Colección de catástrofes. La producción de alimentos en el mundo está cruzando por su pasaje más difícil. Según la FAO, el planeta hoy, se enfrenta a los mayores precios alimentarios desde que se tiene registro, por arriba de la crisis alimentaria de 2007-2010 y mayores a los que vio la crisis económica de 1973. El País (https://bit.ly/3lzBS7C) ofrece estos datos: “…los precios de los alimentos han crecido un 60 por ciento desde 2020, con una subida de los aceites vegetales (un 240 por ciento desde 2020), los cereales (un 70 por ciento) y la leche y productos lácteos (un 45 por ciento)”.
Por su parte, The Economist (https://econ.st/3sRE66a) describe así la sucesión de los trastornos. El cambio climático, la invasión a Ucrania, el shock energético resultante y los efectos múltiples de la pandemia. Un cóctel que distorsiona y desestabiliza la producción y la compra mundial de estos alimentos (al menos): trigo, maíz, cebada, aceite de girasol y otros granos de oleaginosas que provienen de Ucrania y Rusia y que, sumados, representan el consumo común de todos los países en vías de desarrollo en un año.
Pero la inflación de los alimentos es apenas un síntoma del desacoplamiento de placas que ocurren ahora mismo en el mundo. Vean el calado de las decisiones políticas: la India -que es el segundo exportador mundial de trigo- las ha declarado suspendidas, ante la disminución de su producción debida a la extrema ola de calor y el inminente fracaso de la cosecha por venir, dados los 45 grados que han sufrido sus campos durante toda la primavera.
Y mientras Ucrania no puede producir, no puede guardar y no puede exportar lo que ya había producido; y mientras Rusia es sujeta de sanciones comerciales contra sus commodities, pasan mas cosas en este mundo trastornado: China, productor número uno de trigo, ha declarado que las lluvias retrasaron su ciclo del año pasado y que la cosecha de 2022 podría ser la peor de su historia. El cinturón de trigo de Estados Unidos tampoco tiene buenas noticias como tampoco la superproductiva región de la Beauce en Francia. Y Sudán, Etiopía, Yemen y Somalia sufren su peor sequía en casi medio siglo. Ante lo cual, otros 23 países, asiáticos y del medio oriente, han declarado restricciones severas a las exportaciones de alimentos que representan el 10 por ciento de las calorías que se comercian a nivel mundial.
Más de una quinta parte de todas las exportaciones de fertilizantes están restringidas. Por lo demás, el Programa Mundial de Alimentos (FAO) lo había advertido hace unos siete meses: “2022 será un año extremadamente infortunado para la agricultura del planeta. Los cambios en el ciclo de las lluvias han sido dramáticos y sus efectos, impredescibles”.
De modo que la inseguridad alimentaria (el riesgo de no tener los suficientes alimentos vitales) flota sobre las cabezas, ya no de 440 millones como hasta ahora ¡sino entre mil 600 millones! al cruzar la mitad del año, mismos que viven en 69 países, según el llamamiento urgente de Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas.
Salíamos de la pandemia y antes de hacerlo, todo parece indicar que nos metemos al túnel de una hambruna.
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