Opinión

Sheinbaum y Brugada, nueva línea uno

Autoridades federales y capitalinas reabrieron el tramo Cuauhtémoc - Chapultepec de la Línea 1 del Metro

Sistemática y puntual disciplina, creatividad y trabajo incansable. Predominancia de métodos complementarios. La Presidenta Claudia Sheinbaum y la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, avanzan al convoy del Metro en Chapultepec durante la reinauguración de cuatro estaciones. Encabezan material y simbólicamente la nueva línea, uno del obradorismo.

El entusiasmo popular de la pasada administración es ahora energía de gobierno incluyente de la movilización. Ambas convergen en una determinación institucional comunitaria más sensible a la opinión pública, con un menor tono polarizante, apenas un toque de ello en los márgenes del quehacer cotidiano. Ambas permanecen dispuestas a tolerancias polémicas para algunos e indispensables para otros.

El movimiento ya no es lo que era en 2018 y hasta 2024. Una nueva etapa institucionaliza la diaria revisión de resultados. Ambas figuras están ocupadas en ellos. Matices distintos de la pasada administración: seguridad reveladora de resultados no entregados en los seis años previos; educación —aunque sigue sin estar claro qué hay de igualitario en omitir la enseñanza del inglés en las escuelas públicas mientras el 12 por ciento de la población se educa donde sí lo proveen, incluidos los hijos de toda la elite morenista—; sigue la expectativa ante en el jaloneado evolucionar del tema de salud pública.

AMLO construyó confianza mayoritaria, aunque polar; cercanía y promesa de servir a los más necesitados, sin modificar la distribución de la renta nacional. Sheinbaum y Brugada recogen ese capital político y lo reconvierten. La apuesta es más técnica, programática, orientada a la estructuración de políticas territorializadas de largo plazo. Movilización con resultados.

Sheinbaum mutiplicadamente está más centrada en la planeación, evaluación y en indicadores con sus toques mediáticos. Con el destacado compromiso nacional y también con la imprevisible y debatible presión de Donald Trump como una condición, las detenciones disminuyeron los abrazos. Brugada traslada a la capital nacional una visión de política social más allá de la transferencia monetaria directa y mantiene tonos permanentes de movilización popular. La justicia social se construye también desde el espacio urbano, la infraestructura pública, cultura y tejido comunitario. Movimiento como urbe activa progresista, mujeres en protagonismo y recipiendarias de programas y atención; proximidad con los vulnerables donde se introducen algunas dosis de clientelas convencionales.

Evolucionar o fosilizarse. Ese tránsito lo abordan politólogos como Juan Linz y Alfred Stepan, en Problems of Democratic Transition and Consolidation: Southern Europe, South America, and Post-Communist Europe: los movimientos deben pasar de la movilización carismática a la construcción de estructuras estables. Institucionalizar la política para evitar el colapso del orden democrático una vez que el líder carismático se retira. Nadie atrapado en la nostalgia fundacional y condenado a la irrelevancia.

El obradorismo actúa ante su desafío: institucionalizar sin desmovilizar. La continuidad del cambio de régimen depende del preciso trabajo torrencial. Sheinbaum y Brugada hacen posible la sobrevivencia sobre y junto al creador, esa colectividad abrazada detrás de las siglas AMLO, para inhibir que la fuerza hegemónica interna tienda a devorarse desde dentro por los dientes de la rapiña oportunista, adelantada electoral, facturera, nepotista y otras variantes aún bajo control.

La nueva línea uno del obradorismo mejora efectivamente condiciones de vida de la población y de gestión de lo público, aunque aún no se ha extendido suficientemente a los márgenes rurales y urbanos empobrecidos. La nueva línea uno mejora su operación. Faltan estaciones.

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