Opinión

Desafíos para el Papado en Tiempos de Crisis Ambiental

Papa Francisco Domingo de Ramos

Abril de 2025 quedará marcado por la partida de uno de los más influyentes defensores recientes de la causa medioambiental global: el Papa Francisco. Su pontificado rompió varios atavismos católicos al asumir un papel protagónico en la defensa de la Casa Común, como él mismo llamó al planeta Tierra en su encíclica Laudato Sí’ (2015). Este documento es más que un texto religioso: es, en esencia, una obra acabada de filosofía ambiental, ética y geopolítica, que interpela a creyentes y no creyentes sobre la urgencia de repensar nuestra relación con la naturaleza.

Desde su publicación, Laudato Sí’ trascendió los muros del Vaticano. Inspirado en Francisco de Asís, articuló una visión profundamente humanista y ecológica, donde la crisis ambiental es inseparable de la crisis social, económica y espiritual que vive la humanidad. El Papa denunció con valentía el “paradigma tecnocrático” y la lógica de explotación desmedida que rige al capitalismo global, señalando que detrás de la devastación ecológica se encuentra una ética perversa, guiada por la codicia y la indiferencia hacia los más pobres y hacia la naturaleza.

A partir de esta encíclica, Francisco impulsó foros internacionales, promovió el diálogo interreligioso en torno a la ecología integral y convocó a científicos, filósofos, líderes políticos y activistas a construir un consenso global frente a la emergencia climática. Su mensaje era claro: no habrá justicia social sin justicia ambiental.

Con la elección del nuevo Papa se presenta el riesgo de un nuevo giro conservador que ponga en riesgo esta postura progresista. Si el cónclave elige a un cardenal de perfil cercano a intereses económicos o políticos que niegan la crisis climática, el Vaticano podría replegarse a una visión tradicionalista, desarticulando su influencia como voz moral contra la devastación ambiental.

La historia reciente nos muestra cómo ciertas alianzas entre sectores religiosos conservadores y gobiernos negacionistas han frenado acuerdos internacionales, debilitando políticas ambientales y silenciando a quienes defienden los derechos de la naturaleza. La ausencia de Francisco deja un vacío que podría ser ocupado por discursos complacientes con las élites más retrógradas.

Desde esta perspectiva, el próximo pontífice no solo deberá mantener la bandera verde que Francisco alzó con valentía, sino ampliarla. La defensa del medio ambiente ya no puede limitarse a exhortaciones éticas: requiere una postura activa en la protección de los defensores de la naturaleza, muchos de los cuales son asesinados por enfrentarse a intereses ilegales y extractivistas.

En México, esta realidad es dramática. Diversos sacerdotes y comunidades eclesiásticas han confrontado al crimen organizado por la tala ilegal, el saqueo de recursos y la destrucción de ecosistemas. Estos clérigos, inspirados por el mensaje de Francisco, se han convertido en baluartes de resistencia ambiental en regiones donde el Estado es débil o cómplice. El nuevo Papa tendrá la responsabilidad ética de visibilizar y proteger a estos defensores, reafirmando que cuidar la creación es también un acto de justicia social y de valentía frente a la violencia estructural.

La herencia de Francisco debe leerse hoy desde la ecosofía, concepto desarrollado por Félix Guattari. No se trata solo de proteger bosques o especies, sino de transformar nuestra manera de habitar el mundo, cuestionando las lógicas de poder que reducen a la naturaleza a una mercancía.

La bioética global, por su parte, nos exige reconocer el valor intrínseco de la biodiversidad más allá de su utilidad para el ser humano. Siguiendo la línea de Francisco, debe asumirse que cada agresión al entorno natural es una agresión a la dignidad humana, especialmente a las poblaciones más vulnerables, quienes son las primeras víctimas de la desertificación, el calentamiento global y los fenómenos meteorológicos extremos.

México es un espejo de esta tragedia. La prolongada sequía, las olas de calor extremo, y los ciclones cada vez más devastadores, evidencian que no hablamos de futuros hipotéticos, sino de un presente crítico. El país sufre las consecuencias directas de la irresponsabilidad global, pero también de la corrupción y negligencia interna que permiten la depredación de sus ecosistemas.

El Papa Francisco, en uno de los pasajes más conmovedores de Laudato Sí‘, escribió que “la tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería”. Su denuncia no tanto ecológica como profundamente ética: detrás de cada río contaminado y cada bosque arrasado hay decisiones humanas, guiadas por una minoría que sacrifica el bien común por beneficios efímeros y frívolos. Hoy, esa tierra sigue clamando, herida por la avaricia de quienes acumulan una riqueza obscena a costa del patrimonio ecológico de la humanidad. El desafío filosófico que enfrentamos no es menor: debemos reconstruir una ética planetaria, donde el respeto a la vida sea el principio rector.

El vacío que deja Francisco debe ser llenado por cada conciencia crítica que comprenda que la defensa de la naturaleza es, en última instancia, la defensa de nuestra propia existencia. En tiempos donde México arde bajo el sol de la indiferencia y se agrieta por la sequía de la responsabilidad política, recordar el legado de Francisco es un imperativo. N efecto, la ecosofía enseña que no hay separación entre el ser humano y su entorno; somos naturaleza que siente, piensa y sufre. Por ello, debemos alzar la voz, para decir con firmeza que no permitiremos que la tierra siga siendo sacrificada en el altar del poder y la codicia. Porque cuidar la Casa Común es el acto más urgente de supervivencia y dignidad en este siglo herido.

Investigador del PUED-UNAM

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