Opinión

¿Y las palabras, de quién son?

Escribiendo con pluma
Escribiendo con pluma Escribiendo con pluma (La Crónica de Hoy)

Incrustadas, implantadas y germinadas en el habla cotidiana, hay frases y expresiones frecuentes con cuya cita muchos saltan la barrera de su incapacidad expresiva para caer en el pantano, siempre alegre de los falsos lugares comunes.

Por ejemplo, sentencian sobre la política: es el arte de comer sapos sin hacer gestos, como dijo don Jesús. Obviamente, se refieren a Reyes Heroles.

El asunto del sapo comestible tiene un antecedente. O varios. Pero yo sólo conozco uno relacionado con el poder y la maniobra. Está en la obra de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, en su novela “El gatopardo”, figura heráldica inexistente, pues ni era gato ni era pardo.

En el escudo de príncipe Fabrizio de Salina, había un “leopardo jaspeado” (felis marmorata, leopardus marmoratus), cuya traducción por eufonía y acierto, fue Gatopardo, según confiesa Fernando Gutiérrez quien desde ese momento inicial logra (Noguer. Barcelona.1959) un muy acertado viaje del italiano al español de toda la preciosista obra.

En fin, en una parte de las maniobras aristocráticas tras el desembarco garibaldino en Marsala (1860), descritas en una novela hecha en los años 50 del siglo pasado, el príncipe negocia. Y así describe la situación:

“…Don Fabrizio experimentó sincera emoción: el sapo había sido engullido: la cabeza y los intestinos masticados descendían ya garganta abajo. Sólo quedaban por morder las patas, pero esto era una pequeñez con respecto a lo demás, lo más gordo ya estaba hecho. Saboreado ese sentimiento de liberación, comenzó en él a abrirse camino el cariño por Tancredi…”

Tancredi, vale decirlo, es quien dice la frase por la cual se hizo famoso “El gatopardo”; o sea el príncipe y con la cual se describe y aprende todo el libro, como si esa idea fuera todo su contenido:

“…si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie…”

De ahí nació el lugar común de los políticos sin biblioteca y hasta el verbo “gatopardismo”. No fue cínico el decadente príncipe; fue su sobrino, aunque a la hora nocturna, todos los gatos sean pardos.

Otra frase recurrente es la resignada circunstancia de estar en México. Todos citan a Cristina Pacheco con aquello de “aquí nos tocó vivir”. Y no fue mi recordada amiga quien acuñó la idea: fue Carlos Fuentes. Dice Ixca Cienfuegos en “La región más transparente:

“…Aquí caímos. Qué le vamos a hacer. Aguantarnos, mano…

Ciudad reflexión de la furia, ciudad del fracaso ansiado, ciudad en tempestad de cúpulas, ciudad abrevadero de las fauces rígidas del hermano empapado de sed y costras, ciudad tejida en la amnesia, resurrección de infancias, encarnación de pluma, ciudad perro, ciudad famélica, suntuosa villa, ciudad lepra y cólera, hundida ciudad. Tuna incandescente. Águila sin alas. Serpiente de estrellas. AQUÍ NOS TOCÓ. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire…”

Es curioso, ni Fuentes ni Pacheco dicen, aquí nos tocó nacer. Caer o vivir, como si la ciudad nunca fuera cuna, nada más destino inevitable. En fin, quizá porque ninguno de los dos nació aquí.

Y eso de Fuentes sobre “la región más transparente”, tampoco es suyo (y lo deja claro), es de Alfonso Reyes. En la Visión de Anáhuac, AR escribe:

“Viajero, has llegado a la región más transparente del aire”. Pobre don Alfonso, si viera ahora esta porquería aérea de todos los días…

Frases incorporadas al haber general. Algunas hijas de la ignorancia, como el eterno consuelo de los idiotas cuando se equivocan y quieren limpiar la pendejez: ladran los perros, Sancho, luego cabalgamos. Puro cuento, como atribuirle a Einstein aquello de la infinitud del universo y la estupidez humana. Jamás lo dijo aunque sea cierto.

Arthur Conan Doyle nunca escribió un parlamento para Sherlock Holmes donde dijera: elemental, mi querido Watson, como citan los ignaros de almanaque.

La costumbre de adornar el verbo con citas nada más escuchadas y repetidas, como loro en percha, nos lleva a Mark Twain, quien (en su texto de 1897 ‘Following the Equator’) aleccionó:

“Casi cualquier cita inventada, pronunciada con convicción, tiene muchas posibilidades de engañar”.

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