
Una de las razones concretas por las cuales estamos viviendo un avance explosivo del autoritarismo populista, aquí y allá —en América, Europa o Asia— es que sus protagonistas no se quedan quietos, se informan, intercambian experiencias y aprenden entre sí, comunicados por esa trama de asesores y consultoras que llevan el mensaje polarizador a todas partes.
Uno de los barones de esa trama, el ex asesor de D. Trump, Steve Bannon calificó a Hungría como “un modelo de gobernabilidad… una inspiración para el mundo” porque de ese país se han irradiado una buena cantidad de ítems de la agenda populista global.
Así es como en los últimos años hemos visto un boom de referéndums y “consultas populares” cuyo propósito no es el de resolver problemas, sino mantener la flama perenne de la propaganda y del encono. La utilización de instituciones y medios públicos para ganar elecciones pasa en Rusia igual que en Turquía o México. O tienen ustedes el ataque a la Universidad de Europa Central para cesar su actividad crítica y echarla de Budapest. Pues bien, hoy Harvard —una de las instituciones icónicas de la academia en Estados Unidos— padece un embate similar, como si existiera un manual, “teoría y práctica” del populismo.
Es ese el telón de fondo, con el que puede verse al segundo gobierno de Trump desde el exterior, incluido México. Y constatar los paralelos da vértigo.
Desplantes arbitrarios como forma de gobierno. La demolición de instituciones como sinónimo de cambio verdadero. La ofensiva permanente contra jueces. La evasión o el llano incumplimiento de la ley y un largo etcétera que proyecta, en todas partes, la misma película general: un desorden político deliberadamente provocado, desde el cual se busca concentrar más y más poder.
Es imposible no pensar en el encono sostenido por el expresidente López Obrador contra Lorenzo Córdova, entonces a la cabeza de una institución autónoma (el INE, en México), cuando antier mismo, leímos los renovados dicterios del presidente Trump en contra de Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, institución dueña de su propio marco legal, en Estados Unidos. En un gesto insólito, Trump ha pedido su renuncia.
Pero el paralelismo se vuelve más y más alucinante si leemos un reportaje del New York Times sobre las conferencias de prensa cotidianas que ejecuta la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Caroline Leavitt (véase aquí: https://bit.ly/4cBs32A).
Rasgo por rasgo, componente tras componente, esas sesiones han sido planeadas, están armadas y siguen las mismas pautas, que emulan a las famosas mañaneras de los gobiernos morenistas de este lado del río. Vean si no:
Una rutina diaria en lo posible, para garantizar la permanencia y la dominancia del mensaje presidencial en la conversación pública de todos los días y durante varias horas. La presidencia siempre debe aparecer y si es de manera confrontativa y adversarial, mejor.
Una misma cara, un mismo emisor del mensaje, un vocero único diestro en repetir las frases, los estribillos y los razonamientos del discurso gubernamental. Ya se sabe: la corrupción de los demócratas, la inacción del somnoliento Biden, la plaga de la inmigración, la reivindicación de la familia, la izquierda radical (que es casi lo que no sea Trump), las conspiraciones chinas… y que América vuelva a ser grande otra vez.
El gobierno se reserva el derecho de admisión a las conferencias de prensa. Hay una selección de los medios que ingresan a la sala y hay una disposición espacial en la cual ubicarlos.
Privilegia a los llamados “nuevos medios” y sus personajes “emergentes” por sobre los medios y los periodistas profesionales. Éstos tienen su lugar, pero deben aparecer rodeados, minoritarios, dentro del tropel que normalmente colma y repleta a la sala.
Se controlan las preguntas. Se permite la participación de medios profesionales o críticos, por supuesto, pero se procura constantemente que la mayoría de las interacciones (pregunta-respuesta) provengan de los “nuevos medios” más proclives al mensaje de Trump y su vocera, o simplemente lisonjeros con el gobierno. El Times pone este ejemplo reciente: ¿considerarán publicar el plan de salud del presidente? Parece mejor y más sano que nunca”. O esta otra: “Quiero hablar más del éxito que como en ninguna otra administración está teniendo el combate contra ISIS”. El halago, el aplauso y el juicio aprobatorio, van en la pregunta.
¿Lo recuerdan? Acá, frente a López Obrador alguien preguntó una mañana: “es demasiada la energía que tiene… Usted es como un corredor keniano, o sea, realmente lo hemos visto, ni siquiera con un resfriado…”.
Se “siembran” preguntas preparadas, que hacen lucir a la vocera como dueña de una solvencia técnica notable, extremadamente capacitada. Y, por el contrario, se acotan las preguntas difíciles. El mismo reportaje del NYT, apunta que a una cuestión militarmente escabrosa planteada el 26 de marzo por el editor de The Atlantic, Levitt respondió a las preguntas de nueve personas, ocho de esas preguntas procedían de periodistas afines, que evadieron la cuestión central.
Obviamente, la comunicación posterior a la conferencia de prensa es tan o más importante que lo que sucede en la sala. Resalta los temas que el gobierno quiere difundir, oculta los polémicos e inundan los programas de radio y televisión, pero sobre todo, las redes sociales.
La continua réplica de las frases y aseveraciones más agresivas y polarizantes, contribuye al clima público divisivo donde los problemas no existen, solo los otros (malos) y la audacia a toda prueba del presidente Trump, con lo cual se cierra el círculo personalista.
Raúl Trejo ha descrito algunos de los ingredientes de ese mecanismo (Véase, “Frente al monólogo, comunicación para la democracia”, en El Daño está hecho, IETD; Grano de Sal, 2024) pero, siguiendo la expansión populista, pocos podíamos imaginar hasta qué punto la estrategia de comunicación instrumentada por López Obrador, sería tan íntegramente imitada por su homólogo de los Estados Unidos.
¿Lo ven? Los populistas modernos no se copian grosso modo, a grandes rasgos, sino que trasladan peculiaridades y mecanismos muy concretos, muy precisamente. De suerte que el modelo manipulador de comunicación mexicano, se ha convertido en materia de exportación internacional.
¿Están orgullosos?