Los políticos quieren poder para que las cosas se hagan como ellos quieren. López Obrador alcanzará la anhelada inmortalidad en los libros de texto de ciencia política como ejemplo de políticos que tomaron decisiones solo para mostrar que tienen el mando y que lo usan hasta sus últimas consecuencias. Se regodea.
Su sexenio arrancó con la cancelación del aeropuerto de Texcoco y termina con la votación de la Reforma Judicial. En ambos casos el resorte fue mostrar su poder, alardear, dejar a todos con la boca abierta. Si los resultados convienen o perjudican a la nación es algo secundario.
Tome nota: una vez que la Reforma Judicial se aprobó y se metió al texto constitucional el presidente dijo algo que cayó como cubetada de agua helada: los beneficios de la Reforma Judicial, o sea una mejor impartición de justicia, comenzarán a verse en diez años. ¡Una década! No lo dijo antes porque consideró que no venía al caso, porque lo importante no era mejorar de inmediato la impartición de justicia, lo importante era mostrar que las cosas se hacen como él quiere hasta el último día de su mandato y más allá.
Hay cientos de políticos en el oficialismo que le deben sus chambas, desde secretarias de Estado hasta regidurías, pasando por escaños y curules a la popularidad del presidente. Ganan elecciones porque se cuelgan de la aceptación del jefe máximo y por eso celebran todo lo que hace. Ni modo que muerdan la mano que les da de comer. Con decirles que en el Congreso de la Unión se toma como cualidad aprobar sus iniciativas sin quitarles ni una coma. En muchas ocasiones ni siquiera abren el sobre en el que viene la iniciativa, la aprueban y a comer langosta en Rosarito para celebrar.
El presidente dijo una y otra vez que entregando la banda presidencial, lo que está a punto de ocurrir, se iría a su finca de Palenque, Chiapas, para convertirse en un improbable anacoreta tropical dedicado a la contemplación y la penitencia. Pero hay algo que no cuadra. Nadie ha visto que prepare sus maletas. Ya dijo por ahí, como de pasada, que se quedará unos días aquí, en el altiplano, para aclimatarse. ¿Cuál será su definición operacional de “unos cuantos días”? En una de esas son los dos mil días que durará el próximo sexenio. Tal vez se vaya al legendario departamento de Copilco para recordar viejos tiempos o quizá elegirá algo más céntrico, digamos el Zócalo, porque sus pulmones se acostumbraron al smog y las sobredosis de oxígeno que le esperan en Palenque le caerán de peso.
O tal vez en realidad nunca ha pensado irse realmente a esa finca de nombre estruendoso y solo lo dijo para “dar nota”, como él mismo reconoció cuando aseguró que el sistema de salud mexicano es mejor que el de Dinamarca. Palenque, si va para allá, quédatelo.
Glifos
La autopista Mazatlán-Durango tiene los mejores paisajes. Vistas espectaculares de la Sierra Madre que todavía no pueden ser captadas en su increíble belleza por los artilugios de los celulares. Se quedan cortos. Esa carretera está cerrada por enfrentamientos entre mayos y chapitos. Los videos muestran sobre el asfalto los llamados ponchallantas que se usan para obstaculizar las persecuciones. La batalla por Sinaloa, en particular Culiacán, es una metáfora de fin de sexenio y el saldo de los abrazos no balazos. Las bandas criminales acumularon tal poder que ellas inician las batallas y las terminan cuando hay un vencedor. Los poderes institucionales de la entidad parecen pintados, lo están.
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