Opinión

Vargas Llosa. Adiós al Boom

Mario Vargas Llosa, el escritor peruano ganador del Premio Nobel de Literatura
Mario Vargas Llosa. Mario Vargas Llosa. (Telam)

Hubo una vez, no hace mucho, en que las figuras más importantes de la literatura universal eran novelistas latinoamericanos. Una feliz coincidencia. La editora catalana Carmen Balcells los congregó en los años 60. Tenía en su lista a Carlos Fuentes, Julio Cortázar, García Márquez y al peruano Mario Vargas Llosa, entre otros, que encabezaron lo que dio en llamarse el boom latinoamericano.

Al lado de Carmen se volvieron famosos, se hicieron ricos, obtuvieron por sus textos ganancias que no conocieron ni en sueños los escritores latinoamericanos que los antecedieron. Ganaron todos los premios literarios habidos y por haber y dos ellos, García Márquez y Vargas Llosa, recibieron también el Premio Nóbel de Literatura.

Rasgo distintivo del boom es que sus obras, escritas en español originalmente, se tradujeron a diversos idiomas y tuvieron gran impacto en Europa y Estados Unidos. Los autores del boom se transformaron en celebridades globales. El boom fue en efecto una operación de marketing cultural, con la característica de que en realidad sus integrantes eran escritores de grandes ligas que escribieron varias de las mejores novelas de la historia de la humanidad.

Pues bien, Mario Vargas Llosa murió hace un par de días en Lima, Perú, y con él se fue el último de los integrantes de ese movimiento. Fue un talento precoz y a los 30 años ya gozaba de prestigio por la calidad de sus obras. Fue sin duda uno de los grandes héroes de mi generación, esa que llegó a las aulas universitarias en los años 70.

Durante un tiempo, los integrantes del boom conformaron una suerte de súper banda de rock. Se les veía por todos lados con una camaradería juvenil, disfrutando de la fama y el dinero que su talento les daba a manos llenas. Pero eso duró poco. Un día Gabriel García Márquez y Vargas Llosa intercambiaron golpes y tomaron rumbos diferentes en la lucha política. El colombiano se volvió promotor del comunismo cubano, fue amigo personal de los hermanos Castro mientras que Vargas Llosa dio un paso a la derecha para ubicarse como liberal crítico.

Era un hombre culto y punzante. En 1990 acuñó su famosa frase de que el México priista era “la dictadura perfecta”, que caló hondo en el régimen tricolor. Después, en tiempos más recientes, tuvo jaloneos con López Obrador y por eso buena parte de la izquierda mexicana no lo ve con buenos ojos, porque se atrevió a descalificar el régimen del tabasqueño que quiso ser Juárez, o por lo menos Hidalgo, y terminó en una hamaca en una finca de Palenque.

Vargas Llosa era un trabajador incansable, escribió más de 20 novelas, ensayos, obras de teatro y miles de artículos periodísticos. Por un convenio editorial virtuoso muchos de sus artículos se publicaron en La Crónica de Hoy. Todo un lujo. Por cierto, el primero periódico en el que escribió,, allá en Lima, también se llamaba La Crónica. Tenía una disciplina férrea y le gustaba decir que sudaba la camiseta al escribir, como una forma de reconocer que el talento y la inspiración ayudan, pero que el trabajo diario es lo que hace la diferencia. Se metió a la política en su natal Perú, pero salió por piernas y radicó buena parte de su vida adulta en España, país del que obtuvo su nacionalidad.

Mi obra preferida de Vargas Llosa es la Tía Julia y el Escribidor en la que cuenta su historia de amor con Julia Urquidi y también reseña sus esfuerzos en convertirse en un escritor profesional. Es una historia basada en hechos reales, pero no autobiográficos. Su más reciente ensayo, La Civilización del Espectáculo, prefigura la trivialización asociada a las redes sociales y la banalización extrema de los productos culturales. El primer lugar en la tabla de valores lo ocupa el entretenimiento, escapar del aburrimiento es la pasión universal. En el campo de la información genera la proliferación del periodismo irresponsable, el que se alimenta de la chismografía y el escándalo.

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