Llosa, un grande de las letras hispánicas, dan ganas de revisar su obra, que fue muy influyente, al menos para mi generación. Escritor prolífico, de prosa cuidada y lenguaje rico, fue también uno de los innovadores en el estilo de sus novelas y relatos.
Me tocó la suerte de que empezó a publicar pocos años antes de que yo empezara a leer literatura en serio y en serie, lo que significa que seguí su carrera literaria más o menos al tiempo que iba publicando. A continuación, porque disto de ser un crítico literario, va mi experiencia personal con los textos de Vargas Llosa.
La primera novela de Vargas Llosa que leí, por recomendación de mi amigo Hermann, fue La Ciudad y los Perros, una crítica profunda a las instituciones educativas verticales, que distorsionan los valores y en vez de formar, deforman. Ahí claramente me identifiqué con El Poeta y odié a El Jaguar, el eterno bully. Me gustó tanto que, pocos años después, le regalé una versión traducida a mi amigo inglés Ben.
En el IFAL me enteré que Vargas Llosa había ganado, años atrás, un premio francés por un libro de cuentos: Los Jefes. Recuerdo que todos los relatos eran buenos, pero sólo recuerdo con claridad uno de ellos: “El Desafío”, que es una desesperante competencia de natación entre dos jóvenes borrachos y machistas del barrio de Miraflores, que por fortuna no termina en tragedia.
En la prepa se puso de moda leer la noveleta Los Cachorros. Habrá quien diga que fue por el fulbito (la cascarita de futbol), habrá quien diga que fue por el manejo novedoso de la puntuación, pero yo creo que interesó por el delirio adolescente de castración. Muy bien escrita, sí, pero a mí, la verdad, me dio ñáñaras (o cringe, como se dice ahora). Poco antes de entrar a la universidad leí La Casa Verde, el primer intento de Vargas Llosa por hacer gran literatura. Me pareció fascinante, no sólo por las historias entretejidas como rompecabezas, sino por la capacidad del autor para describir tierras, personajes y sensaciones. Uno saca la mirada del libro, reabre los ojos, y ahí están: el prostíbulo, el Amazonas, el trafique.
Inmediatamente después, leí Historia Secreta de una Novela, donde Vargas Llosa explica el proceso de creación de La Casa Verde. De esa lectura recuerdo tres cosas: el concepto de novela-río, la idea de que el autor vomitaba en la obra las cosas dolorosas de la vida que no podía digerir y que tuvo pesadillas con uno de sus personajes, el criminal Fushía, dueño y esclavo del río-mar.
Por esas fechas, Vargas Llosa vino a México y asistí a una conferencia que dio en La Casa del Libro, de Avenida Universidad. No recuerdo nada de lo que dijo, pero sí que llevaba una camisa blanca con puntos negros, de las que se abrochaban en la entrepierna. Muy funky. Ya en la Facultad, leí Conversación en La Catedral, la de la famosa pregunta: “¿en qué momento se jodió el Perú?”. Y, mientras uno va leyendo esa profunda condena de la dictadura militar, de la corrupción, la mentira y la represión, también se va dando cuenta de que el Perú lleva una joda eterna. Era de cuando leer a Vargas Llosa te reforzaba las convicciones revolucionarias.
La siguiente lectura fue Pantaleón y las Visitadoras, un divertimento experimental que de alguna forma jugaba como contrapunto de La Casa Verde. Dos cosas recuerdo de esa novelita: la capacidad de Vargas Llosa para nunca repetir “dijo” o cualquiera de sus sinónimos, y el calorón que daba viajar por el Amazonas en esa novela menor.
Voy a la que considero la mejor y más completa novela de Vargas Llosa: La Guerra del Fin del Mundo. Sin tantos recursos experimentales, Vargas Llosa hace que el lector penetre en un mundo alucinante, el de la secta encabezada por Antonio Conselheiro. En ese viaje a la locura, repleto de personajes deformes (física, espiritual o moralmente, a según), hay un análisis a fondo de las raíces del fanatismo, de las condiciones en las que se desarrolla y del efecto alienante que tienen ciertas personas sobre sus semejantes.
En La Historia de Mayta, Vargas Llosa hace una disección acerca de las tragedias de la izquierda latinoamericana. Mayta es un trotskista que, al final, es víctima de la incapacidad de su sociedad para dialogar, porque prefiere deshacer al adversario. Lo que, para José Revueltas, por ejemplo, es tragedia negra, para Vargas Llosa es tragicomedia. Pienso en la alucinante discusión entre apristas y comunistas, a los que uno percibe como chiquitos y atenazados, pero incapaces de ponerse de acuerdo. Camarada contra compañero. Un espejo que da pena.
Leí tarde La Tía Julia y el Escribidor, y sólo a insistencia de Taide, mi esposa. Sucede que había visto la película con Peter Falk y no me había gustado. En cambio, la novela es deliciosa. Más allá de la parte autobiográfica, el gran personaje es Pedro Camacho, el escritor boliviano de radionovelas, que las acaba fundiendo y confundiendo, sin dejar jamás su fobia a todo lo argentino (al final se sabe por qué). De las que más me han gustado de Vargas Llosa. Super divertida.
Lituma en los Andes es una buena novela sobre las diferencias culturales entre una parte y otra del Perú (y de América Latina). Ubicada en tiempos de Sendero Luminoso, estudia las reacciones de las comunidades indígenas y las dificultades para comprenderlas de quienes provienen de otras partes. Al sargento Lituma yo ya lo conocía de La Casa Verde. Otra de las obras maestras de Vargas Llosa es La Fiesta del Chivo. Narra con gran técnica una historia política y de machismo: la caída del terrible dictador dominicano Trujillo, el efecto perverso que tuvo su gobierno sobre la sociedad de su país y, lo supimos, el hecho de que, por un tiempo, cambió todo para que no cambiara nada en lo fundamental (ese personaje sombrío de la vida real que fue Balaguer). Una novela oscura, dramática, fuerte. Imprescindible. Cuando leí el libro, me pasó, como en todos los de Vargas Llosa, que lo imaginé cinematográficamente. Ubiqué su República Dominicana en algo muy parecido a Cozumel.
Termino mi lista con Cinco Esquinas, una descripción descarnada de la perversión del fujimorismo —con los actos terroristas de Sendero Luminoso como fondo—, pero sobre todo de la indolencia moral de la clase dominante. Al final acaba uno de leer esta buena novela con una sonrisa sardónica, prueba de un mal sabor de boca. Como el lector podrá ver, mis lecturas de la obra de Vargas Llosa están lejos de ser completas. Mejor para mí. Eso significa que aún me quedan por leer varias novelas, algún ensayo y otros textos de este escritor extraordinario.
Twitter: @franciscobaez