Opinión

Que la paz del Señor esté siempre con ustedes

Papa Francisco El Vaticano dio a conocer el testamento del santo padre (ETTORE FERRARI/EFE)

Ha muerto el Papa Francisco, el primer papa latinoamericano. Fue un pontífice con el que incluso muchas personas no católicas o no creyentes lograron encontrar una sintonía.

Francisco fue un papa relevante porque significó un cambio de rumbo progresista en el movimiento pendular de la Iglesia Católica y porque tendió puentes donde antes no los había. Al mismo tiempo, los cambios que logró fueron menores respecto a las necesidades de puesta al día de la Iglesia.

Debo confesar que tengo cierta debilidad por el papa Bergoglio por dos razones. Una es frívola: aposté por él (y perdí) desde las quinielas del cónclave que eligió a Benedicto XVI. La otra es más de fondo: porque era jesuita y conozco, por formación, algunos conceptos básicos que manejó la Compañía de Jesús, especialmente en América Latina, que se me hacen los más positivos o menos perniciosos dentro de la Iglesia Católica (a veces son hasta poéticos). En particular, la idea de ver a Jesús en cada uno de nuestros semejantes, sobre todo en aquellos que sufren por la pobreza, la discriminación o la persecución. Lo contrario, al menos en propósito, a la Iglesia rígida, ritualista y al servicio de los poderosos que era, y sigue siendo, la norma.

La llegada de Bergoglio al papado significó un cambio de eje respecto al papa Ratzinger, más interesado en temas de doctrina, y quien, autocríticamente, se había declarado incapaz de hacer la limpia necesaria en una institución que se había (re)convertido en un bastión del conservadurismo mundial y en una suerte de corporación multinacional, al tiempo que se movía hacia posiciones carismáticas, ajenas -al menos a mi entender- al espíritu del catolicismo.

Y es que hay que entender que, si en un lugar funciona la llamada “ley del péndulo político” es en el Vaticano. A un papa extremamente conservador (Pacelli, Pio XII), siguieron uno reformista (Roncalli, Juan XXIII), otro que consolidó las reformas (Montini, Paulo VI) y uno más, aparentemente progresista (Luciani, Juan Pablo I), que duró muy poco, para luego dar paso a otro papa, claramente conservador (Woytila, Juan Pablo II), que le dio un vuelco muy relevante a la institución, retrocediéndola. Woytila, a su vez, fue seguido del tímido, pero responsable Ratzinger (Benedicto XVI), quien buscó ser sucedido por el papa progresista que acaba de morir.

El papado de Woytila fue enormemente influyente. El papa polaco había entendido, por su historia individual, al catolicismo como resistencia al ateísmo y lo que le interesaba, en primer lugar, era ayudar a acabar con el comunismo de corte soviético. Le tocaron la caída del Muro y la ilusión de un mundo capitalista unipolar, con el regreso al primado del mercado. Aprovechó su carisma personal para reiterar las posiciones más tradicionalistas de la Iglesia, para dar pie a movimientos carismáticos en la Iglesia, que buscaban más influencia política (traer “el reino de Dios” a la Tierra) y para favorecer a las congregaciones conservadoras, mientras intentaba aislar a las progresistas (que, en su visión, coqueteaban con el comunismo).

Eso también se vio en Roma misma. En tiempos de Montini uno podía ir a una iglesia menor y encontrarse al Papa oficiando misa, o ir a la Basílica de San Pedro y pasar tres veces por la Puerta Santa para supuestamente sumar indulgencias. Los funcionarios del Vaticano tenían tipo de curas de pueblo. En tiempos de Woytila, se había desatado el turismo religioso, uno veía en San Pedro grupos fanatizados y abundancia de banderas nacionales, como en un estadio, la venta de indulgencias estaba a tope y los funcionarios de la Santa Sede se paseaban con trajes a la medida y portafolios Hermés, donde guardaban quién sabe qué documentos. Eso sí, había mucho más gente. Un éxito comercial.

Con Juan Pablo II, la Iglesia Católica perdió muchos creyentes en Europa Occidental, pero los ganó en otras regiones, a pesar de que era claro el desinterés por la suerte de los vulnerables. Ratzinger intentó evitar la sangría, pero no pudo, porque ya habían explotado los escándalos de pederastia que fueron escondidos durante el papado de Woytila (y sus antecesores). Tocaba a Francisco tratar de deshacer esos entuertos.

¿Pudo Bergoglio deshacerlos? Podemos decir que lo intentó, tomando en cuenta que heredó una Iglesia profundamente dividida. Lo intentó con una limpia de la curia, que estaba plagada de escándalos, financieros y de otro tipo. Lo intentó con una actitud más firme ante los abusos sexuales de parte de sacerdotes. Lo intentó con una tímida apertura hacia las mujeres y los gays. Lo intentó negociando para abrir a China al catolicismo. Lo intentó moderando, no el lujo, sino el boato que caracterizaba a la Santa Sede. Y lo intentó con una retórica a favor de la paz, de la aceptación de la diversidad, de los derechos de trabajadores y emigrantes, e incluso con advertencias sobre el cambio climático.

En los intentos de Francisco, lo más relevante fue que hizo algo de limpieza en su casa e hizo también que millones de católicos en el mundo reflexionaran sobre sus dichos acerca de la paz y la defensa de los débiles. No lo hizo sin oposición, particularmente la que provenía de importantes prelados conservadores estadunidenses, quienes lo criticaron abiertamente. Uno se queda con la sensación de que Bergoglio pudo y debió haber hecho mucho más, pero ya sabemos que es fácil ver los toros desde la barrera.

¿Cómo podremos valorar su legado? Mucho dependerá de quién sea su sucesor, de cómo se mueva el péndulo. La mayoría de los miembros del Colegio Cardenalicio fueron elegidos durante su papado. ¿Habrá continuidad? ¿Una solución de compromiso para mantener la unidad? ¿Habrá otro movimiento pendular, ahora que la derecha en el mundo recobra fuerzas? ¿Razonará la Iglesia pensando en el largo plazo o en la coyuntura? Eso lo sabremos en un tiempo.

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